Autor de mucho oficio, pero…
No sé por qué creemos que los escritores que nos gustan son siempre geniales. En estas páginas, alguna vez escribí que Mario Vargas Llosa es un maestro de la novela —no recuerdo si me refería a una de sus novelas o por el conjunto de ellas—. Las novelas que más me han interesado de este autor han sido: Conversación en La Catedral, La casa verde, La guerra del fin del mundo, La fiesta del Chivo o Historia de Mayta. Principalmente por su estructura. Dos que no me han parecido muy afortunadas son El hablador y El paraíso en la otra esquina.
Ahora, con Cinco esquinas, mi apreciación es que Vargas Llosa sigue armando muy bien sus novelas, tiene mucho oficio, tanto que es capaz de hacer una historia ligera, con los trucos necesarios para divertir al lector. Y no lo digo por el ingrediente sexual, que aparece en toda la novela como leit motiv, al grado de que no falta quién afirme que es pornográfica. Más allá de ese adjetivo, hay que reconocer que el sexo entre las dos señoras casadas, de alta sociedad, esposas de dos amigos de toda la vida, ricos y pudientes, es decorativo. Por eso hablo de los trucos, porque en este tipo de novela son sustanciales; los escritores los emplean para provocar diferentes emociones al lector.
También hay, como era de esperarse, un asesinato —que no se ve, al contrario de los contactos sexuales que son descritos al detalle—, la corrupción de un periodista del escándalo y la del gobierno de Fujimori y su asesor estrella. En este caso, Vargas Llosa aprovecha para hablar mal de su contrincante y vencedor político en las elecciones presidenciales donde participó, ya que situó la historia en la presidencia de aquel. La dictadura, acusa el autor varias veces. Parece una venganza personal, aunque otros dirán que es una característica del subgénero “negro”. No digo que Cinco esquinas sea una novela negra, no, ni siquiera policíaca. Pero coincide con la primera por lo de la corrupción, el asesinato, y las implicaciones legales, aunque la investigación es inexistente. En Cinco esquinas estos elementos aparecen como parte de lo que Vargas Llosa quiso denunciar: la corrupción de “los últimos meses o semanas de la dictadura de Fujimori y Montesinos”, dice el autor en la contraportada.
Un truco notable de Cinco esquinas es la facilidad con que el “hombrecillo”, insignificante periodista de una publicación amarillista, llega hasta la oficina del poderoso minero “Quique”, para sus allegados. En los años de la “dictadura” de Fujimori, en la que proliferaban los secuestros y asesinatos, según se deja ver en la novela, a este sujeto de mala fama se le dejó la puerta franca. Pero teníamos que ver al peligroso chantajista que le entregaba al minero unas fotografías donde aparece desnudo con unas prostitutas y haciendo de todo. Raro también que un fotógrafo igualmente insignificante haya sido contratado por un mafioso internacional que también quería chantajear a “Quique”. Una regla son las casualidades en el subgénero. Se cruzan las líneas de los personajes y sus destinos. Como en las series de televisión, por eso vemos los finales cortados en un momento que promete más emociones en el siguiente capítulo.
En cuanto a la acusación de la achichincle del periodista chantajista, la Retaquita, en contra de Quique, sin prueba alguna, sólo por sospechas, no es creíble. La policía tan ingenua necesitó de la denuncia de la Retaquita para tomarlo en cuenta. Es difícil que haya propiciado la captura de ese importante hombre de negocios y que haya pasado una noche (para variar con viciosos sexuales que humillan al “blanquito”) con todo su dinero e influencias y su gran amigo, poderoso abogado, y menos por una sospecha. Quique hubiera contrademandado a la Retaquita, porque él sí tenía pruebas en contra de ella: la falsa acusación de asesinato, sin contar que fue cómplice del chantaje del que fue víctima, por algunas notas que escribió para las fotografías. No sólo no lo hizo sino que, al final, la admiró por cojonuda y por haber descubierto la corrupción del gobierno de Fujimori, representado por El Doctor, que era como un maléfico Rasputín.
En todo caso, efectos como estos más perfilan a Cinco esquinas como una comedia de enredos que una novela policíaca o negra denunciadora de la “dictadura” de Fujimori y del “Doctor”, que resultó el manejador de los hilos del periodista chantajista (aunque nunca aprobó la publicación de las fotografías) y el que definió su destino, como lo dedujo la periodista: una de baja categoría que denunció por sospechas a un alto personaje de la política, lo hundió y quedó indemne, como heroína, con premios y reconocimiento social.
Pero todo está en su lugar, es parte del género ligero, popular, con un tono de comedia frívola y un desarrollo de la historia que lleva a ese final, como de chiste, que demuestra lo comentado sobre Cinco esquinas, de Vargas Llosa. No queda entre las mejores novelas de este reputado escritor.