Berlín  1933/I-II

Guillermo García Oropeza

Con la “inauguración” de Donald Trump continúa el tsunami informativo sobre el abominable personaje: las noticias, análisis y las paranoias a escala mundial. Un tsunami que como los del mar parece ser igualmente destructivo.

Entre las paranoias recojo una que me ha parecido atractiva quizá porque como niño crecido durante la Segunda Guerra Mundial el nazismo y Hitler me han parecido siempre fascinantes. Rechazándolos, claro, pero de cualquier modo fascinantes. Y es que aquí y allá se ha comparado a Trump con el Führer y en las caricaturas se le adorna con cruces gamadas. Curiosamente no se le compara con Mussolini que podría ser otro de sus modelos o con el camarada Stalin.

No, Trump es el Hitler de 2017 por fantasía o por realidad. Como Hitler, Trump es racista, nacionalista, belicoso, arrogante, dueño de una elocuencia de mala leche pero que funciona muy bien en los medios (en la radio en el caso de Adolfo, en la tele en el caso de Donald) y tiene también una extraña atracción popular en las capas menos ilustradas de sus sociedades. Como Hitler, Donald tiene importantes ligas con ciertos dueños del dinero y también halaga el establishment militar. Llega al poder tras de un régimen liberal (Weimar y Obama) y gana legalmente las elecciones aunque dentro del muy sospechoso sistema yanqui.

https://twitter.com/IanSchnaida/status/824654022367997953

Pero mucho me temo que Trump carezca del milagroso carisma del Führer que enloquecía a las multitudes ni que tenga un programa político como el de Mi lucha, y es que Hitler era un político total, no un mercachifle de bienes raíces. Los dos tienen sus chivos expiatorios: los judíos con Hitler, nosotros para Trump aunque dudo (todo es posible) de que muramos en un campo de concentración en Alabama o Arizona.

Pero lo que más me interesa del caso es cómo Hitler acaba con toda resistencia democrática con un acto de terror: el incendio del Reichstag que justifica un Estado de excepción. Y, claro, no me imagino ver el Capitolio en llamas, pero recuerdo que vivimos en un mundo de rumores y de dobles morales nacionales y tengo muy presente haber visto videos realizados por eminentes ingenieros en demoliciones que afirmaban que las Torres Gemelas no se pudieron incendiar y caer de acuerdo con la verdad oficial, sino que habían sido debidamente dinamitadas por expertos locales; y si los saudíes intervinieron, como se dice ahora, todos sabemos lo buenos amigos que eran de los Bush. Así que el misterioso Estado Islámico que nadie sabe a quién responde le podría hacer el favorcito a Trump para que se pareciera más a Hitler demoliendo la democracia norteamericana.

Y es que Trump debe, para durar ocho años en el puesto, gobernar en un Estado de excepción y para ello encontrar la difícil fórmula política que “consiste en saber cómo puede injertarse un poder autoritario en una sociedad acostumbrada de larga data a las instituciones liberales”, como lo dice  Jean-François Revel, el gran periodista político francés.

García Oropeza