Carta abierta a la embajadora de EU/II y última parte

Por Guillermo García Oropeza

En mi artículo anterior, excelentísima señora, señalaba que Enrique Krauze ha sido de los pocos mexicanos en mencionar lo inmencionable que es que las medidas de Trump contra México serían el equivalente a una situación de guerra. Una guerra, claro, que no puede estallar militarmente, y que estaría, sin embargo perdida desde un principio y generaría en los mexicanos un sentimiento de rencor y de odio hacia Estados Unidos, abriendo viejas heridas históricas. Estas se remontan para muchos mexicanos hasta el mismo primer embajador Joel Poinsett e incluyen la Guerra del 47, la pérdida de la mitad del territorio nacional y las múltiples intervenciones a las cuales incluso México dedicó un museo.

Hay muchas razones para el antiamericanismo, como existen ligas positivas, familiares, económicas, geográficas con este incómodo vecino del norte. Incómodo y al mismo tiempo conveniente, esa es la paradoja.

Por otra parte, la actitud de Trump viene a destruir una política amistosa “del buen vecino”, que se remonta cuando menos a Franklin D. Roosevelt, y que continúan presidentes republicanos o demócratas como el muy querido Jack Kennedy.

Una buena vecindad que se complica a partir de los tratados de libre comercio y de la masiva migración mexicana en Estados Unidos. Romper eso de un hachazo con la erección de un muro que separaría al mismo ecosistema me parece que es una aberración sólo explicable por profundas causas políticas que Trump está explotando con gran habilidad, causas que sobrevivirían a la derrota electoral de Trump y que de alguna manera tendrán que ser resueltas.

Sería muy difícil estimar los daños que para México y para la zona fronteriza en Estados Unidos traería el muro pero el sufrimiento humano en tantas gentes relacionadas con México o con Estados Unidos, en ambos sentidos, son algo que debería ser tomado en cuenta más allá de la simple conveniencia política, aunque sabemos que la política no tiene moral sino únicamente pragmatismo.

El muro sería, claro, un excelente negocio para sus constructores y curiosamente el muro me recuerda la mentalidad del ghetto es decir, de la separación en una especie de jaula de un grupo despreciado, y sin embargo estos muros parecen estar de moda en la política mundial pero ninguno de los que yo conozca sería tan terrible como el muro mexicano de Trump.

Quizás ingenuamente pienso que ni Lincoln ni Roosevelt ni Eisenhower ni Richard Nixon, que abrió las puertas a China, estarían de acuerdo con la propuesta del hombre de negocios Trump, quizá por que fueran políticos de formaciones muy diferentes. Por lo demás, pienso que todo este terrible asunto es evitable, que diría aquella canción “It ain´t necessarily so” que Dios nos condenó a ser vecinos y que de nosotros depende serlo buenos.

Con un saludo respetuoso le ofrezco estas ideas que creo compartir con muchos mexicanos.

guillega60@hotmail.com

García Oropeza