¡Cal exit!/I-II

Guillermo García Oropeza

En medio del pánico y el asombro tras la victoria de Trump aparecen por ahí noticias sugerentes y esperanzadoras y sobre todo poseedoras de una lógica definitiva. Entre esas noticias me entero de que la reacción en California a la victoria del innombrable fue valiente y enérgica. Cien mil ciudadanos salieron en Los Ángeles a manifestarse contra el triunfo del magnate neoyorquino. Y en San Diego otro ciudadano llamado Louis Marinelli inicio, o más bien dio nueva vida, a un movimiento para independizar California de Estados Unidos.

Con el lema “California no es un estado sino una nación”, los independentistas recuerdan que, realmente, California, el “Estado Dorado” es muy distinto de sus vecinos y del resto del país. Para empezar, California es quizás el más multicultural y multiétnico de los grandes estados norteamericanos donde conviven, aparte de anglosajones y afroamericanos, multitud de mexicanos y de orientales con pequeñas comunidades griegas, italianas y hasta armenias. Un verdadero melting pot que requiere de una máxima tolerancia y sentimiento de igualdad.

Donald TrumpEn California, el racismo y la xenofobia de Trump crearía una verdadera revolución. California no es un estado sureño como Alabama o Louisiana donde una mayoría blanca puede sojuzgar a una minoría étnica y no tiene la tradición violenta de Texas. California fue, después de todo, la última tierra prometida para los buscadores de la utopía. Habría que recordar a los granjeros pobres que huían hace años de Oklahoma y que se refugiaron en la generosa California, tal como lo atestiguó la gran novela de Steinbeck Las uvas de la ira que se convirtió en una película de culto político (“Porque nosotros somos el pueblo…”).

Por lo demás California es rica y es, nada menos, que la sexta economía del mundo: agricultura, industria tradicional, tecnología de punta, cinematografía, comercio con el oriente y un atractivo turístico. Sin California se hundirían Nevada y Arizona y su prosperidad atraería los otros estados del Pacífico como Oregon y Washington. Una línea de fractura espectacular.

Marinelli dijo: “Si Donald Trump es la cara de Estados Unidos, entonces nosotros necesitamos otra para California”; algunos pensarán que una independencia californiana es impensable, pero habrá que recordar que Trump también era impensable. No sería la primera vez que Estados Unidos sufrieran la tentación de desunirse, después de todo hubo una gran guerra civil cuando el norte, a sangre y fuego, impuso la Unión a los sureños.

No sé qué pasará en California pero me encantaría verla independiente del manicomio de Trump. Una consecuencia de esta posibilidad es el inevitable atractivo que se ejercería sobre Baja California, y pienso en esa franja de prosperidad que va de Tijuana a Mexicali y que se ve amenazada por la política antimexicana de Trump, que condenaría ambas partes de la frontera a un desastre. Seguramente sería más fácil convivir con una California libre y tolerante.

García Oropeza