Elena Garro (1916-1998)
Mario Saavedra
El pasado 11 de diciembre se conmemoró el centenario del natalicio de la notable escritora Elena Garro (Puebla 1916-Ciudad de México 1998), quien manifestó con su largo autoexilio, primero en España y después en Francia, una respuesta más que justificada frente a un sistema político y cultural que reprobablemente la había hostigado. Primero dramaturga, género del que nunca se desvinculó del todo, allí encontró terreno propicio para entretejer las diversas voces que la oprimían; caso extraño, si tomamos en cuenta que la escena suele ser la etapa superior en la creación literaria, se inició en el género teatral, y de ahí brincó a la narrativa en un tono no menos estimable.

Idiosincrasia del mexicano.
Un hogar…
Su primera producción consistente, Un hogar sólido (1958), recoge seis piezas en un acto, de las que su unidad primordial es la idiosincrasia del mexicano; un sutil costumbrismo las aglutina, y su mayor fuerza está en el rigor de las imágenes: “niños que vuelan en caballitos de madera, muertos que buscan sus propios huesos, escupitajos que ruedan como figuras de oro, madres que atraviesan muros y corazones que arden por el aire”. Parecería que hablamos de un “teatro del absurdo”, de un espectáculo de fantasías delirantes; pero no, resulta ser corroboración sublimada de los horrores y búsquedas del espíritu de lo que ha sido nuestra historia, de un ayer ─nuestra memoria colectiva─ que no ha muerto. Es la realidad mexicana cotidianamente enloquecida.
La señora… y Felipe…

Prodigiosa imaginación.
Otras piezas suyas, como La señora en su balcón (1963), se definen por su intensidad poética y su prodigiosa imaginación, impulso que afirmó en varios de sus cuentos y novelas. En Felipe Ángeles (1979), en cambio, dramatiza con una lucidez política ejemplar un episodio de la Revolución Mexicana poco analizado, de frente a un personaje (el estratega militar de Villa, su ente culto y pensante) cuyas consciencia y sensibilidad están marcadas por su destino (casi a manera de tragedia clásica), por ese “destino” premonitorio que el propio revolucionario hidalguense fusilado en Chihuahua reconoce implacable en un juicio tan desgarrador como injusto, porque en su leal y férrea condición democrática se había atrevido a condenar la naturaleza dictatorial tanto de Huerta como de Carranza, los excesos de una revolución inconclusa; como Elena Garro, Felipe Ángeles se debate entre una ancestral religiosidad heredada y un sentido trágico que igual lo persigue, porque como escribió Ortega y Gasset. “El hombre es él y sus circunstancias”.

Lucidez política.
Los recuerdos…
Como novelista no menos visionaria e implacable, en Los recuerdos del porvenir de 1963, debut narrativo tan sorprendente como lo había sido Un hogar sólido en el terreno dramático, es en principio una localidad la que cuenta su propia historia, como antecedente o al menos parada obligada en la ruta de conformación del “realismo mágico”.
Los recuerdos de porvenir le confieren voz propia a Ixtepec, a su memoria desbordada; su personaje neurálgico, nos recuerda la Santa María de Juan Carlos Onetti o el Macondo de Gabriel García Márquez, espacios a la vez existentes y míticos que igual permiten la ignominiosa voracidad de lo real que la ilusoria magia del sueño, la tiranía del dictador que la sublime belleza del amor eterno representado en los dos jóvenes amantes que escapan al oprobio, montados sobre el caballo de la libertad.
La semana…

Debut narrativo.
Una Elena Garro más fresca, con mayores recursos estilísticos, en vuelos más altos y muchísimo más prolongados, es la de La semana de colores, título que reúne trece formidables cuentos. Uno de los relatos así se llama; los otros, que ayudan a componer una vasto crisol de diversos matices ─de ahí que se puedan agrupar, como distintos tonos de ánimo─, se bifurcan por múltiples latitudes y tiempos: los “tlaxcaltecas”, Troya, Guanajuato, Nueva York o Tixtla. El tiempo es su materia principal, un tiempo en el que no se sabe dónde termina la imaginación y dónde empieza la realidad; se va del campo a la ciudad, de un elegante hotel parisino a los más atronadores recuerdos de la infancia. El instante plenamente vivido termina por someter al tiempo cronológico. Es uno de sus más bellos libros, en el que la contención y la sobriedad vienen a ser sinónimo de ecuanimidad y pulimento.

Ecuanimidad y pulimento.
Y Matarazo…

Una de las obras más críticas.
Su última novela editada por Grijalbo, poco antes de su muerte: Y Matarazo no llamó…, permaneció inédita por cerca de treinta años. Si bien su planteamiento es sumamente interesante, su redacción no es la de la escritora madura y depurada de tres décadas después; lo raro es que no la haya corregido con mayor detenimiento, quizá por temor a romper la estructura general del texto. Sin embargo, nos ofrece, y éste es uno de sus mayores atractivos, a una Garro distinta, incursionando una vertiente que no le conocíamos. Es una especie de thriller, género que en este momento sigue estando muy en boga, sobre todo en el cine y en la televisión. Su personaje central, Eugenio Yáñez, termina rendido ante los más horribles y abruptos descubrimientos, hallazgos a los que lo conduce una pesada ingenuidad; él quiere liberarse de las opresiones de su condición de burócrata y su atronadora soledad, y el puerto al que finalmente arriba lo acaba de aniquilar. Lo que es un hecho casi intrascendente, reducido a un simple “obsequio de cigarrillos”, se torna en pesadilla insufrible y agónica.
Y Matarazo no llamó… es una de las obras más críticas de Elena Garro, que impone sobre todo por lo que dice y no por el cómo lo dice… La imagen de una mujer aguerrida, de un talento que se ganó a pulso un lugar preponderante en nuestras letras, a contracorriente y a pesar de muchos, inclusive desde antes de su muerte.