Magdalena Galindo

Ciertamente, tienen razón quienes han comparado la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos con el ascenso de Hitler en la Alemania de los años treinta. En ambos casos, la fuerza que los llevó al poder fue el apoyo del gran capital en la cúpula, y en la base una masa de clase media empobrecida por la crisis económica, desesperada ante la pérdida de empleos y su proletarización inminente. También en ambos casos, el discurso se sustentó en dos líneas principales; por un lado, el racismo, que permitía culpar a un grupo humano de los males acarreados por la crisis económica; por otro, en el nacionalismo agresivo que promete recuperar las posiciones dominantes y con  ello lo que esas masas inconscientes consideran las glorias patrias. El ascenso de Trump y su equipo ha causado conmoción en el mundo (no sólo en México, que es sin duda el más afectado) porque significa el resurgimiento del fascismo en el país que no solo es el más poderoso del mundo, sino el más peligroso para el mundo.

Campaña TrumpEn lo que atañe a las consecuencias probables o las áreas más afectadas de México por este neofascismo, habría que señalar en primer lugar la anunciada deportación de tres millones de mexicanos que trabajan en Estados Unidos. Por supuesto, lo más sensible es el sufrimiento humano que acompaña a las deportaciones, y luego, en el terreno económico, el descenso en las remesas que envían los trabajadores mexicanos a sus familias y que resultan estratégicas para el país, ya que en varias ocasiones han superado incluso al petróleo como generadoras de divisas para el país.

En segundo lugar, estaría la fuga de capitales, tanto de inversionistas nacionales como extranjeros, que prevén una recesión en nuestro país y cuyo nerviosismo ya se ha manifestado en las notorias caídas de la Bolsa mexicana en los días subsiguientes a la elección. Tanto el descenso de las remesas como la fuga de capitales inciden de inmediato en la devaluación del peso, y ya se sabe que con la cada día más intensa dependencia de nuestro país respecto de Estados Unidos, la devaluación afecta profundamente la economía y tiende a provocar tanto el descenso de la actividad económica como el aumento de la inflación.

Parece no solo ingenuo, sino irresponsable, confiar en que el millonario Trump vaya a moderar su discurso y sus acciones, porque aquí no solo se trata de una ideología racista y ultranacionalista, sino de un empresario (no de un político como Hitler) que confunde un país con una empresa, y solo le interesa ganar en la competencia salvaje. No obstante, también es obvio que, como una nación no es una empresa, sino una realidad mucho más compleja, el señor Trump no podrá cumplir todo lo afirmado en su deslenguada campaña. Para empezar, hay que destacar que él no ganó la mayoría en el voto popular y que las numerosas manifestaciones en contra demuestran que hay no solo descontento, sino indignación en más de la mitad de la población estadounidense. Por otro lado, también hay que recordar que la migración es uno de los fenómenos más importantes de nuestros días en todo el mundo y que ningún país, y mucho menos por medio de muros, la ha podido detener. En el caso de los mexicanos en Estados Unidos, ciertamente la causa inmediata es la falta de empleo y la pobreza, factores que han aumentado en México, pero también obedece al interés de los empresarios estadounidenses en contar con una fuerza de trabajo que es a la vez barata e indefensa. Las deportaciones, entonces, no solo afectan a los mexicanos, sino también a los propios empresarios del país vecino.

Un caso semejante es el del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Primero hay que decir que las políticas neoliberales y la entrega de los recursos naturales y humanos a la explotación de inversionistas extranjeros, principalmente estadounidenses, forma parte de la ofensiva emprendida en los años ochenta por los países industrializados en contra de los subdesarrollados y que para México ha significado la pauperización de la población en su conjunto, el empeoramiento de las condiciones de vida y la pérdida de soberanía. En general, puede afirmarse que ha dado lugar a uno de los peores momentos en la historia de México y que hoy la nación está en peligro. Al contrario, Estados Unidos ha resultado enormemente beneficiado con el TLCAN, pues la apertura de fronteras ha permitido la libre movilidad del capital y, por lo tanto, la internacionalización del proceso productivo.

En cuanto a que Estados Unidos tiene un déficit comercial con México es una falacia, porque cualquier análisis de las empresas exportadoras que operan en México muestra que la mayoría de las exportaciones (por ejemplo, toda la industria automotriz o la industria electrónica) las realizan empresas extranjeras, la mayoría estadounidenses. Es decir, se trata de exportaciones desde México, pero no mexicanas, de tal modo que la imposición de aranceles o prohibiciones a las exportaciones, afectará de manera inmediata a las propias empresas estadounidenses que establecen en México una parte del proceso productivo para aprovechar los salarios de hambre de los trabajadores mexicanos.

La llegada del fascismo al poder en Estados Unidos debe obligar al Estado mexicano a dejar a un lado las quejas y los temores y a cambiar radicalmente las políticas aplicadas en los últimos años. La tarea inmediata es orientar la economía al mercado interno y recuperar la soberanía y la independencia del país. Apostar a ganarse la voluntad de los jerarcas del país vecino es aceptar el pleno desastre para la nación y la sociedad mexicanas.