Luis Mesa Delmonte*
El pasado 7 de octubre se cumplieron catorce años del inicio de la guerra de los Estados Unidos y sus aliados en territorio afgano. Un rápido balance de los acontecimientos nos muestra a un país sumido en una profunda crisis de seguridad, y una estrategia militar estadounidense que estudia readaptarse a la nueva realidad.
El ataque militar contra el gobierno talibán en el año 2011, fue decidido como respuesta a las acciones terroristas de Al Qaeda el 11 de septiembre de ese mismo año, pues el entonces Emirato Islámico de Afganistán, encabezado por el emir mulá Omar, cobijaba a la organización extremista de Osama Bin Laden.
En vez de optar por una salida rápida del conflicto armado y trasladar el enfrentamiento contra Al Qaeda y los talibanes al plano de las operaciones de inteligencia, los Estados Unidos se empantanaron en un conflicto de larga data en Afganistán, pretendiendo lograr una recomposición del poder político en el país, garantizar una atmósfera de seguridad creando nuevas fuerzas afganas, y anular totalmente al movimiento talibán.
Luego de todos estos años, el costo total de este empeño estadounidense asciende a casi 700 mil millones de dólares, con 2 mil 326 soldados muertos y más de 20 mil heridos, por lo que es totalmente legítimo preguntarse si tal esfuerzo bélico a tan alto costo ha logrado sus objetivos y ha valido la pena.
La respuesta a esta pregunta es un no rotundo, percepción que ha estado presente desde hace años en varios sectores del electorado, la política y los militares estadounidenses. El fracaso y la necesidad de “salirse” del conflicto afgano, llevó a que la administración Obama  —luego de un reforzamiento de su actividad militar en los primeros momentos de su mandato—, optara por terminar oficialmente la operación “Libertad Duradera”, disminuir el número de soldados presentes en el país de 38,000 en el 2014 a 9,800 en el 2015, diseñar otro recorte de tropas para fines del 2015 y proceder con la retirada total de las fuerzas en diciembre del 2016.
No obstante, la realidad del escenario de operaciones afgano presenta nuevos retos para una administración que ha querido retirarse del país, pero que parece obligada a permanecer en combate. De aquí que mientras el ex jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Martin Dempsey, propusiera a la administración que dejara a 5,000 efectivos en el terreno luego del 2016 para que se concentraran exclusivamente en acciones antiterroristas, el general John Campbell, jefe de las operaciones militares de la OTAN en Afganistán, solicitó otros 8,000 efectivos para desarrollar tareas de entrenamiento, al menos por otro año.
Luego de algunos intentos negociadores desarrollados entre el movimiento talibán y el gobierno afgano, e incluso del diálogo entre Estados Unidos y los talibanes auspiciado por la diplomacia qatarí, el movimiento islamista armado afgano ha retomado su curso bélico especialmente desde febrero del 2015, ganando paulatinamente posiciones a las poco eficientes fuerzas gubernamentales.
Frente a ello Washington lleva meses incrementando los golpes de su aviación y las acciones de sus fuerzas especiales contra los talibanes, Al Qaeda y otros grupos islamistas, al mismo tiempo que mantiene su asesoría y entrenamiento habitual a las nuevas fuerzas de seguridad afganas.
Por otra parte hay que tener en cuenta que la confirmación el pasado mes de julio por parte del movimiento talibán, de la muerte de su líder mulá Omar desde el 2013, posibilita entender mucho mejor las dinámicas de divisiones y contradicciones que están ocurriendo dentro del propio movimiento, especialmente entre los seguidores del nuevo líder, el mulá Akhtar Mohamed Mansur, y los que son partidarios de que el movimiento esté encabezado por el hijo de Omar, Yaqoub, o incluso que muestran su fidelidad a algunos líderes militares talibanes tradicionales y anuncian que sus viejas lealtades ya no tienen base luego de la desaparición de Omar.
Otro fenómeno trascendental es el fortalecimiento de la presencia del Estado Islámico en Afganistán y la incorporación a sus filas de cientos de excombatientes talibanes.
La carencia de una dirección única fuerte, junto a las contradicciones internas agudizadas, más la fuerza creciente del Estado Islámico, hace previsible que cada vez pueda ser mayor la independencia operativa y dispersión de las acciones armadas de distintos grupos, tanto talibanes como otros. Es posible que estas nuevas dinámicas puedan explicar el reciente ataque y ocupación talibana de la ciudad septentrional de Kunduz, calificado por algunos oficiales militares como “sorpresivo”.
Para la recuperación de Kunduz, las fuerzas afganas necesitaron de las acciones aéreas y del apoyo de los Estados Unidos, y fue en medio de este escenario de enfrentamientos que tuvo lugar el repudiable ataque contra un hospital manejado por la organización Médicos sin Fronteras.
Las investigaciones sobre este hecho ampliamente criticado por la comunidad internacional ya comenzaron en medio de versiones encontradas: por una parte inicialmente se dijo que había sido un “error lamentable”, es decir, una acción que engrosaría el inventario de los famosos “daños colaterales”, pero posteriormente el alto mando militar estadounidense complejizó la explicación al asegurar que el ataque a la instalación había sido solicitado por fuerzas afganas que combatían contra los talibanes en la zona.
Es altamente probable, que la reactivación de las acciones de combate talibanas, junto al impacto del fenómeno del Estado Islámico, tanto en la región como en Afganistán, haga que el presidente Obama cambie su decisión de retirar las tropas en el 2016 y opte por extender la presencia y acción de miles de soldados estadounidenses, intentando lograr, en palabras de quien fuera representante de Obama en Afganistán y Paquistán, James Dobbins, “un equilibrio aceptable, con un mínimo nivel de participación que evite reveses catastróficos”.
No obstante, el costo económico de la guerra continuaría incrementándose, junto al número de soldados muertos y heridos. Ello es inevitable. Por otra parte, un país tan pobre y destruido como lo es Afganistán, seguirá sufriendo del embate bélico, las divisiones, la destrucción económica y de una aguda crisis humanitaria.
*Catedrático del COLMEX.