Joaquín Pérez Sánchez

Algún dicho popular dice que: “no hay fecha que no se llegue, ni plazo que no se cumpla” y el pasado 20 de enero, la toma de posesión de Donald Trump en Estados Unidos, podría servir como referente para inaugurar un nuevo período, no sólo en el país norteamericano, también en el escenario mundial. El nuevo presidente estadounidense tomó el poder político de la nación más poderosa del orbe y sus simpatizantes en Europa, la ultraderecha, se agruparon envalentonados intentando vender su idea de “salvar Europa”.

Mientras, en medio de protestas, Trump tomaba posesión en la ciudad de Washington, capital de Estados Unidos, los principales líderes de la ultraderecha europea, se reunieron en la fortificada población de Coblenza, para arengar a favor del retorno a los “Estados nación”, el control de las fronteras y acabar con la política de refugio y el freno a la inmigración.

Invitados por el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), representado por su copresidenta, Frauke Petry, los principales líderes de la ultraderecha europea, como Marine Le Pen del Frente Nacional (FN) en Francia; Geert Wilders, del holandés Partido por la Libertad (PVV) y Matteo Salvini de la Liga Norte Italiana, entre otros, en medio de un fuerte dispositivo de seguridad, intentaron ofrecer una imagen de unidad, arropados por la investidura de Trump.

¿Qué ofrecen? “Una nueva Europa” de naciones soberanas que cierren sus fronteras a la migración, a los refugiados y que abandonen las políticas comunitarias, es decir, un presunto regreso a un pasado “patriótico” y glorioso. Lo mismo que Trump en Estados Unidos, el retorno al viejo sueño americano.

El regreso al pasado, la finalización del proceso de globalización que se vive y que para estos grupos radicales de la derecha representa el fin de los estados nacionales.

Tanto Trump —como su aliados europeos— recibieron una fuerte respuesta. Multitudinarias manifestaciones encabezadas por mujeres. Miles y miles de mujeres en ciudades estadounidenses, pero también miles en Berlín y Londres, entre otras grandes ciudades de Europa y otras partes del orbe. Estas mujeres, le recordaron al nuevo inquilino de la Casa Blanca que no están dispuestas a aceptar un retroceso a sus derechos.

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Pero también, se agregan los derechos fundamentales que, al menos en el papel, conforman la democracia formal en los llamados países occidentales. En los hechos, la toma de posesión de Trump marcó el inicio de la resistencia al autoritarismo que se busca implantar.

Trump no ganó con mayoría de votos y la ultraderecha en Europa lo sabe, como también sabe que tampoco son mayoría en Europa. Sin embargo, han sabido acomodarse ante los estragos del modelo neoliberal, pero sobre todo, ante la incapacidad de la izquierda europea por proponer alternativas creíbles a las políticas impulsadas por la derecha.

La ultraderecha ha cosechado el descontento de los sectores más afectados por el modelo neoliberal, además de explotar el miedo a lo exterior (migrantes y refugiados, sobre todo de Oriente Medio).

Pero el hecho de que hayan sido las mujeres el componente esencial que manifestó su rechazo a retroceder y que lo  hayan hecho de manera tan masiva, desdibuja o por lo menos descoloca a muchos de estos presuntos líderes, ya que no fueron sus temas (seguridad, migración, Islam), los que sacaron a la gente a la calle.

Tal parece que la era Trump tendrá su antídoto principal en la defensa de los derechos ganados por las mujeres y ellas parecen estar dispuestas a encabezar su defensa. Quizá estamos ante un nuevo escenario donde las mujeres podrían convertirse en la vanguardia de un cambio más importante.