Una lucha viejísima

Guillermo García Oropeza

En mi artículo anterior, comencé un tema muy grande, demasiado, que da para muchos comentarios de verdaderos expertos en la materia, pero un asunto que todos los días renace en el noticiero y en la prensa y que es la complicada situación que enfrenta lo que llamaremos el Occidente y el mundo islámico, y que especialmente afecta a Europa y Estados Unidos. Nosotros estamos relativamente lejos del conflicto, pero para Europa la crisis es inminente y el futuro muy inquietante.

Me refiero a ese múltiple enfrentamiento con el islam, esta religión que va del Atlántico hasta Indonesia y que penetra profundamente en Asia y África. Una religión que creo que es actualmente la mayor del mundo, con multitudes de seguidores.

La lucha entre el cristianismo y el islam es viejísima. Mahoma muere, según leo en mi Larousse, en el año 632 d. C., y muy pronto su doctrina comenzará a expandirse por la violencia y la conquista por el norte de África y Asia Menor, llegando los ejércitos musulmanes hasta el corazón de Francia habiéndose ya apropiado de España, de donde serán expulsados muchos siglos después.

En Asia Menor, el crecimiento es también espectacular y termina con la caída del Imperio Bizantino y finalmente con la toma de Constantinopla, que cae y que vergonzosamente no es auxiliada por los cristianos de Occidente. Constantinopla se convierte en Estambul, capital del nuevo Imperio turco que dura hasta la Primera Guerra Mundial. Y Turquía es una de las piezas clave del nuevo islam, estando su historia reciente manchada con el primer genocidio del siglo XX contra el pueblo armenio (algo que me llega porque tengo dos nietos armenio mexicanos); esa Turquía que hoy combate a los kurdos, pueblo perseguido por todas partes.

Si los cristianos tienen una historia de guerras constantes, el islam está también infectado por la violencia. El papa Ratzinger definió el islam como originado en la violencia, declaración que le valió muchas críticas pero que es una verdad innegable. Oriente Medio y África, tanto de un lado u otro del Sahara, han sido escenarios de constante violencia, seguramente explicable por muchas razones pero también por un temible fanatismo religioso minoritario. La inacabable guerra en Afganistán, la violencia contra los cristianos en África y el laberinto de Siria están entre los últimos episodios.

Lo de Siria —que viene tras de la guerra de Irak, de la que es tan culpable Estados Unidos— tiene a Europa literalmente invadida y le plantea una difícil decisión: abrir sus puertas por razones humanitarias como lo hace Alemania por el momento, o sumarse a una política de puertas cerradas basada en dolorosas memorias históricas. Y es que está muy fresco el recuerdo del imperialismo turco que estuvo a punto de apoderarse del corazón de Europa, allá cuando fueron rechazados por los polacos que asistieron a la sitiada ciudad de Viena.

Rusia ha sufrido también por siglos a los turcos y a los grupos musulmanes en su territorio, como el Líbano sufrió la violencia musulmana interna e importada. Si bien algunos países islámicos se han modernizado, como en el trato a la mujer, en otros persiste la más oscura edad media del intocable Mahoma. Occidente por lo demás está ya invadido por migrantes islámicos, mientras decaen los valores cristianos. La cosa como se ve no es sencilla. ¿Qué opina usted, lector?