FMI, instrumento del capitalismo y el imperialismo

Magdalena Galindo

El presidente de Bolivia, Evo Morales, acaba de rechazar las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional que lo instaban a aplicar el modelo clásico del FMI, es decir, a propiciar un clima favorable para los negocios a fin de atraer la inversión extranjera, a realizar recortes presupuestales, a desregular su mercado financiero (lo que permitiría el alza de la tasa de interés) y lo que llaman flexibilizar el tipo de cambio, esto es, a devaluar su moneda.

Evo Morales, en un discurso contundente, advirtió que el FMI “es un instrumento del capitalismo y del imperialismo” que busca saquear los recursos naturales de nuestras naciones y que más bien debería resarcir los daños a los países “a los que ha sometido con un modelo neoliberal”.

El presidente Morales está respondiendo así, con una actitud nacionalista en defensa de su país, a un fenómeno que, entre las muchas transformaciones que ha traído el proceso de globalización, es, sin duda, la de mayor alcance, tanto en términos económicos, como políticos, sociales y hasta culturales. Me refiero al cambio en la determinación y ejercicio de la hegemonía en un nivel mundial.

Durante siglos, por lo menos los que van desde el inicio del capitalismo y la conformación de los Estados-nación, la hegemonía se disputaba en el interior de cada país entre las clases y las fracciones de clase nacionales y en un nivel mundial entre un país y otro.

Así, se puede afirmar que en el caso de México, por ejemplo, entre los años sesenta y los ochenta, la fracción financiera de la burguesía nacional detentó la hegemonía, esto es, era la más poderosa y, por lo tanto, podía imponer sus intereses al resto de la sociedad mexicana. En un plano internacional, la hegemonía en esos mismos años pertenecía a Estados Unidos, después de que a lo largo de los siglos había pasado de España a Inglaterra, y luego de la Segunda Guerra Mundial fue ejercida, casi sin cortapisas, por Estados Unidos.

Ahora, sin embargo, ya no puede analizarse la hegemonía en el interior de la nación ni de un país frente a los otros. La globalización, que tiene su motor en la internacionalización del proceso productivo, esto es que los departamentos de una misma fábrica se distribuyen en distintos países, ha exigido la libre movilidad del capital por todo el mundo sin importar las fronteras nacionales. Y este hecho ha determinado que la hegemonía se ejerza por la fracción financiera de una burguesía transnacional, que determina las políticas aplicadas en el interior mismo de los países.

Para volver al caso de México, la primera manifestación clara de ese desplazamiento de la hegemonía hacia el exterior fue la nacionalización de la banca, cuando el gobierno se vio obligado, por el problema de la deuda, a golpear su fracción financiera, hasta entonces hegemónica en términos nacionales, para favorecer a la fracción financiera internacional y garantizarle el pago de la deuda. Esa transformación en la hegemonía es un fenómeno de alcance mundial que ha conducido a un sometimiento sin precedentes de los países subdesarrollados, al mismo tiempo que a la pauperización de las clases trabajadoras de todo el mundo. En ese proceso, los instrumentos fundamentales han sido los organismos internacionales, la Organización Internacional del Comercio, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el Banco Mundial y el FMI, que hoy determinan no sólo las políticas económicas, sino imponen las reformas estructurales en diversos campos que incluyen, por ejemplo, la educación o el supuesto combate a la pobreza. Tiene, pues, la razón Evo Morales cuando afirma que el FMI es un instrumento para saquear (entre otras riquezas) los recursos naturales de nuestros países.