Héctor Carreto (Ciudad de México, 1953) es poeta, traductor y antologador. La UNAM publicó su Poesía portátil (1979-2006). Obtuvo el Premio Efraín Huerta en 1979 por Naturaleza muerta, el Premio Raúl Garduño 1981 (Asociación Romualdo Moguel, Chiapas) por Tentaciones, el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para Obra Publicada 1982 por La espada de San Jorge, el X Premio de Poesía Luis Cernuda 1991 por Habitante de los parques públicos, Sevilla, España, y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2002 por Coliseo.

—“De qué manera llegar a las playas de Ítaca,/ de qué manera/ besarle sus piernas desnudas,/ si ella/ —la de los negros cabellos—/ espera al otro,/ al que se fue”. ¿Cómo se llega a la poesía?

—Yo llegué a ella primero por la lectura. Después por escucharla en voz alta. Pero tiene que existir una cierta afinidad, una especie de amor a primera vista del lector que se acerca por primera vez a la lectura.

—Usted es autor de diversas antologías de poetas mexicanos de distintas generaciones, ¿con qué criterios puede trabajar un poeta para seleccionar los textos de sus colegas?

—En realidad, las antologías que he armado son temáticas, como las que preparé sobre la Ciudad de México y sobre el epigrama, y ese es el criterio principal, además de que el texto asegure calidad, por supuesto. Las antologías que hice para Tierra Adentro fueron más bien recopilaciones de los autores que publicaron en la revista durante cierto periodo.

En 2002 obtuvo el Premio Aguascalientes con Coliseo, libro a todas luces influido por la poesía clásica, ¿cómo escribió ese libro?

—Una tarde, en una biblioteca, escribí un epigrama; a los dos o tres días, otro, y así seguí escribiendo. De pronto, me di cuenta de que tenía ya un conjunto no muy grande, y que podría armar un libro, y fue entonces cuando empecé a darle forma.

De estas mismas lecturas se deriva la escritura del epigrama, ¿por qué una forma clásica?

—Una de las bondades del género es no haber pasado al español en una forma rígida. En ese sentido, no pertenecería a una forma clásica, estrictamente hablando. Su virtud principal es la ironía, un tropo de pensamiento que le da un tono al poema.

Hay quienes dicen que hay un discurso narrativo en sus poemas, ¿la poesía sigue siendo ese “contar y cantar” del que habla Octavio Paz?

—Desde la antigüedad sigue vigente tanto el poeta que canta como el que cuenta; Safo y Homero dan muestra de ello. Pero el poema que “cuenta” debe seguir siendo un poema; es decir, debe tener ritmo de poesía y la síntesis propia del poema. Un epigrama llega a contar toda una historia en un par de versos.

Parece haber dos tiempos en su poesía, uno referente a los temas mitológicos con un tejido epigramático, y el otro con temas melancólicos, ¿qué opina de ello?

—Es verdad. El tono lo da el asunto. Puedo ser sarcástico cuando hablo de burócratas o políticos, pero no al referirme a la infancia, al recuerdo o al sueño. En éstos, la ironía es, como bien lo dices, de tono melancólico.

—¿Cómo se ha relacionado con los poetas de su generación y en qué medida ha sido necesario leerlos?

—Conocí a muchos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, participamos en los talleres de Juan José Arreola, Óscar Oliva, Hernán Lavín Cerda y Carlos Illescas; nos reuníamos extramuros de la escuela para leernos nuestros textos; empezamos a publicar al mismo tiempo y compartíamos lecturas de poetas que nos gustaban, e iban apareciendo otros autores que nos ayudaban en nuestra formación. Yo sigo leyendo a mis compañeros porque en la madurez algunos han escrito y publicado libros de excelente calidad e interés, y sigo siendo amigo de algunos de ellos.

—¿Podría compartirnos algunos nombres de estos contemporáneos con los que ha convivido y alguna anécdota?

—El año 1977, cuando éramos estudiantes universitarios, fue crucial: los poetas jóvenes estábamos haciendo revistas: En la FFyL de la UNAM, Virgilio Torres, Carlos Santibáñez, Carlos Oliva, Sergio Gamero, Fernando Santiago Nario y un servidor estábamos preparando Zona; Vicente Quirarte encabezaba Caballo verde; Pedro Serrano, Ángel Miquel y Carlos Mapes editaban Cartapacios; Juan Guillermo López, Manuel Ballesteros y Luis Zapata eran los integrantes de El nuevo mal del siglo; los infras preparaban Manifiesto infra; los estudiantes de Periodismo en la Facultad de Ciencias políticas publicaban Sitios. Algunos de ellos eran Arturo Trejo Villafuerte, Rafael Vargas, Ignacio Trejo Fuentes y José Buil; por su parte, Mario Alberto Mejía, Isabel Quiñonez, Eduardo Langagne y Sergio Negrete Salinas editaban El Ciervo herido. También estaban El telar y El zaguán, entre otras. A finales de octubre de ese año, creo que el 31 de octubre, se organizó un maratón de poesía en el Museo de Arte Carrillo Gil, en el que participaron autores reconocidos como Hugo Gutiérrez Vega, Carlos Illescas, Tomás Segovia, Hernán Lavín Cerda, Alejandro Aura, Thelma Nava y Marco Antonio Montes de Oca, y los jóvenes participábamos como revistas. Fue una convivencia donde nos conocimos e hicimos amistades. Fueron momentos de gran vitalidad.

Experiencias distintas a lo largo del tiempo me hicieron conocer la obra de poetas como Efraín Bartolomé, José Luis Rivas, Fabio Morábito, Eduardo Hurtado, Ricardo Castillo y Luis Miguel Aguilar, todos ellos poetas importantes, a quienes, por supuesto, siempre leo.

¿Cómo trabaja usted un poema?

—Llevo al papel el texto cuando lo tengo terminado en mi cabeza, luego lo escribo con un portaminas, lo corrijo, lo paso a la computadora, lo vuelvo a corregir. Después lo imprimo y lo dejo descansar un tiempo, lo releo y lo corrijo de nuevo. Considero que ya está terminado cuando ya no le puedo agregar nada. Una última pulida se la doy antes de que se vaya a imprenta.

—¿Qué lecturas recomendaría a las nuevas generaciones interesadas en la poesía?

—Que lean toda la poesía que puedan, nacional y extranjera, y sobre todo a los grandes poetas de todas las épocas, porque son a los que les aprenderán más: desde la Ilíada hasta Las flores del mal; desde la Eneida hasta “Muerte sin fin”; desde las “Soledades” hasta “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”.