Los ingredientes preferidos de Trump

Luis Mesa Delmonte*

El ascenso a la presidencia de los Estados Unidos de Donald Trump, ha generado una gran incertidumbre a nivel global, tanto en materia económica como política y estratégica. La región del Medio Oriente ha quedado, desde ya, inserta en estos dilemas.

Una primera tarea será comparar el discurso de Trump durante la campaña presidencial y sus primeras proyecciones, con las estrategias que se apliquen finalmente. Muchas de sus políticas anunciadas podrían dar lugar a mayores tensiones; pero en alguno que otro caso, se especula respecto a potenciales escenarios que no serían totalmente negativos.

El nuevo presidente, a pesar de su marcado egocentrismo y del apoyo de una parte importantísima del electorado estadounidense, tendrá que interactuar con otras opiniones y matices de parte de sus más cercanos colaboradores; lidiar con las presiones que vengan del Congreso y de las grandes estructuras históricas donde se asienta el poder en los Estados Unidos; y ajustar su proyección frente a la evolución de los factores en el terreno y a la aplicación de políticas de otros actores regionales e internacionales hacia el Medio Oriente.

Las propuestas de Trump, vinculan todo el tiempo a factores internos con internacionales, ya sea a la hora de optar por un proyecto económico nacional claramente proteccionista, como en su deseo de recuperar un activismo central para la política y la proyección militar global de los Estados Unidos. En ello seguramente veremos tanto puntos de contactos, como también divergentes.

Junto a temas de alta prioridad como han sido: Rusia, China, la OTAN o México, la lucha contra el terrorismo, la crítica a la comunidad de inteligencia y la imprescindible recuperación económica e infraestructural según su visión de “Make America Great Again”, varios asuntos de la región del Medio Oriente también han tenido un tratamiento preferencial.

Para Trump, el surgimiento del Estado Islámico está ligado a la destrucción del poder de Saddam Hussein en Irak, y hoy es un fenómeno que tiene que ser combatido con fuerza total. En esto tiene total razón, pero la opción que ha planteado es insuficiente. No es simplemente “bombardearlos hasta el infierno”, sino llevar adelante una estrategia múltiple que considere los numerosos factores presentes en el conflicto iraquí, sus intereses y dinámicas específicas, así como la obligada coordinación con otros actores internacionales igualmente interesados en golpear al autoproclamado Estado Islámico.

El Estado Islámico en territorio sirio, recibiría la misma receta de parte de Trump, pero también estaría obligado a optar por una agenda multifactorial. Son muchos observadores los que ya han elaborado un escenario que podría ser positivo para el reencauzamiento del conflicto sirio y su negociación, en caso en que la marcada admiración de Trump hacia Putin, y los intereses para la construcción de una mejor relación bilateral, lleven, por ejemplo, a que Washington y Moscú tracen un plan de cooperación en Siria.

Las críticas que ha recibido Trump por sus declaraciones favorables hacia Putin y Rusia; su rechazo a los informes que advierten sobre una interferencia cibernética rusa para incidir en la campaña electoral estadounidense, que lo llevó incluso a efectuar críticas demoledoras contra la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos; y la designación de Rex Tillerson como nuevo secretario de Estado, son factores que no solo darán de qué hablar dentro de la política estadounidense, sino que favorecerán o no, una coordinación para el caso sirio y otros temas candentes del Medio Oriente.

Rex Tillerson ha sido el director de la gran compañía petrolera Exxon Mobil, que logró contratos multimillonarios con la estatal Rosneft, para perforar en el Ártico ruso con el visto bueno del presidente Putin. Tales niveles de relaciones personales, podrían hacer posible también que ambas potencias logren políticas más afines hacia los recursos energéticos de la zona del Golfo.

El acuerdo nuclear con Irán, fue uno de los ingredientes preferidos de Trump durante su campaña para criticar las concepciones de Obama, y acercarse a Israel al anunciar que procedería a su inmediata anulación. Pero perdió de vista el asunto más importante: que este no fue un acuerdo bilateral, sino una negociación multilateral firmada entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania. La nueva administración está obligada a dejar de lado la opinión extremista de Trump respecto a que fue un “desastre” y “el peor acuerdo que alguna vez se haya negociado”. Por ello, durante la audiencia congresional para su confirmación, el nuevo secretario de Defensa, el general retirado James Mattis, (figura reconocida como un estudioso y serio elaborador de estrategias militares), se mostró partidario de conservar lo acordado con Irán, siempre que no sea violado, con lo cual contradijo abiertamente la visión de Trump.

Respecto a Israel, más allá de este “gesto” sobre Irán, Trump ha criticado a la administración Obama por haber estado presionando a su principal aliado en la zona y tratarlo con desprecio y sin respeto; por haberse abstenido en la aprobación de la Resolución 2334 del Consejo de Seguridad de la ONU que pidió detener la construcción de asentamientos israelíes en territorios palestinos; y anunció que luego de su investidura presidencial reconocería a Jerusalén como capital de Israel, decisión que provocará aún mayores conflictos desde múltiples perspectivas.

Los primeros 100 días de la nueva administración serán clave para ver si en Washington se desarrollan políticas más equilibradas, o por el contrario se promueve una agenda caótica para la región medioriental. Tales resultantes deberán ser observadas muy de cerca por las instituciones e intereses mexicanos, que también enfrentan grandes incertidumbres y retos ante el nuevo presidente en Washington.

*Catedrático del Colmex