Papa Francisco en México

Guillermo Ordorica

El anuncio de que Francisco realizará una vista pastoral a México a mediados de febrero del año entrante ha generado gran expectativa, no sólo porque se trata del papa sino, fundamentalmente, por el original rumbo que está dando a la Iglesia católica en estos primeros lustros del nuevo milenio.

Atrás han quedado las especulaciones sobre los motivos que habría tenido el sucesor de Pedro para que su viaje a tierras mexicanas ocurriera con posterioridad al que realizó a Cuba y Estados Unidos. La respuesta es clara: toda agenda refleja prioridades, y la del papa no es la excepción. Aunque “su reino no sea de este mundo”, los tiempos de Jorge Bergoglio sí lo son y están marcados por acontecimientos que exigen atención prioritaria, como sucede en el caso de esos dos países, cuyas respectivas coyunturas internas e internacionales son objeto de atención universal.

El viaje a México llega en un segundo momento y no parece fortuito que coincida con el 800 aniversario de la fundación de la Orden de los Predicadores. Como se recordará, hace cinco siglos uno de los suyos, Fray Bartolomé de las Casas, inició una polémica, aún vigente, sobre los derechos humanos y el papel de la Iglesia en aquella evangelización primigenia, que Francisco aspira a secundar en toda la carta esférica.

La información pública indica que el viaje de Francisco a nuestro país, uno de los principales bastiones del catolicismo, será de corte pastoral y, por ende, orientado a abordar temas de interés eclesiástico, es decir, asuntos que exigen ser revisados a la luz de las necesidades espirituales de las nuevas generaciones o de realidades sociales inéditas, que evolucionan con rapidez y exigen respuestas igualmente ágiles por parte de la Curia romana. También es probable que este viaje papal sirva para escuchar a un clero que atiende sociedades insatisfechas, que viven en la globalización pero no acaban de recibir los beneficios que se presume conlleva.

No podría descartarse, de igual forma, que en los encuentros del sumo pontífice con su grey se revisen aspectos que han motivado la inquietud histórica de Roma, como es el caso de la libertad religiosa y el papel que la jerarquía mexicana estaría llamada a desempeñar frente al Estado en este espinoso asunto.

Para el observador externo, la Iglesia es vista como una institución monolítica dirigida con mano férrea por el Vicario de Cristo. No obstante, la realidad es muy diferente. Como en toda institución humana, las opiniones de sus miembros sobre los diversos aspectos de su agenda son igualmente diferentes, y más ahora que el sumo pontífice ha dado muestras de su decisión de abordar temas de suyo polémicos.

Como se sabe, en el caso del clero diocesano los sacerdotes están sujetos al liderazgo de obispos cuyas ideas “y forma de gobernar” no siempre son las del papa. Lo mismo sucede con los religiosos de las diferentes órdenes, quienes realizan su ministerio pastoral siguiendo las enseñanzas de sus fundadores, por ejemplo, los jesuitas, que ponen el acento en el optimismo religioso y en la educación como instrumento de movilidad social, en sintonía con las enseñanzas de San Ignacio de Loyola.

En el mundo de hoy, donde todo evoluciona con gran rapidez y gana espacios la secularización de la vida social, el Papa está obligado a tener un pulso fidedigno de los eventos que inciden en el devenir de la Iglesia católica. De ahí la relevancia de su presencia en México, donde la jerarquía es tan plural como las realidades que debe atender en áreas urbanas, suburbanas y rurales, que poco tienen en común y siempre alertan sobre necesidades diferenciadas.

Como ha sido a lo largo de su historia, nuestro país es un mosaico social diverso, donde los religiosos trabajan con sus herramientas para tratar de superar rezagos y ofrecer oportunidades de progreso a sus respectivas comunidades. Es una labor que, en la jerga de la sociología, se califica como subsidiaria porque en los hechos llena vacíos institucionales y suple ausencias de autoridad.

Un buen ejemplo de este trabajo pastoral subsidiario es el que por varias décadas realizó Samuel Ruiz, desaparecido obispo de San Cristóbal de Las Casas, quien al amparo de la denominada “teología indígena” organizó comunidades eclesiales de base que, por su propia naturaleza, se constituyeron en apoyos centrales del ahora desdibujado movimiento neozapatista en el sureste de México.

De igual manera, el padre Alejandro Solalinde se ha dado a la tarea de atender el fenómeno de la migración, que tanto inquieta a Francisco, básicamente motivado por razones humanitarias. En un sentido diferente, ya no subsidiario, donde la Iglesia se fortalece con el apoyo de los poderosos, no podría descartarse que el Papa, además de dirigir su atención a los desheredados de siempre, igualmente lo haga con las víctimas del malogrado fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, quien sin embargo fue tan útil para Roma al allegarla de recursos económicos en momentos de gran necesidad, por ejemplo para reconstruirla en Europa Oriental después de la caída del Muro de Berlín.

Los tres casos citados son apuntes, entre muchos más, de los temas de una agenda pastoral que no está exenta de repercusiones políticas; una agenda de Francisco en México que —sin regaños como el de Juan Pablo II a Ernesto Cardenal en Managua por su activismo político al triunfo de la Revolución sandinista— tomaría la temperatura a una comunidad religiosa que no acaba de ponerse de acuerdo en asuntos trascendentes que Bergoglio ha abordado con criterios novedosos y aperturistas.

El catálogo es variado y abarca, entre otros, el papel de la mujer en la Iglesia; los derechos de la comunidad LGBTI; el derecho a la vida; la pastoral para los divorciados; la disciplina eclesiástica y, en fin, todos aquellos capítulos que se relacionan con el papel de la Iglesia como promotora de los derechos humanos, la justicia y el progreso. De la otra agenda, es decir, la que sería objeto de atención en una visita de Estado, hay mucha tela de donde cortar y la lista temática se antoja larga y polémica.

 

Internacionalista