BELLAS ARTES

 

 

 

 
In memoriam de Benjamín Domínguez

 

A Mari, su eterna compañera, y

a sus hijas Olinka y Alline

Por  Mario Saavedra

Desde su tan personal como admirable y ya antológica serie de los Arnolfini de la década de los ochenta, caso sui generis si tomamos en cuenta que la mayor parte de las obras que componen esta amplia suma de espléndidas variaciones fueron concebidas por el artista sin entonces todavía haber tenido contacto con el famoso cuadro de Van Eyck que se encuentra en la National Gallery de Londres, el desarrollo estético del pintor Benjamín Domínguez (Jiménez, Chihuahua, 1942-Ciudad de México, 2016) constituye uno de los ejemplos de evolución y de búsqueda más atractivos dentro del contexto de la plástica mexicana de las más recientes cuatro décadas.

Y si bien la música ha sido un terreno por demás fecundo para estas variaciones sobre un mismo tema, lo cierto es que la historia del arte todo no podría pensarse sin estas constantes de la tradición y la originalidad, como bien escribió Pedro Salinas al referirse a las usuales y a la vez revolucionarias Coplas a la muerte de mi padre de ese enorme poeta de transición que fue Jorge Manrique. Es más, el itinerario creativo de un artista es, en sentido estricto, tal y como lo ha dejado ver Gaston Bachelard, una suma inagotable de mudas de piel, un cotidiano reacomodo de sus miedos y obsesiones, una perseverante lucha por permanecer en la transformación, de lo cual da clara constancia la admirable obra multidimensional de Benjamín Domínguez.

el20elogio20de20la20miradaEnceguecedora luminosidad

Creador de saltos inusitados, de malabarismos extremos, este reconocido artista de claroscuros y tonalidades, de texturas y ropajes, de un colorido que por su exuberancia mucho contrasta con la enceguecedora luminosidad de su desértico Jiménez —en una de esas milagrosas paradojas más del arte, fuente primigenia de un mágico universo poblado por seres barrocos cuando no exóticos, unos hermosos y otros aterradores—, Benjamín Domínguez fue capaz de construir un condesado y fantástico microcosmos que de entrada nos seduce por una aquí del todo significativa simbiosis del mundo inasible de los sueños y el terriblemente codificado de la realidad.

No hay que olvidar que la escritura es imagen, y que a su vez la imagen constituye otra forma de escritura, lo que este humanista/pintor siempre supo muy bien y en su plástica se potencia hasta el infinito, porque es innegable que en su obra plurivalente, multifocal, abierta en su compás a las más de las fronteras, la nutrida carga referencial suele apuntar no sólo hacia otros momentos de la historia de la creación plástica, sino también hacia otros ejemplos de las artes visuales, de la literatura, de la música y de la cultura en general. Hombre culto y creador inquieto, Benjamín Domínguez era uno de esos artistas capaces de reinventarse todos los días, de replantearse temas y situaciones, de reconstruir atmósferas y personajes, o de plano de virar sus sentidos hacia otras preocupaciones que siempre terminaban por conectarlo con lo que le obsesionaba y mejor lo definía. Uno de los artistas más sorprendentes de su generación, su obra plástica se decanta en la madurez de un recorrido creativo cuya elaborada poética llevó hasta sus últimas consecuencias el culto al cuerpo, con todo lo que ello implica de numen del placer, de destino de dolor, de objeto del deseo.

Hace poco más de un año pudimos disfrutar del hermoso libro Benjamín Domínguez que coeditaron la Universidad Autónoma de Chiapas y la Universidad Autónoma de Chihuahua, impecable homenaje bibliográfico en vida que reproduce una buena selección más que representativa de este gran artista. La curaduría fue del propio pintor, quien además era un formidable fotógrafo de su obra, que aquí luce en todo su colorido envolvente, en sus más que sugestivos contrastes, al cobijo de su técnica depurada que resalta los más minuciosos detalles, de la poética y simbólica narrativa que enmarca las escenas de sus cuadros pletóricos de imaginación y creatividad.

Artífice de un universo plástico sólo afín a él, que da clara constancia del itinerario de un artista reconocido por su oficio decantado y por su maestría, por su inagotable imaginación, por su sostenida capacidad de búsqueda, monjas floridas, personajes dispuestos con fastuosos ropajes y antifaces, animales y artefactos mágicos, tatuados sangrantes, entes transfigurados o levitando, alquimistas y prestigidadores, inquisidores y víctimas, pueblan este oasis de la creación desenfrenada.

Con Benjamín Domínguez asistimos al recorrido estético de un pintor profundamente conectado y comprometido con las más sensibles crisis de su tiempo, de nuestro tiempo, para descubrirnos una vez más que el arte de verdad debe implicar siempre una búsqueda incansable de nuevos caminos y posibilidades, incluida una última etapa mucho más crítica y reflexiva vinculada a esos censurados y por lo mismo clandestinos recovecos de transgresión sensual y erótica, a los llamados “intersticios oscuros del placer y del dolor”: dolientes, flagelados, sangrantes, moribundos, cuando no personajes entregados a la práctica silente pero exhibicionista de vedados espacios de la concupiscencia o del sadomasoquismo.

Hombre siempre generoso

Creador de una obra cargada de múltiples símbolos y códigos, Benjamín Domínguez se propuso un replanteamiento del entreverado mundo del barroco que mucho coincide con su personal estética pero además con su no menos lúcida y crítica interpretación de una contemporaneidad igualmente plagada de toda clase de contradicciones. Como la de otros grandes artistas, su obra es un llamado de frente a una realidad que por muchas de sus manifestaciones nos indigna, por sus grados de violencia y de perversión sin control, corroborándonos que el arte en su estado más puro sólo puede hacernos volver la mirada a cuanto de sublime y de grotesco se puede agolpar en un mismo ser, en eso que los románticos llamaron el aliento de la vida humana.

Me duele además despedir a otro amigo entrañable que se nos adelanta, quien fue además un hombre siempre generoso y con un enorme sentido del humor que nos contagiaba. A quienes mucho te queremos y admiramos, tu reveladora y visionaria obra siempre nos acompañará, como otra prueba fidedigna de que sólo el arte y el conocimiento al servicio de la vida y de la integridad podrán salvar a esta humanidad ensombrecida por sus rasgos más abyectos. ¡Descanse en paz!