¿Para qué sirven las revoluciones?
En días pasados (no) se festejó otro 20 de noviembre, día del inicio de la Revolución Mexicana en 1910, aunque el enfrentamiento de los hermanos Serdán con soldados del ejército mexicano se dio el 18. El 5 de febrero de 2016 se conmemorarán noventa y nueve años —en uno y dos meses más los cien— de la Constitución de 1917. Me anticipé a este último acontecimiento con mi novela* en la que el personaje leitmotiv, Emerenciano Guzmán, es un militante carrancista de Salvatierra, Guanajuato, de “la vida real”.
Por su filiación carrancista, era un constitucionalista, pero no de los que escribieron la Carta Magna, sino de los que la pelearon en la práctica, aun antes de su expedición. Por sus simpatías y actividades políticas es muy probable que su asesinato, en julio de 1917, perpetrado por un hacendado de Salvatierra, José Ruiz, El Relajo, haya tenido algo qué ver con esa identificación. Así que en 2017 se conmemorarán los cien de nuestra Carta Magna y cuatro meses más tarde yo recordaré los cien del asesinato de Emerenciano Guzmán.
Es microhistoria, pero protagonista al fin del inicio del México contemporáneo. La microhistoria es desde hace mucho tiempo un subgénero o un procedimiento de estudio de la historia y una posible técnica novelística. De la editorial Planeta me comentaron, cuando se las propuse, que no lograba un verdadero personaje en referencia a Emerenciano. Tal vez pensaron que un personaje sólo es su biografía. Pero una novela es muchísimo más que la biografía de un personaje, sobre todo cuando son tantos, como es el caso. Cierto, Emerenciano no se ve en la novela, excepto al principio, para dar pie al desarrollo de los acontecimientos; son los otros los que hablan (o piensan) de él, y así se va integrando al personaje y su historia, porque ni siquiera sus descendientes sabían mayor cosa. Una técnica novelística muy contemporánea.
Emerenciano y su nieto Baldomero
De modo que no es la biografía de un personaje de 1917. Aunque, inevitablemente, hubo que investigar acerca de él y de sus antepasados, con lo que también se iba profundizando en la historia de México.
¿Para qué sirven las revoluciones? Es una pregunta que puede surgir de la lectura de esta novela. ¿Para qué sirvió la Revolución de México de 1910? ¿Valieron la pena todas las desgracias que por ella se originaron: las muertes de por lo menos cientos de miles de mexicanos y la catástrofe nacional? Claro, la respuesta va a ser según su procedencia. Antes, conviene continuar con el protagonista leitmotiv. Parece paradójico, pero Emerenciano Guzmán era un creyente de Venustiano Carranza y el constitucionalismo (necesitamos un país de leyes, decía, “con Emiliano Zapata y Pancho Villa no se puede, son destructores”), se inclinaba por la legalidad y el orden, “como en los países europeos”, para alcanzar el anhelado progreso para la nación y su pueblo. El que hace la investigación y, por lo tanto, escribe la novela, es su nieto, Baldomero: parece un crítico, pero tan sólo expone los hechos que va descubriendo (y reflexiona sobre ellos): respecto a su familia y el país, que se convierten en dos líneas paralelas, dependientes una de la otra.
Siempre me ha impresionado que en una guerra civil o internacional, se llega a un arreglo después de grandes matanzas y pérdidas. Como el (des)arreglo de la Guerra Cristera. Acuerdan los representantes de la Iglesia y los del Estado mexicano. Aquéllos se habían opuesto a la guerra y aun así son los que negocian su final sin tomar en cuenta a los que se estaban matando en el campo de batalla por su religión y, sin saberlo quizá, por las garantías individuales que consagraba la Constitución.
La desgracia de la familia
¿Y los miles de muertos, el hambre, la emigración forzada? ¿Quién pagó por eso? ¿Quién vio por las familias, huérfanos, viudas, mal heridos, desaparecidos, pueblos enteros arrasados, incendiados, pérdida de propiedades, fortunas? Por eso, las guerras suelen ser absurdas y abusivas en contra de los individuos, en tanto que unos cuantos mueven o no las fichas como en una tabla de ajedrez.
En esos términos, después del asesinato de Emerenciano, se precipita la desgracia de su familia. Ésta da forma al desarrollo de la novela en el Distrito Federal, a donde emigran más que para encontrar mejores oportunidades, para huir de sí mismos, de su fatalidad familiar. Una desgracia —psicológica, económica, social, política, cultural, moral…— que, por particular, a nadie importa, ni a sus propios protagonistas. Y éste es el terror más grande, tanto que no se distingue. “La congregación de los muertos tiene la fuerza metafórica de hablar de lo que la Revolución, sin soltarlo, marginó”, dice el historiador Álvaro Matute (Revista de la Universidad de México, noviembre 2015), “es una suerte de visión de los vencidos, aunque paradójicamente, Emerenciano perteneció al bando de los vencedores”.
Aquí surge la pregunta: ¿Era necesaria la Revolución Mexicana? Su triunfo significó el de cierto grupo, nueva clase social, y la derrota total para Emerenciano que la defendió desde su modesta trinchera carrancista de Salvatierra. Muchos años después, su hijo y su nieto mayor dan gracias por el Seguro Social que les permitió alguna dignidad al final de sus días. Sin pensar que Emerenciano Guzmán pudo haber contribuido de algún modo para esa obligación del Estado. ¿Eran necesarios su asesinato y toda una revolución para lograr el Seguro Social, entre otros?
*Humberto Guzmán, La congregación de los muertos o El enigma de Emerenciano Guzmán. Universidad Autónoma de Querétaro/IIM, 2013, 390 pp. Fuera de circulación comercial.