Cervantes y su Quijote

Por Mario Saavedra

El pasado 29 de septiembre, en el Día de San Miguel Arcángel, se celebraron 469 años del nacimiento de Miguel de Cervantes Saavedra (Alcalá de Henares, 1547-Madrid 1616), de quien por cierto este año se está conmemorado también el cuarto centenario de su fallecimiento, pues murió el mismo año y el mismo mes, y sólo por un día de diferencia, que ese otro gran coloso de la literatura universal que fue —y sigue siendo, ya que su obra permanece incólume— el inglés William Shakespeare. Si bien el dramaturgo por excelencia de la Modernidad sólo vivió cincuenta y dos años, dejando de existir un 23 de abril de 1616, el padre de la novela moderna por antonomasia casi alcanza los setenta y dejó este mundo apenas un día antes que su contemporáneo. ¡Vaya coincidencia!

Si ya en este mismo espacio le había dedicado un número al autor de Macbeth, y de quien quizá su producción dramática en conjunto ha sido estudiada como ninguna otra, más allá de haber sido también un poeta sensible y dotado, no hay obra individual más traducida —sólo por debajo de la Biblia— y glosada que El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, que el autor concibió en su madurez y la etapa más prolífica de su vida. También él mismo poeta y dramaturgo reconocido, lo cierto es que su demás producción, incluidas sus Novelas ejemplares y sus Entremeses, su poesía de oficio, quedan por debajo de lo que condensa e implica su gran obra maestra, de la que aparecieron la primera parte en 1605 y la segunda en 1615.

Un hito en el curso de la literatura universal, y por supuesto en el de la propiamente española, El Quijote de la Mancha representó un parteaguas en el desarrollo de la novela hacia la Modernidad, pues más allá de ironizar en torno a la narración lineal caballeresca que desde la baja Edad Media había empezado a gestarse como espejo de un época de cargado simbolismo idealista, Cervantes realiza también una crítica acerva a una España en plena crisis de valores. Pero esta obra monumental no sólo implicó una sacudida sin prejuicios a la moral española que después de un prolongado oscurantismo se había resistido a dar entrada cabal al Renacimiento, con la incubación casi inmediata de una Contrarreforma no menos atávica —eso sí, contrastante en su gran caudal artístico—, sino además el arribo definitivo de un género moderno que desde Cervantes impuso sus atributos más complejos y característicos, a decir, su eclecticismo, su carácter híbrido, la digresión narrativa, con la búsqueda de la esencia del ser —su Humanismo denodado— como bien ha descrito Milan Kundera como una de las más significativas herencias del genio de Cervantes para la posteridad.

El Quijote de la Mancha

En una imagen del 23 de abril de 2016, en Madrid, un libro antiguo empastado en piel del Quijote de la Mancha.

Volviendo a Kundera, a su extraordinario gran ensayo El arte de la novela, él reconoce en el también autor de La Galatea y El coloquio de los perros, en su gran obra maestra, uno de los más visionarios momentos de quiebre en el curso del arte, en cuanto en ella se concentra, como en el teatro de Shakespeare, de sabiduría y comprensión de la naturaleza humana de frente ya sólo a sí misma. No deja de llamar la atención que esa enorme bocanada de aliento haya generado precisamente en España un vacío casi inmediato con respecto al propio Cervantes y a su imponente gran edificio narrativo, en buena medida porque se trataba de una obra visionaria muy adelantada a su tiempo y que exponía sin cortapisas las heridas más sensibles de una nación entonces en negado contacto con el mundo.

Sería hasta un siglo después que escritores como Diderot y Voltaire en Francia, y Laurence Sterne es Inglaterra, se acercarían a esta gran impronta cervantina, con la concepción de novelas dieciochescas que como Santiago el fatalista, Cándido o Tristram Shandy seguían el modelo portentoso del autor de El Quijote de la Mancha, sin tampoco pretender si quiera comparársele. Después de otro silenciamiento que se extendió incluso hasta muy avanzado ese otro gran siglo de la novela que fue el XIX, aunque en algunos casos con el ancla atrás del legado cervantino, la verdad es que los primeros españoles que se acercaron de verdad a Miguel de Cervantes y su obra colosal fueron los de la Generación del 98, pues pensadores y escritores de la talla de Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Azorín y Antonio Machado reconocieron que no había otra instancia mejor para reincidir en una crítica punzante a la realidad española (tras la pérdida de las últimas colonias: Cuba, Puerto Rico y Filipinas) que con el gran modelo cervantino: Cervantes y la novela moderna, El Quijote y el quijotismo, realidad e idealismo, tradición y Modernidad, sociedad e individuo, etcétera.

Varios de los más importantes estudiosos de esta obra suprema de Cervantes han coincidido en que la gran herencia cervantina se ha ido debilitando, conforme la novela ha terminado también por responder a exigencias del marketing que hoy procura sobre todo textos banales y de más bien sencilla lectura. De frente a un mercado literario preferentemente de best sellers, donde parecieran ya no tener cabida los atributos propios de un lector paciente y sagaz como en el que pensaba Cervantes al concebir El Quijote, no deja de ser paradójico que uno de los escritores más citados y en boca de todos —desgraciadamente, el  lugar común— no sea conocido a través de su obra, como debería suceder en todos los casos.