No es balandronada

Por Magdalena Galindo

Como era de esperarse, el paquete económico de 2017, en particular por los recortes presupuestales, ha provocado una ola de protestas entre los sectores afectados. Como ya comentamos en estas mismas páginas, la reducción del gasto público afecta al conjunto de la población, por varios caminos. En el terreno monetario, porque al haber menos dinero en circulación, los créditos se encarecen, por lo cual se reducen las inversiones y, por lo tanto, crece el desempleo.

En el terreno de la producción, porque cuando el Estado gasta menos, reduce su demanda de diversas mercancías, por lo cual las empresas disminuyen su producción y este descenso también conduce al aumento del desempleo. Además, porque la restricción del gasto recae mayormente sobre los trabajadores del Estado y los despedidos pasan obviamente al desempleo, y también porque la falta de ingreso implica que tienen que reducir necesariamente su consumo, lo que redunda también en una reducción de la demanda de mercancías.

Por otro lado, tanto las reducciones de la demanda como el encarecimiento de los créditos son compensados por los empresarios con un aumento de los precios, a fin de mantener sus ganancias, y la inflación también provoca, finalmente, otra reducción del consumo, y esta a su vez un descenso de la producción. En resumen, los recortes presupuestales generan una espiral descendente, signada por la recesión, o sea una caída de la actividad económica, mientras aumentan el desempleo y la inflación.

Pero si esos son los efectos sobre el conjunto de la economía, es evidente que los recortes no se aplican en la misma medida a los distintos sectores, de manera que algunos no sólo sufren los efectos generales de la disminución del gasto público, sino que resienten de una manera más directa los recortes presupuestales.

En el proyecto enviado por la Secretaría de Hacienda al Congreso, cuatro son los rubros más afectados: Petróleos Mexicanos, el campo, la educación y la salud. Aunque Pemex ha sido el rubro más castigado por los recortes, y ya cuenta con más de 12 mil despedidos, no ha habido una movilización de protesta. En cambio, tanto en la educación donde se bajó un 10.6 por ciento su presupuesto y en salud con un descenso de 10.8 por ciento, los trabajadores preparan movilizaciones importantes. No sorprende que sean los campesinos quienes organizaron caravanas a la Ciudad de México y marchas con miles de participantes, pues al campo se le redujo nada menos que un 29.1 por ciento, es decir casi un tercio de su presupuesto.

Aunque el grito era un poco más florido, lo que expresaron en su marcha multitudinaria fue que están hartos de los recortes. Y es que, en efecto, una de las líneas de las políticas neoliberales que padecemos es castigar de manera particular al campo y los campesinos. Desde tiempos de Miguel de la Madrid, y quizá lo podríamos extender al sexenio de López Portillo, se decidió que la propiedad social, es decir los ejidos y tierras comunales, debía erradicarse y que la producción de granos básicos, principal ramo de la producción de los campesinos, ya no era tan necesaria, sino que desde el punto de vista de los funcionarios era más conveniente importar los granos y apoyar a las grandes empresas agropecuarias que podían exportar sus productos. Vino entonces un cambio sustancial en la política dirigida al campo, ya que en vez de los programas que, aunque sea de manera precaria y diferenciada, buscaban impulsar la producción, se pasó a una política asistencialista, en la que se procura apenas que los campesinos no se mueran de hambre, pero se retiran los apoyos a la producción y desaparecen casi todas las instituciones dedicadas al campo.

Es lógico que los campesinos reunidos en una amplia alianza que abarca desde organizaciones con décadas de existencia hasta otras de reciente formación, y manifiesten que están hartos de los recortes presupuestales. También hay que escucharlos cuando advierten que, si no se atienden sus demandas, “el país se puede incendiar”. No es una balandronada, es un grito de desesperación porque “el campo no aguanta más”.

Magdalena Galindo