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Pareciera ya no tener cabida dentro de un mercado literario preferentemente sensible a historias lineales y convencionales.

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Las últimas palabras…

Mario Saavedra

 

El 25 de noviembre de 2015 se cumplieron 45 años de la trágica muerte del extraordinario polígrafo japonés Yukio Mishima (1925-1970), efeméride por la que el sello español Alianza Editorial (es el que ha publicado la mayor parte de su obra editada en español) dio a conocer, por primera vez en nuestra lengua, dos entrevistas antagónicas y a la vez complementarias para entender mejor a este también complejo y polémico personaje público del siglo XX: Las últimas palabras de Mishima. La inicial, hecha por un crítico literario antagónico y a la vez declarado admirador del talento de Mishima, Takashi Furubayashi, tiene el particular atractivo de haberse llevado a cabo pocos días antes de que se consumara —justo también a los 45 años de edad— el sacrificio más grande e igualmente polémico ejecutado nunca por un escritor; en su particular caso, el ritual del harakiri representó la culminación de una vida y un transcurso estético en plenitud, pero de igual modo resultado de quien se sentía conflictuado con un Japón que se occidentalizaba a paso veloz y renunciaba dramáticamente a su tradicional ideario espiritual. En ella se entiende por qué toda su obra fue una preparación para el desenlace: “A mi parecer, vivir sin hacer nada, envejecer lentamente, es una agonía, es desgarrarse el propio cuerpo. Todo esto me ha llevado a pensar que, como artista que soy, debo tomar una decisión”.

Él mismo un ser contradictorio, por complejo, su muerte sigue hoy representando, como bien escribió Marguerite Yourcenar en su sorprendente ensayo Mishima o la visión del vacío, un suceso difícil de entender para un occidental, pero lo mismo con un sentido íntegro para la cultura japonesa y para el propio autor de Confesiones de una máscara, quien educado por su abuela en la doctrina samurái fue receptor de una herencia que parecía extinguirse. De formación marxista y uno de sus más acérrimos rivales, Furubayashi veía en Mishima a un ultranacionalista japonés de mente atribulada y personalidad enferma, si bien reconocía de igual modo en él a uno de los creadores más geniales del siglo XX. La otra entrevista, de su especie de maestro Hideo Kobayashi, y de varios años antes, contrasta con la anterior precisamente por un hondo nacionalismo compartido, a la vez que refleja también una fascinación por la obra sui generis de un inusitado talento creador.

 

Ante el nuevo Japón y Mario Bros

Si bien Mishima nunca encajó en el Japón de la posguerra en el que paradójicamente se consolidó su carrera en muy diversos ámbitos del quehacer artístico, fue crítico incómodo ante el debilitamiento del Imperio, la vulnerabilidad de las islas japonesas, el trauma del ataque atómico y el abandono paulatino de las viejas formas en medio de un obnubilamiento tecnológico que hoy es bandera nacional pero entonces representaba una novedad… ¿Cómo hubiera recibido Mishima, por ejemplo, el hecho de que Japón, en la figura de su máxima autoridad gubernamental, hiciera su presentación como próxima sede de los Juegos Olímpicos con un símbolo de su tecnificación como “Mario Bros.” y no uno de su milenaria tradición cultural?

mishima

Un esteta tradicionalista conflictuado por ver cómo irremediablemente su mundo idealista y simbólico se desvanecía, en estas dos reveladoras entrevistas se muestra de cuerpo entero, a través de sí mismo, la honda poética de un creador cuya obra a la vez densa y sensitiva gira obsesivamente en derredor de la triada belleza-erotismo-muerte, tras la búsqueda persistente de la perfección. Obras suyas como las que componen la definitiva tetralogía novelística El mar de la fertilidad, o El pabellón del oro, o Música, por ejemplo, traducen su manifiesto ideario, en la medida en que constituyen una prueba fehaciente de quien logró hacer de la escritura un ritual de iniciación y de destino, y estos principios difícilmente podrían coincidir en otro escritor japonés de hoy como Haruki Murakami, quien por cierto ha marcado su distancia a partir de una vocación en su caso más bien afín a modelos establecidos.

Imaginación, inteligencia y hallazgo poético

Para muchos, el más dotado de los escritores japoneses del siglo XX, como incluso lo reconoció su mayor Yasunari Kawabata cuando se hizo acreedor este último al Premio Nobel de Literatura en 1968, se entiende por qué las nuevas generaciones de lectores poco o nada se identifiquen con él, pues un escritor como Yukio Mishima pareciera ya no tener cabida dentro de un mercado literario preferentemente sensible a historias lineales y convencionales, plagadas de clichés y estereotipos. Para prueba, algunos botones.

Para quienes todavía se sienten afines a este escritor de culto, a su obra definitiva y definitoria, Las últimas palabras de Mishima abona a la comprensión de un artista que debiera conocerse y admirarse sobre todo a partir de un acercamiento lúcido y sensible a su obra, que es encuentro gozoso de imaginación, inteligencia y hallazgo poético. Su personalidad altisonante y su vida excéntrica son otra cosa, apenas los prolegómenos de quien en carne propia experimentó el enfrentar a un establishment que en sordina asumía la derrota y se acomodaba a un sistema de vida consumista y más bien frívolo, por supuesto incapaz de reconocer que un personaje como Mishima sólo lo retaba con sus guiños de insolencia y desparpajo.