En la segunda década de vida de un circuito cinematográfico que ya ha probado su éxito y su consolidación, el Tour de Cine Francés representa una muy saludable bocanada de aliento para aquellos cinéfilos todavía fieles a los cada vez más esporádicos recuentos de otras cinematografías distintas a la hollywoodense. Y este arraigo se confirma con que sea considerado además el festival de cine galo más exitoso fuera de Francia, y que exhibiéndose desde hace muchos años en importantes cadenas comerciales de nuestro país, haya alcanzado el año pasado el récord de cerca de 330 mil espectadores, cifra esta nada despreciable si consideramos que sólo dura algunas semanas, y que se presenta sólo en algunas salas y no en todos los horarios. Si bien llega a mostrarse de todo, como en cualquiera otra cinematografía, no deja sin embargo de prevalecer aquí la buena factura y sobre todo un ritmo y temáticas diferentes.

Un actor de color en Francia

De las cintas francesas que se han presentado este año, Monsieur Chocolat (Chocolat, 2015) es una de esas típicas cintas nostálgicas de época que en principio interesan por la pátina del tiempo que atrás las impulsa, con la buena factura de un realizador comprometido no sólo con la historia sino con el contexto que la cobija. A partir de personajes y hechos de la vida real, el también probado actor y adaptador Roschdy Zem se ocupa aquí de la turbulenta y a la vez interesante existencia de Rafael Padilla, un esclavo cubano negro que, a finales del siglo XIX, más o menos alrededor de los años en que en su país se fraguaba la Independencia, fue vendido para viajar primero España como minero y sirviente, y más tarde a Francia donde se convirtió en el primer actor de color en pisar allí un escenario.

Primero en un circo y después en el teatro, Rafael Padilla, nombrado precisamente Chocolat, fue víctima del racismo en el país que entonces se suponía más abierto e incluyente del mundo, defensor de los derechos humanos, pero que en la práctica mostraba las tensiones propias de una sociedad que luchaba por ingresar en la modernidad. Parodia de caníbal, patiño de otro reconocido comediante inglés (George Tudor Hall) que con la creación de la pareja de payasos Footit e Chocolat salvó su carrera en declive, revolucionando el arte del clown, Zem se detiene y sobre todo ahonda en las consecuencias de quien, en su condición de minoría, se propuso romper con estereotipos y sobre todo hacerse de una personalidad propia gracias a sus atributos como primer actor. Quien sobre la marcha aprendería a leer y a escribir, Padilla se hizo devoto admirador de la obra de Shakespeare, y cuando tuvo la osadía de convertirse en el primer Otelo negro, cuando la tradición era que los histriones blancos se oscurecieran el rostro, recibió las reprimendas de quien se atrevía a ir a contracorriente y querer cambiar el curso de la historia.

 Chocolat

Implicaciones raciales

Primeras figuras en el Nouveau Grand Cirque y el Folies-Bergère, como bien lo describe el historiador Gérard Noiriel, Footit e Chocolat fueron pintados por Toulouse-Lautrec y filmados por los hermanos Lumière, y su gran éxito se empezaría a ver opacado por las implicaciones raciales tras el escandaloso juicio del capitán judío Alfred Dreyfus. En derredor de quien moriría en la más absoluta ignominia en 1917, tuberculoso y olvidado, antes de cumplir los cincuenta años de edad, Monsieur Chocolat consigue un muy conmovedor biopic al centrar su atención en la personalidad compleja y melancólica de Rafael Padilla, en sus muchas tribulaciones dentro de una época constrastante y todavía cargada de prejuicios —¡qué diremos de la nuestra en este país, a más de cien años de distancia!—, en su no menos entreverada relación con su colega George Tudor Hall. Espléndido mano a mano de dos extraordinarios actores, Omar Sy y James Thierrée, Chocolat y Footit, respectivamente, ambos sorprenden además por una capacidad expresiva corporal de llamar la atención, que en el caso concreto de Thierrée (nieto nada más y nada menos que de Charles Chaplin) responde por otra parte a una tradición fuera de serie.

En torno a esa vida ambivalente que se transpira en los circos, que si bien invitan al descubrimiento y la alegría, igual esconden misterio y melancolía, como por ejemplo bien se muestra en la famosa ópera Payasos de Ruggero Leoncavallo o en la no menos memorable cinta Los Clowns del inolvidable Federico Fellini, Monsieur Chocolat entremezcla con talento esas dos caras de la moneda que representan la existencia humana. Y todo se torna mucho más dramático cuando descubrimos que, en su condición de homosexual, George Tudor Hall representaba a otra minoría igualmente perseguida y señalada, y es entonces cuando cae en cuanta que su complicidad con Rafael Padilla iba mucho más allá de compartir ambos el escenario y repetir patrones destinados a mantener el statu quo. Honesta y bellamente hecha, con una puesta en escena impecable, y más allá de mostrarnos una realidad dolorosa, Monsieur Chocolat termina por ser también un bello canto a la libertad, a la solidaridad, a la lucha denodada por un ideal entrañable, aunque la vida misma vaya de por medio.