Por Mario Saavedra

 

Entre tantas sensibles ausencias,

a la memoria también de Luis González de Alba

 

Pocos días después del deceso de nuestro admirado y entrañable René Avilés Fabila, murió el dramaturgo italiano Dario Fo (Sangiano, 1926-Milán, 2016), y como siempre suelen darse inexplicables coincidencias, no deja de sorprenderme que yo ya estuviera terminando de leer su extraordinaria y muy sugestiva biografía novelada Lucrecia Borgia, la hija del Papa (Siruela, 2014). Incluso llegué a hablar ampliamente con René del ya nonagenario Fo y de este bello y sui generis libro en su haber, porque con una muy sólida y juiciosa investigación atrás, en ese estilo mordaz y agudo que tanto caracterizaba al memorable polígrafo italiano y con el cual el mismo René se identificaba, rescata una figura femenina injustamente satanizada por la leyenda y desde luego más víctima de sus —esos sí— siniestros padre y hermano: el papa Alejandro VI y el “Duque Valentino”, Rodrigo y César Borgia, respectivamente.

Originalmente estudiante de pintura y arquitectura en la Academia de Bellas Artes de Brera en Milán, sí, por supuesto vinculada a la maravillosa Pinacoteca homónima donde se encuentra esa revolucionaria gran témpera de Andrea Mantegna que mucho abonó a la perspectiva en la pintura (Lamentación sobre Cristo muerto, de 1480, año en que preciosamente nació Lucrecia), Dario Fo maduró allí un talento que no solo sería vital en su postrera vocación teatral sino además en su obra como ingenioso ilustrador de muchos de sus propios libros y programas de mano. De hecho, el libro mencionado sobre la hermosa y aquí brillante Lucrecia, que fue uno de sus últimos textos, contiene una variada gama de acuarelas en torno a la protagónica Lucrecia, a los varones Borgia, a los Sforza, a los Aragón, a los d’Este, donde el también artista plástico revela una no menos original creatividad en esta materia.

¿Por qué no el Nobel?

En este mundo cada vez más al revés que vivimos, y donde el arte y todo lo que lo mueve pareciera alejarse más de aquellos valores clásicos a los cuales se refiere Mario Vargas Llosa en su visionario gran ensayo La civilización del espectáculo, no deja de llamarme la atención que a un apenas muy talentoso cantautor como Bob Dylan le hayan concedido el Premio Nobel de Literatura. Pero la verdad es que esta confusión empezó cuando en 1953 se le dio al eso sí gran político e historiador Winston Churchill, y el año pasado a la periodista bielorrusa Svetlana Aleksiévich, con tamañas pifias de ausencia en el pasado, cuando ya se daba el galardón, como Zola, Tolstoi, Strindberg, Pérez Galdós, Proust, Conrad, Kafka, Joyce, Borges, por sólo mencionar algunas de las más escandalosas omisiones en un premio que la verdad ha ido dando bandazos. Si se trataba de dárselo a un norteamericano, por eso de los equilibrios políticos, ¿acaso no lo merecían más Philip Roth o Paul Auster, también contraculturales, si es que eso pesaba?

Alguien me adujo que por qué no lo podía haber ganado Dylan, si hace poco menos de una década se le había otorgado a un dramaturgo como Dario Fo, a lo cual respondí no menos categóricamente: “El teatro es género literario desde sus orígenes y Fo tenía los méritos, y es más, el propio Nobel de Literatura ha distinguido a otros ilustres y también revolucionarios dramaturgos como Maeterlinck, Shaw, Pirandello, O’Neill, Camus, Sartre, Beckett, Pinter y por supuesto el propio Fo, sin mencionar otros grandes narradores laureados que incidentalmente escribieron teatro. ¿Y si no dónde dejamos a Sófocles, a Eurípides, a Plauto, a Shakespeare, a Lope de Vega, a Moliere, a Goldoni, o a García Lorca que de no haber muerto tan joven —eso hubiéramos esperado sus admiradores— seguramente lo habría ganado?”

Una feroz crítica contra el poder político o eclesiástico

Dario Fo comenzó su carrera teatral como actor y autor de obras satíricas en la década de los cincuenta, y a mediados de ese mismo decenio se casó con la talentosa actriz Franca Rame, compañera de ruta escénica y con quien fundó por esos años la compañía Dario Fo-Franca Rame, y más tarde la mucho más independiente y autogestiva Nuova Scena que hacia los setenta se transformaría en el colectivo La Comune. Conocedores y promotores a ultranza del enorme legado de la Comedia del Arte italiana, con su hijo Jacobo emprendieron una de las campañas teatrales más prolíficas y generosas de la segunda mitad del siglo XX, con la producción de innumerables obras donde el talento satírico de Fo recrudecía su feroz crítica contra el poder político o eclesiástico, contra los embelecos de la mafia, sin dejar de exhibir la corrupción, la impunidad, el latrocinio, la hipocresía moral, como epidemias de una condición humana especialmente proclive a la depredación y el canibalismo. Obras suyas ya clásicas como Los arcángeles ya no juegan a las máquinas de petaco, Misterio bufo, Muerte accidental de un anarquista o Aquí no paga nadie, dentro de una producción tan cuantiosa como ecléctica, son ya textos dramáticos referenciales del teatro contemporáneo.

Autor de una obra tanto creativa como de investigación variada y prolífica, valiosa por sus diversos acentos, Dario Fo fue generador además de un impulso teatral que en sus varias e importantes facetas quedó muy bien plasmado en su autobiografía, de 2002, El país de los murciélagos. Su teatro incisivo e irreverente, a veces casi incendiario, siempre comprometido, no deja títere con cabeza, y un más que elocuente epílogo de ese transitar sin mácula es su vital y conmovedor mensaje que con motivo del Día Mundial del Teatro se difundió en 2013 por todos los escenarios activos del orbe. ¡Descanse en paz!

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