En este mundo cada vez más sordo e insensible
Mario Saavedra
Agradezco a mi querido amigo Leszek Zawadka el haberme invitado a presentar su más reciente disco Polonia romántica, el pasado miércoles 28 de octubre, en ese siempre sobrecogedor espacio que es el Munal, en las calles de Tacuba. Y fue un honor compartir esta mesa con la excelentísima embajadora de Polonia en México, Beata Bojna; con mi querido amigo de tantos años, el crítico musical Lázaro Azar; con el experimentado periodista cultural Antonio Bravo; y por supuesto con el artífice principal de esta velada, el mismo destacado barítono polaco-mexicano Leszek Zawadka, de quien conozco y he seguido de cerca su extraordinaria carrera por ya casi tres décadas.
Artista siempre inquieto y tras la búsqueda de nuevos proyectos, todo mi reconocimiento a este más que completo músico por su siempre entusiasta e incansable labor por poner su talento y su vocación sin freno a la difusión de la buena música, a estrechar los lazos entre dos naciones hermanas distantes en el espacio pero cercanas en sus respectivas historias, en su corazón.
Y este crédito va de igual modo para ese otro devoto agregado cultural honorario, el formidable pianista igualmente polaco-mexicano Josef Olechowski, quien del mismo modo pone sus notables facultades artísticas al servicio de un intercambio cultural-artístico-musical en ambos sentidos, de ida y vuelta, tras el rescate de parte del más ilustre acervo de ambas naciones cercanas. Se conocen a la perfección barítono y pianista, y Polonia romántica es una prueba de esa madurez de dos artistas en plenitud de facultades.
Y en éste como en otros proyectos de honorable memoria, se vuelve a hacer patente de igual modo el talento del gran artista plástico mexicano —y también polaco, por convicción— Antonio Suárez, quien contribuye aquí para la consecución de un todo estético que resalta por su equilibrada belleza, por su elegancia y su finura, por su buen gusto, pues eso y más es este exquisito y bien cuidado registro Polonia romántica, que reúne 23 distintas pero a la vez complementarias —por su profundo sentido humano y su elocuente carácter vivencial— canciones de tres estupendos músicos decimonónicos: Chopin, Moniuszko y Karlowicz, a partir de textos de casi una veintena de estupendos poetas también polacos, cuando no producto de la no menos generosa tradición popular de ese país.
Música y poesía, maridaje milenario
La relación entre poesía y música ha sido una de las más antiguas y fructíferas en el terreno artístico. De hecho, la poesía nació unida a la música, y la música al baile, que inicialmente compartían su carácter litúrgico y sagrado. Y aunque este maridaje es milenario, ligado a la génesis, al origen mismo del arte, fue hasta el romanticismo alemán de las postrimerías del siglo XVIII que el lied tomó verdadera carta de presentación en la música de cámara, y entonces poetas sublimes como Goethe y Heine fueron objeto de interés para los grandes compositores del clasicismo y el romanticismo, desde Mozart y Beethoven hasta Mahler y Richard Strauss.
Pero el mayor signo distintivo de los más grandes liederistas (entre ellos, Mozart, Beethoven, Schubert, Schumann, Wolf, Mahler, Strauss) es que no sólo lograron el efecto poético a través de los textos líricos de inspiración, sino que consiguieron conferirle al piano —cuando no a la orquesta toda— una textura musical original e ingeniosa, o bien dramática y envolvente, o acaso seductora y fugaz, llevando cada canción a un estado artístico de muy alto nivel, para cumplir así con una de las características más importantes del romanticismo desde el sturm und drang alemán: rendir tributo a las emociones humanas.
En el caso del romanticismo polaco, que tuvo particularmente en Fryderik Chopin a uno de los paradigmas por excelencia de todo el romanticismo musical, las dos ambiciones pioneras de este movimiento se consumaron sin dilación, a decir, la gran forma y el intimismo. Uno de los artistas románticos por antonomasia, sin sujeción a programas o tendencias, deja correr libremente su inspiración, y como en sus maravillosos ciclos o piezas para piano solo, o en sus dos extraordinarios conciertos, consigue melodías entrañables.
Folklor y tradiciones locales
Y uno de los rasgos más característicos del romanticismo, que se fue diseminando con mayor o menos retraso en otros países europeos, las más de las veces vinculado a movimientos nacionalistas alimentados de igual modo por el folklor y las tradiciones locales, fue la mezcla de géneros artísticos, simbiosis que llevó el larvado afán por esta unidad estética bajo el prisma de la música y cuya culminación se daría con Richard Wagner en el terreno propiamente escénico. Chopin y Moniuszko, y más tardíamente Karlowicz, lograrían esta efervescencia poético musical con la canción de concierto polaca, exquisitez presente de igual modo en esa bellísima composición del también ocasional compositor Josef Olechowski, quien además de una interpretación impecable de las obras de sus paisanos músicos arriba mencionados, nos ofrece aquí una hermosa canción suya a partir de un texto conmovedor (Al descubierto) de la Premio Nobel Wislawa Szymborska.
Dos compositores tan románticos como polacos como Chopin y Stanislaw Moniuszko, e incluso el más tardío Mieczyslaw Karlowicz, y por qué no el mismo Olechowski de la pieza aquí consignada, asimilaron e hicieron muy suya la técnica del lied de que el músico inventa un sistema para contar las cosas más específicas y familiares, para dotar de concreción, de expresión precisa a la intimidad, que sería ya exigencia para toda la música posterior, influyendo de manera considerable incluso en la propia técnica pianística.
Polonia romántica es un registro digno de estar en toda buena discoteca, por el talento de los artistas allí reunidos, por cuanto evoca, por cuanto nos enseña de un arte sublime para el que este mundo de hoy pareciera por desgracia cada vez más sordo e insensible. ¡Enhorabuena!

