Una mirada a… La muerte llega a Pemberly
Patricia Zama
El último libro publicado por la inglesa P.D. James (1920-2014) antes de morir es una novela policiaca, que juega con la continuación de una de las novelas emblemáticas de la literatura inglesa, Orgullo y prejuicio, de Jean Austen. Es difícil estar de acuerdo con las secuelas de obras clásicas (ya ocurrió con la continuación de Lo que el viento se llevó de Margaret Mitchell), pero sin duda son un divertimento para los que las escriben y para quienes las leen. Aquí un fragmento de La muerte llega a Pemberly, de P. D. James.
Elizabeth y los demás presentes se agolparon frente a la ventana y desde allí vieron a lo lejos un cabriolé que daba bandazos y cabeceaba por el camino del bosque, en dirección a la casa, las dos farolas centelleantes como pequeñas llamaradas… El coche seguía avanzando a gran velocidad y, ladeándose, tomó la última curva que lo alejaba del camino del bosque y lo acercaba a la casa. Elizabeth estaba convencida de que no se detendría al llegar a la puerta. Pero ahora ya oía las voces del cochero, y lo veía forcejear con las riendas. Finalmente, los caballos se detuvieron y permanecieron en su sitio, inquietos, relinchando. Al instante, antes siquiera de darle tiempo a desmontar, la portezuela del coche se abrió e, iluminada por la luz de Pemberly, vieron a una mujer que casi cayó al suelo al salir, gritando al viento. Con el sombrero colgado de las cintas que rodeaban su cuello, y con el pelo suelto que se le pegaba al rostro, parecía una criatura salvaje, nocturna, o una loca huida de su reclusión. Durante unos momentos Elizabeth permaneció clavada en su sitio, incapaz de actuar ni de pensar. Y entonces supo que la aparición estridente y desbocada era Lydia, y corrió en su ayuda. Pero ella la apartó con brusquedad y, aún chillando, se arrojó en brazos de Jane y estuvo a punto de derribarla. Bingley dio un paso al frente para asistir a su esposa y, juntos, la condujeron casi en volandas hasta la puerta. Ella seguía gritando y forcejeando, como si no supiera quién la sujetaba, pero, una vez en casa, protegida del viento, consiguieron comprender el significado de sus palabras entrecortadas.
—¡Wickham está muerto! ¡Denny le ha disparado! ¿Por qué no vais tras él? ¡Dios mío, Dios mío, sé que está muerto!
Y entonces los sollozos se convirtieron en gemidos, y Lydia se derrumbó en brazos de Jane y Bingley, que la iban conduciendo despacio hacia la silla más cercana…
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