Progresismo vs. conservadurismo

Por Guillermo Ordorica R.

El pontificado de Francisco deja ver los diferentes perfiles de un religioso cuyo magisterio oscila entre un refrescante progresismo y un conservadurismo a ultranza. La Iglesia católica, que de fines del siglo XIX a la fecha ha vivido bajo el signo de la tensión entre los simpatizantes de las enseñanzas de los concilios vaticanos Primero y Segundo, afronta hoy el reto de avanzar en el desahogo de una agenda novedosa, llamada a incorporar la discusión sobre los grandes temas de nuestro tiempo y a valorar las necesidades espirituales de las generaciones actuales. Para el papa Bergoglio la situación es difícil, entre otras razones porque a estos retos se agregan los que plantean a Roma el avance del relativismo, otras denominaciones cristianas y religiones como el islam, el judaísmo y el budismo.

La baraja de temas que integran la agenda vaticana se presume, por decir lo menos, variada y compleja, tanto como los asuntos que interesan a la comunidad internacional, no sólo en capítulos relacionados con la gobernanza global sino, en particular, con las consideraciones éticas y morales que ofrecen plataforma a la cada vez más diversa civilización occidental. La Iglesia, que se ufana de ser maestra del deber ser de dicha civilización, se encuentra en una delicada tesitura, que en beneficio de su propia supervivencia le exige reflexionar, entre otros, sobre asuntos relacionados con familia, género, vida y salud reproductiva. De similar manera, la institución eclesiástica afronta el desafío de profundizar en el diálogo interreligioso, de tal suerte que se diriman diferencias, se propicien acuerdos y se eviten desencuentros animados por razones de fe en diferentes regiones de la esfera.

Este doble ejercicio de reflexión parte de la misma divisa de estimular la tolerancia y el respeto a lo diferente, de apreciar todo aquello que, aunque se aleje de lo que la Iglesia considera correcto, finalmente existe y es parte de la vida cotidiana de las personas en los cuatro rincones del globo. En los pasillos del palacio apostólico existe la certeza de que el mundo está cambiando de manera acelerada y de que la Iglesia, si ha de sobrevivir en el largo plazo, está obligada a no cerrar los ojos a esas nuevas realidades. Cierto, entre los integrantes de la curia romana hay desacuerdos importantes, incluso escándalo por los temas que generan polémica; sin embargo, a diferencia del pasado y para fortuna nuestra, Francisco ha mostrado entereza intelectual para escuchar y discutir planteamientos que a nadie deberían asustar.

Éste es el entorno donde el papa argentino cumple a diario con su elevada encomienda; un ambiente religioso y también político que se está habituando a las frecuentes sacudidas de un pontífice progresista en materia de preservación del medio ambiente y de la casa común, que se solidariza con los pobres y denuncia las causas que generan la marginación; un papa que reconoce carecer de autoridad para opinar sobre la vida de personas cuyas preferencias sexuales son distintas a las que avala la Iglesia y que sin embargo, en un gesto muy conservador, ha expresado su oposición al matrimonio gay al valorar que se opone al concepto tradicional de la familia.

No podría ser de otra manera; justo porque la Iglesia aspira a seguir siendo maestra de occidente, está impedida para ubicarse a la vanguardia de la sociedad y asumir como propias las reivindicaciones de las nuevas generaciones. Unos pasos atrás de éstas, Roma hace lo posible por asimilar las inéditas transformaciones que experimenta el mundo de nuestro tiempo, y en ese ejercicio va generando los ajustes doctrinarios y los acuerdos que permitan a la cúpula eclesiástica impulsar un magisterio más atractivo para los jóvenes, quienes son crecientemente ajenos al dogma, más cercanos al relativismo y víctimas, casi siempre inocentes, del mercado y sus excesos.

En este contexto, del 15 al 17 de septiembre último Francisco convocó a una reunión en el Vaticano a los más de cien nuncios pontificios que representan a la Santa Sede en el globo, para reflexionar sobre los temas que preocupan a la Iglesia, entre los que destacan aquéllos de género y el diálogo interreligioso, en especial con el Islam. Si bien pareciera que dicha agenda es limitada, la verdad es que abre puertas a toda una cascada de inquietudes adicionales relacionadas con la postura que Roma podría adoptar en renglones tan polémicos como el mencionado matrimonio gay; la adopción de una pastoral para divorciados y comunidad LGBT; la participación de la mujer en la vida eclesiástica, incluso su acceso al sacramento del sacerdocio; pederastia; salud reproductiva y aborto; así como combate a la corrupción y rendición de cuentas en el interior de las instituciones eclesiásticas. Paradójicamente, el conjunto de tales asuntos conduce a la espina dorsal de la Iglesia, es decir, al propio primado de Roma y a cuestionar su condición autocrática. Con este tipo de reuniones, Jorge Bergoglio está abriendo la caja de Pandora y fomentando la colegialidad en la toma de decisiones, por ejemplo a través del sínodo de obispos y del colegio cardenalicio, cuya integración por cierto está modificando Bergoglio con la designación de nuevos purpurados. Las consecuencias son impredecibles.

 Hace cinco siglos los primeros franciscanos se distanciaron de su cosmovisión de Orbis Tertius (mundo de tres continentes) para venir a predicar al Orbis Novus (nuevo mundo). De manera similar a lo que entonces ocurrió, es probable que el reto más importante de Francisco sea atreverse a dar el paso definitivo para edificar la Iglesia que requiere el mundo del tercer milenio, donde abundan nuevos escenarios para su actuación deseable y posible. Mientras tanto, para seguir avanzando en la denominada segunda y definitiva evangelización del planeta, el obispo de Roma insiste en denunciar la naturaleza perversa de la economía de mercado y envía señales contundentes de su compromiso por cambiar las estructuras que alimentan la pobreza. Jorge Mario Bergoglio, siguiendo el ejemplo del “pobre de Asis”, parece estar resuelto a apropiarse de las palabras de Lucas (1:52): deposuit potentes de sede et exultavit humiles.

Internacionalista

Guillermo Ordorica R.