Exposición Toulouse-Lautrec en México

Mario Saavedra

No se puede entender el París de las dos últimas décadas del siglo XIX sin la personalidad y sobre todo la obra ecléctica y visionaria de ese gran pintor, cartelista e ilustrador que fue Toulouse-Lautrec (Albi, 1864-Saint-André-du-Bois 1901), quien con Van Gogh apuntaló el puente de transición entre el Impresionismo todavía decimonónico y el Expresionismo como manifestación de la nueva centuria. Extraordinario cronista visual de la vida nocturna parisina de la época, qué duda cabe que sus aportaciones fueron mucho más allá de establecer un claro distanciamiento con los temas y atmósferas característicos de sus predecesores, cuando su impronta trasciende ese primer espectro y se relaciona más con el temperamento de una nueva escuela de ruptura que tuvo en él —no alcanzó ni los cuarenta años de edad, por desgracia— a uno de sus más notables antecesores, con el Modernismo y el Art Nouveau a medio camino.

Toulouse-LautrecProveniente de una familia noble y con una infancia feliz aunque difícil a causa de un mal congénito seguramente provocado por el vínculo marital entre dos primos hermanos, su condición frágil y un terrible accidente (alcanzaría sólo el 1.52 de estatura) serían determinantes tanto en el desarrollo de su personalidad como en la realización de una obra que contribuyó a marcar nuevos derroteros en el curso del arte francés del siglo XX.  Con los auspicios de su tío Charles y algunos pintores amigos de la familia, en 1881 se fue a París con la única intención de dedicarse a las artes plásticas, y en los talleres de dos conocidos retratistas de la época, primero Léon Bonnat y más tarde Fernand Cormon, confirmó una vocación firme y un talento inusitado para emprender nuevas rutas en el arte.

La fascinación por la vida nocturna

Vinculado al barrio bohemio parisino por antonomasia donde vivió desde 1884, en Montmartre conoció a buena parte de la crema y nata de la actividad cultural y artística del París de entonces, con la oferta de cabarets, salones de baile y burdeles de más intensa actividad. Toulouse-Lautrec convivió entonces muy de cerca con Degas y el propio Van Gogh, por ejemplo, quienes como él preferían de igual modo la vida citadina, como se ilustra también en sus no menos paradigmáticas creaciones. Su fascinación por la vida nocturna lo llevó, como cliente asiduo y retratista incomparable, al Salón de la Rue des Moulins, al Moulin de la Galette, a Le Chat Noir, al Folies Bergère y por supuesto al Moulin Rouge que inmortalizó en sus famosos e inigualables carteles y programas de mano de artistas de la Belle Époque como las bailarinas de cancán Jane Avril y La Goulue o la cantante Yvette Guilbert. Tanto su sífilis como su alcoholismo estarían vinculados a esta predilección por la bohemia disipada, donde surgieron sus formidables bocetos poblados por actores, bailarines, cirqueros, burgueses y prostitutas que retrataba en la fiesta pero también en la intimidad.

Toulouse-Lautrec El llamado del placer y el gozo

Más bien distante a los paisajes y escenas plácidas de los impresionistas, el inusitado arte de Toulouse-Lautrec se caracteriza por los ambientes cerrados y a media luz, incluso con cierta dosis de clandestinidad, donde los rostros y cuerpos en movimiento dan razón de un nuevo estilo de vida mucho más dinámico y extrovertido. Un voyerista empedernido, le interesaban sobre todo las personas y su aspecto, su gusto por la vida en transición e inestable; sus personajes están absorbidos en un presente inmediato que los seduce y atrapa, expresivos y gestuales. En esa existencia entonces todavía soterrada figuran igual cantantes y comediantes, poderosos hipócritas y libres exhibicionistas, que por supuesto comparten una misma condición de sibaritas confesos de frente a quienes asisten al llamado del placer y el gozo.

Ahora en México, en el Palacio de Bellas Artes está por llegar ya a su fin, en sus dos salones extremos de la planta baja, una espléndida exposición con carteles e impresos del acervo del Museo de Arte Moderno de Nueva York, que reúne más de cien obras que bien revelan el enorme talento de este inigualable gran artista francés. Con una extraordinaria curaduría, esta valiosa colección del MoMA combina óleos, dibujos, fotografías, litografías y filmes que abrevaron de la vida parisina —en especial la nocturna— de finales del siglo XIX, donde la chispa y el genio de Toulouse-Lautrec formaban ya parte del inventario. Después de ofrecerse con gran éxito en la Gran Manzana, la Ciudad de México ha tenido la enorme oportunidad de mostrar y disfrutar, gracias a una extraordinaria gestión y puesta del Instituto Nacional de Bellas Artes, de la que quizá sea una de las más completas y mejor montadas muestras en derredor de la personalidad y la obra de esta especie de enfant terrible de las artes plásticas y visuales, quien por otra parte era, haciendo honor a su verdadero talento, un dibujante fuera de serie.

 

Exposición con espíritu de la época

A diferencia de otras exposiciones más bien tradicionales, El París de Toulouse-Lautrec tiene la virtud adicional de ser una muestra vital, intensa por su contenido y su elocuente trabajo de museografía, ambientada conforme a la época y las atmósferas visitadas e ilustradas festivamente por el genio del gran artista francés. Todo el material exhibido, incluso el filmográfico que da vida a un auténtico pequeño cabaret parisino de las postrimerías del siglo XIX, exhuma el espíritu de la época y del propio artista evocados, y la música, que era más que compañera en un periodo del arte particularmente sinestésico, abierto a todos los sentidos, contribuye a situarnos en un tiempo y una ciudad que entonces representaban el centro de la civilización al menos de Occidente.

Fotografías: Palacio de Bellas Artes/INBA/Secretaría de Cultura.