Calexit/II y última parte

Guillermo García Oropeza

Al parecer, tras la victoria de Trump una serie de reacciones negativas se han dado en muchos puntos de Estados Unidos, que demuestran que no están tan unidos, que como en el siglo XIX la Unión se parte en dos y para volverla a unirse lo hace a sangre y fuego en una guerra sangrienta. Y es que aunque la Unión fue promovida a su conveniencia por los estados industriales del norte, nunca fue aceptada en los resentidos estados del sur, que mantienen su bandera, el orgullo, la discriminación contra los negros y la nostalgia por Lo que el Viento se Llevó, por el Gone with the Wind de la novela de Margaret Mitchell y una película mitológica.

Esta vez, con Trump la protesta no viene del sur evangélico y racista (Trump aunque neoyorquino parecería más bien ser un político sureño) sino del norte y oeste liberales. De las grandes ciudades y de una California multirracial, semimexicana y plena de presencia oriental que sufriría una revolución social si Trump se sale con la suya para volver la great America a su primitiva pureza racial porque en un principio las trece colonias eran blancas aunque no necesariamente inglesas (había alemanes, holandeses, españoles y franceses en la Louisiana) pero, bueno, dijéramos “blanca” si no volteamos a ver a los negros cantando en los campos de algodón.

Siendo realistas, la operación de blanquear Estados Unidos requeriría el poder absoluto de un Hitler o de un Stalin o de aquellos terribles turcos que llevaron a cabo el genocidio armenio. ¿Tendrá Trump ese poder? No queremos creerlo pero hay que recordar que los republicanos dominan el Congreso y que el rencor, la frustración de los votantes de Trump, blancos, poco instruidos, fanáticos religiosos y nacionalistas pueden darle el apoyo necesario para que cumpla su programa.

Y es que en la historia  sí pasan cosas malas, o para decirlo vulgarmente en inglés: shit happens. Pero diría Monsi:  “para documentar nuestro optimismo” estamos atentos a esos síntomas de descontento de la Norteamérica inteligente porque claro, esta existe en la Academia, en las minorías étnicas y sexuales, en las mujeres que no son masoquistas y conservadoras, en fin, en lo que Nancy Mitford llamaba “la encantador gente de la Resistencia americana”, hoy esperanza del mundo.

El hecho es que esta elección prueba que Estados Unidos está dividido en dos mitades iguales y opuestas y, pienso, irreconciliables. A mí y a todo México (excepto los que les conviene el trumpismo) nos gustaría que la inteligencia se impusiera sobre los oscuros instintos sociales. Pero el hecho es que tras los desastres neoliberales una opción es, desgraciadamente, la derecha extrema ya en el poder en una parte de Europa y amenazando con llegar al poder por la vía democrática. Por la que llegó Adolfo Hitler en 1933. La esperanza que tenemos es que la reacción contra Trump está encabezada por políticos importantes, por alcaldes de grandes ciudades que tiemblan ente la perspectiva de una expulsión masiva de ilegales (2.5 millones en California) y que prefieren soluciones suaves.

García Oropeza