Ni modo

Guillermo García Oropeza

Cada año tiene sus nuevos rituales en esta triste época mediática y neoliberal. Uno de ellos es la entrega de los Óscares por esa famosa academia cinematográfica cuyas selecciones, como aquellas de Estocolmo, son siempre discutibles (yo todavía no les perdono que no hayan premiado el Ciudadano Kane del gran Orson), Óscares gringos que tienen  multitud de equivalentes nacionales desde los Arieles hasta los Goyas, están las series mundiales, los mundiales cuando tocan y el gran homenaje que hace la revista Time, el tal Man of the Year, aunque eso de “Man” se puede adaptar a cualquiera de los múltiples géneros de hoy.

Y en este infausto 2016 el ganador es… Donald Trump. Inevitable , inevitable. Aunque no sea por sus méritos sino por encarnar una fuerza política que puede ser un inquietante parte aguas en la historia del mundo no solo en la de Estados Unidos.

Esta distinción —no sería exactamente un premio— se ha dado a  grandes villanos del siglo veinte. Lo ganaron Adolf Hitler y el camarada Stalin (aunque con logros muy diversos ya que Stalin fue un winner y Hitler un loser)  entre tantos personajes mejores aunque no necesariamente tan importantes  por  su impacto en la historia. Impacto que sigue presente muchos años después de la desaparición física de los dos dictadores.

Si bien no existe un hitlerismo organizado como el que hubiera  impuesto el triunfo del Tercer Reich, la nueva derecha europea resucita el nacionalismo a ultranza en Hungría, Polonia y hasta en aquel paraíso de las libertades que es mi amada Holanda. Austria se acaba de salvar por un pelo de un xenófobo; el Reino Unido, tras el brexit, se dirige a otro cerrado y nostálgico sentimiento de supremacía, aunque “la relación especial” con los británicos será, sin duda ,una de las prioridades de la política de Trump.

Mientras tanto en Francia, François Hollande reconoce que ya perdió el juego y deja el socialismo, o lo que queda de él, en manos de figuras emergentes como el franco catalán Manuel Valls frente a una derecha con experiencia y, sobre todo, a una ultraderecha encabezada por una Marine Le Pen enérgica y carismática que puede atraer a un electorado harto de más de lo mismo, de ser una potencia menguante y, sobre todo, de estar invadidos por la avalancha islámica y donde el lema “Francia para los franceses” les suena tan bien como el “Make America great again” del trumpismo.

Es muy pronto para decirlo, pero frente a voces optimistas en el mundo político mexicano que todo lo apostó y todo lo perdió por el neoliberalismo y la dependencia de Estados Unidos, mucho me temo que Trump no puede convertirse a partir del próximo 20 de enero en un sensato estadista y olvidar su temible pero muy congruente proyecto político y económico.

Y no es que esto no vaya con el personaje sino con la inercia del tremendo movimiento que él despertó en un electorado que estaba pidiendo a gritos que el sistema reconociera y actuara frente a tantos males evidentes. Y es que si Trump presidente quiere ser el hombre no del año sino de la década, debe cumplir lo que gritó Trump candidato. Ni modo.

García Oropeza