Quizá Donald Trump sigue el famoso consejo que Maquiavelo dio al Príncipe: si no eres amado, sé al menos temido. Y el ahora Presidente de Estados Unidos no se cansó de lanzar frases rencorosas y xenófobas contra los mexicanos durante su campaña electoral. Trump construyó su candidatura a partir del miedo y la mentira. Hace un poco más de un año y medio, el republicano demostró explícitamente su odio a nuestro país:

“México manda a su gente, pero no manda lo mejor. Está enviando a gente con un montón de problemas. Están trayendo drogas, el crimen, a los violadores. Si llego a la Casa Blanca construiré un gran muro en la frontera sur. Y haré que México lo pague”. 

Siempre! presenta cuatro historias de paisanos que viven en distintas ciudades de Estados Unidos y que están sufriendo el llamado “efecto Trump”: temor, racismo y desprecio. No saben qué va a pasar ante la amenaza de deportar a millones de inmigrantes indocumentados. 

 

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No estoy seguro aquí

Por Paulina Figueroa

En Nueva Jersey, Estados Unidos, residen cerca de 525 mil indocumentados. Blancos, negros y morenos convergen en una de las 50 ciudades de la Unión Americana. Shajid Rodríguez se suma a la lista de mexicanos que buscaban el “sueño americano”. Cruzar la frontera, trabajar para ganar más dinero, tener una casa y un buen negocio, “darle una mejor vida a mi hija y esposa, en ese tiempo”.

Shajid nació en la Ciudad de México pero desde hace nueve años New Jersey se convirtió en su nuevo hogar. A los 27 años de edad tomó la decisión de salir de México, dejar sus raíces, familia y amigos. Fue difícil adaptarse a una nueva cultura, sin embargo, no sabe en qué momento comenzó a sentirse en casa.

Su primer trabajo lo consiguió en un restaurante lavando platos “recibí mi primer pago 350 dólares”. Tiempo después, lavó autos. Actualmente es tatuador de tiempo completo y no le va tan mal, en Nueva Jersey es algo que está de moda.

El tiempo que vivió en el ex DF sufrió para encontrar trabajo, simplemente no había oportunidades. Las seis largas horas que pasaba en el transporte público hacían que su vida se tornara insufrible. Shajid no tiene duda de que New Jersey es un mejor lugar para vivir que la CDMX. Actualmente tiene un mayor poder adquisitivo y además vive tranquilo:  “Puedes caminar con seguridad en la mayoría de los lugares sin el temor de que seas asaltado o que la policía te extorsione”.

A pesar de haber sufrido actos de discriminación, Shajid, de 36 años de edad, no le pasa por su mente retornar a México. Ver la noticias y platicar con conocidos le ha permitido saber que cada vez está peor la situación en nuestro país. “Los amigos dicen, quédate allá, ahí estás bien, aquí no hay trabajo”.

En Nueva Jersey más del 68% de la población es blanca, seguido por los latinos o hispanos (17%), en tercer lugar se encuentran los afroamericanos (13%), de quienes Shajid ha sido victima de rechazo. Hay algunas razas que no les gustan ver hispanos y los discriminan.

“Los morenos o negros casi siempre quieren robarte o pedir dinero o comportarse con mucha autoridad. Si no les hablas el inglés bien, saben que eres migrante, te agarran de bajada. En ocasiones algunos policías no les caen bien los hispanos”.

Cuando cursaba la High School unos chicos detuvieron a Shajid en los pasillos de la escuela y le dijeron que “apestaba a puerco” y que era un creído. En otra ocasión, unos morenos le dijeron, indirectamente, que no sabían por qué había hispanos en Estados Unidos.

Tras la victoria de Trump en las elecciones de noviembre pasado, una clienta suya, al notar que hablaba español, decidió no tatuarse porque “quería que fuera hecho por alguien que hablara inglés”.

Desde ese día, Nueva Jersey ya no es la misma. Shajid admite que percibe un ambiente de incertidumbre de la comunidad inmigrante, no sabe si a los indocumentados los sacarán y tienen miedo de que los agarren manejando. “Quieren saber si las leyes se pondrán estrictas, estamos esperando que entre Trump como Presidente. Siempre que seas indocumentado te pueden sacar en cualquier momento, no estás seguro aquí”.

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Tú no pareces mexicano

Por Chantal Adriana

Aldo Mendoza tenía tan sólo 7 años de edad cuando su padre, Salvador, tomó la decisión de mudarse a Estados Unidos para conseguir el empleo soñado. “Prieto”, como le llamaban en su familia de cariño, salió de la Ciudad de Chihuahua, Chihuahua en 1993, rumbo a Brownsville, Texas, junto con su esposa Esperanza Trillo y su pequeño hijo.

A pesar de que la familia ingresó al país vecino del norte de manera legal, se encontraron con una serie de trabas que les impidieron convivir en armonía, aún cuando en ese entonces las políticas migratorias no eran tan duras.

En un principio se mudaron a Brownsville una comunidad repleta de latinos. Aldo, ahora un joven de 30 años, no tuvo ningún tipo de problema, ni por discriminación ni por malos tratos.

“Después de ahí nos mudamos a Green Lake, Wisconsin”. Esa pequeña ciudad cuenta con solo mil habitantes, y está muy cerca de Canadá.

Aldo asegura que fueron los primeros latinos en habitar en ese lugar. Para él, el cambio fue muy drástico, aunque para su padre, Salvador, respirar un aire nuevo fue favorable. “Mi papá no tuvo muchas dificultades porque siempre le gustaba andar de aventurero”, pero para él y su madre fue más complicado adaptarse a una cultura desconocida.

La brecha que genera el idioma a veces es inmensa. Aldo tenía problemas para aprender inglés y no había quien le ayudara: “claro que había niños que se reían cuando pronunciaba algo incorrecto, pero eso en cualquier lugar pasa”.

El proceso de adaptación en aquella región de fue rápido. La comunidad aceptó a la familia latina sin más complicaciones, pero tiempo después se mudaron a Winona, Minnesota, en donde nadie quería darle clases en ambos idiomas: español e inglés.

“Mis papás no podían encontrar una escuela que me aceptara porque todos decían que no tenían clases para niños que todavía están aprendiendo inglés”. Aldo tiene recuerdos no gratos de ese colegio: lo trataban mal porque los niños no creían que estuviera a su nivel, “o sea sí era racismo o nomás pura casualidad”.

Para Aldo era difícil ser mexicano y no parecerlo. La tez blanca le valió discriminación por parte de la comunidad latina,  al “no parecer lo suficientemente mexicano”. Él considera que la discriminación en EU depende de la forma en cómo te comportas y cómo te ves.

En la preparatoria Aldo sufrió un tipo de discriminación que no imaginaba: ser blanco, hablar inglés sin acento latino y ser legal, atormentaba a otros latinos; no podían concebir que un mexicano no se vistiera como mexicano, no luciera como mexicano y mucho menos hablara como norteño. En aquella época su madre lo cuestionó:

-¿Por qué no tienes amigos latinos?

-No me quieren, porque no soy suficientemente mexicano para ellos.

A pesar de estos malos momentos, no ha tenido complicaciones para encontrar empleo, sus jefes lo han felicitado por superar muchas dificultades y “no ser como los demás mexicanos”.

Con el triunfo de Donald Trump, Aldo afirma que las cosas no han cambiado, pero la euforia empieza a enfriarse, que todo el revuelo que ha causado la campaña mediática y de terror del magnate, es una mera paranoia propia de las redes sociales, la cual ha provocado divisiones entre amigos y separaciones amorosas. Todo por defender una opinión política.

Aún así es pesimista del futuro, teme a que las leyes cambien, que el clima de seguridad empeore, “he escuchado de casos no muy comunes donde personas extrañas le gritan a personas latinas que se regresen a México y que no los quieren en este país”.

Aldo lanza varias preguntas que rondan en su cabeza: ¿cuánta gente más se va a sentir cómoda agrediendo a los demás? ¿Cuántas personas se van a someter ante esta incertidumbre, porque ahora se sienten parte de las minorías?

“Es un poco tenebroso todo esto”, reconoce. Le aterra que el ambiente se ponga peor, pero “todavía tengo esperanza”.

Ilustración: Andrea Ucini

Ilustración: Andrea Ucini

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La pesadilla del sueño americano

Por Paulina Figueroa

Estaba en el parque con Phoebe y observé que una mujer se me quedaba viendo y a la bebé también. No sabía qué diablos quería, se me acercó y dijo:

-¿Ella es tu bebé?

-No, sólo soy su niñera.

-¡Claro!, por eso el color tan diferente.

Se fue, no supe cómo reaccionar en ese momento.

Ximena decidió salir de Iztapalapa, Cuidad de México, a los 23 años de edad, para comenzar una nueva vida en Seattle, Washington. Han pasado un par de años y su estancia ha sido una verdadera aventura.

Todo comenzó con el sueño de viajar y gracias al intercambio cultural llamado Au Pair, forma parte de la vida de una familia americana: trabaja y además cuida de Phoebe. A cambio, le proporcionan un lugar en casa, comida, pagan un porcentaje de sus estudios, y le dan un sueldo simbólico para sus gastos personales.

Ximena jamás imaginó en las adversidades a las que se enfrentaría, sólo pensaba en los viajes que podría hacer en Estados Unidos. La primera semana la pasó en Nueva York, en donde la entrenaron para ser niñera, conoció a todo tipo de personas que, al igual que ella, traían una energía positiva, “nunca imaginé que sería difícil”.

Su primer hogar estaba ubicado en el vecindario de Mount Baker, en Seattle, en donde principalmente habitan negros-africanos. La semana que se instaló se celebraba el Super Bowl, la euforia se percibía en toda la ciudad y Ximena se sentía como en una gran fiesta de bienvenida. Sin embargo, el festejo terminó pronto y se enfrentó a la dura realidad, salir a la calle y ver que rápidamente se ocultaba el sol. Los días en Seattle son nublados. “Vivo en la Ciudad de México y es muy común tener sol, Seattle es una ciudad con mucha lluvia, es muy gris y eso me costó mucho trabajo al principio”.

Ximena contempló la idea de regresar a Iztapalapa, pero su madre, quien siempre la ha alentado a perseguir sus sueños, la impulsó para seguir en el país vecino del norte. Vivir con una familia adoptiva, que al final no era suya, complicó su estancia. Comprendió que los “americanos” no son personas amigables y que jamás tendría una amistad con ellos, son personas reservadas.

Actualmente vive en Ballard, un vecindario al norte de Seattle, y tiene amigos que en su gran mayoría son latinos. Ellos también han pasado cosas similares y eso les provoca estar más unidos. Está muy sorprendida de que los mexicanos sean los mismos que fomentan el odio.

“Una vez una chica de Monterrey puso su mano en mi cara y me dijo ‘¡Ah! eres de la Ciudad de México, habla con mi mano’, me sentí mal por ella, porque creo que los mexicanos ahora con esto de Trump dicen chingue su madre Trump, cuando somos los mismos mexicanos quienes nos ponemos el pie. Nosotros nos discriminamos. No importa en dónde estemos, no hay peor enemigo de un mexicano que otro mexicano, yo lo he comprobado”.

A pesar de vivir en un lugar denominado “santuario para los migrantes”, Ximena padeció el triunfo de Donald Trump. Al día siguiente de las elecciones, tenía miedo de salir a la calle, se sentía señalada.

Ximena, actualmente tiene 25 años y dentro de un mes estará de regreso con su familia y amigos, logró viajar y sentir por primera vez la nieve sobre su piel. Ser Au Pair le dejó grandes enseñanzas, la hizo madurar y valorar a su país.

“Muchos piensan que México es lo peor, pero ahí he vivido prácticamente toda mi vida y me encanta. Amo mi país, acá se vive más cómodamente, sí, pero se sacrifican muchas cosas”.

 

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Ni de aquí, ni de allá

Por Emma Islas

Invadida por la nostalgia, Elena recuerda cómo el colapso económico de 1994, mejor conocido como “el error de diciembre”, cambió completamente su vida. Pese al miedo y la incertidumbre, tomó la decisión más importante: emigrar a Estados Unidos. Hoy ese temor ha vuelto. El sueño americano puede esfumarse ante la falta de papeles y el pavor que provoca la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

“Es difícil vivir así, uno no se siente ni de aquí, ni de allá, porque somos una familia que no ha logrado arreglar su situación migratoria”. Las amenazas del magnate en contra de los migrantes, han provocado que Elena voltee su mirada hacia México, que desde los tiempos de Luis Echeverría no ha dejado de sufrir diferentes crisis económicas.

Han pasado 20 años de que Elena dejó su patria y aún no hay esperanza de una vida mejor. En territorio nacional se impone un panorama gris: inseguridad, desempleo y los altos índices de corrupción han ocasionado un “hartazgo” social generalizado. Otro obstáculo para retornar a la Ciudad de México es la negativa de sus hijos a abandonar su estilo de vida.

Elena recuerda cómo, junto con su familia –esposo y dos pequeños–, llegó a Reedley, una pequeña ciudad ubicada en el condado de Fresno, California, cuya principal actividad económica es la agricultura. Pasó de trabajar en una oficina (compra-venta de inmuebles) a trabajar la tierra, sus manos conocieron la ruda labor que representa la pisca de la uva.

El principio no fue fácil. Por un momento, su familia fue desplazada por una nueva cultura, un idioma que se vio obligada a aprender cuando decidió que sus hijos –Dinorah y Rodrigo– estudiaran en un colegio americano, lo que años después les ayudó a entrar a “La Acción Diferida para los Llegados en la Infancia” –DACA por sus siglas en inglés–, que es un programa que les permitió estudiar y trabajar, el cual ante las nuevas medidas antimigrantes que busca establecer Trump podría estar en riesgo de desaparecer.

La familia de Elena ha tenido altibajos, como en el caso de la muerte de su abuelo, a quien desde lejos tuvo que darle el último adiós. Por algunos años, logró que su madre estuviera a su lado; sin embargo, ante la falta de visa, desde hace 15 años, no la ha vuelto a ver, “ahora sólo puedo escuchar su voz, pero su presencia es ese pedacito que le hace falta a mi corazón”.

Es así como su corazón lo tiene partido en dos países. Uno, la vio nacer; otro, le ha dado grandes satisfacciones como ver crecer a sus hijos y tener una casa propia. Para ella es difícil comprender que tras muchos años de trabajo su vida y patrimonio nuevamente están a la deriva. Pese a seguir trabajando, el miedo y la incertidumbre están en todas partes.

Elena no ha sufrido ningún acoso o agresiones, la zona donde vive es muy tranquila y hay muchos migrantes. Pero reconoce que se sentiría discriminada ante las acciones que podría llegar a tomar el gobierno entrante y actitudes de americanos que buscan hacer sentir menos a los hispanos. Hoy más que nunca su vida es como una moneda que está en el aire, y no sabe de que lado va a caer.