Racismo y ultranacionalismo agresivo y expansionista

Magdalena Galindo

Para analizar las consecuencias que tendrán para México las políticas del presidente Trump, hay que señalar primero que, en efecto, como han advertido numerosos académicos y activistas se trata de un resurgimiento del fascismo, aunque, desde luego, con las modificaciones que corresponden a otro momento histórico. Primero hay que referirse a las similitudes: con la era de Hitler comparte el hecho de que aparece en medio de una crisis económica profunda que ha determinado el empobrecimiento y la angustia de millones de trabajadores, quienes, en su confusión, creen que un gobierno de mano dura es la mejor alternativa. De la misma manera que en los años treinta, la hegemonía está en manos de la fracción financiera del capital que es el verdadero sustento de Trump, como lo fue de Hitler, aunque ahora se trata de una hegemonía mucho más fuerte y excluyente. Comparte, igualmente, las dos características que constituyen los puntales ideológicos (y terribles) de los regímenes fascistas: el racismo y el ultranacionalismo agresivo y expansionista.

En cuanto a las diferencias, la más obvia es que este resurgimiento del fascismo se produce en un mundo globalizado, después de más de 40 años de aplicación del neoliberalismo, en el que la producción de mercancías y servicios se ha disgregado en el mundo, de manera que los segmentos intensivos en fuerza de trabajo se han establecido en los países subdesarrollados, mientras los segmentos intensivos en capital y tecnología han permanecido en los países altamente industrializados. Esta disgregación o dispersión del proceso productivo ha ocasionado una multiplicación de los lazos entre el capital, o mejor sería decir entre los capitalistas de diferentes nacionalidades, y también que el capital tenga intereses directos que defender en un país extranjero, independientemente de su origen. Igualmente hay que subrayar que, a partir de la agudización de la crisis en 2008, que estalló precisamente en Estados Unidos y se contagió al mundo en su conjunto, el neoliberalismo empezó a decaer y aparecieron críticas y acciones contra la globalización. No me refiero a la resistencia popular y a los altermundistas, cuyas manifestaciones han estado presentes desde décadas anteriores, sino a las elites del poder que resienten el fracaso del neoliberalismo para recuperar el proceso de acumulación de capital y que, a pesar de que ha conseguido una transferencia masiva de riqueza de las clases trabajadoras a los capitalistas, no ha podido evitar las crisis recurrentes, los sobresaltos continuos y las realineaciones que supone el hecho de que las crisis golpean de manera diferenciada a unos capitalistas y a otros, y a unos países y otros.

En el caso de México, contra el que se ha dirigido en primer lugar el ultranacionalismo y el racismo del régimen estadounidense, cinco son las líneas inmediatas: la expulsión de los migrantes, la construcción del muro, obligar a México a pagarlo, la renegociación o la anulación del Tratado de América del Norte y obligar a las empresas estadounidenses a no invertir en nuestro país y aun convencerlas u obligarlas a que las ya establecidas en México regresen a Estados Unidos.

Por supuesto, el aspecto más vulnerable es el de los migrantes mexicanos en Estados Unidos, no solo por la tragedia humana que significa para los propios migrantes y sus familias, radicadas allá o en nuestro país, sino porque las remesas de los mexicanos que trabajan en el extranjero constituyen desde hace años, la segunda y a veces la primera vía de ingresos de dólares en el país, de modo que una merma significativa de estos ingresos determinaría otra macrodevaluación del peso. Y es precisamente éste el medio que ha elegido Trump para obligar a México a pagar el muro, sea con la amenaza de establecer impuestos a las remesas y que el presidente Peña y el señor Videgaray crean que es la mejor opción pagar el muro, sea con crear en efecto alguna forma de impuesto a las remesas.

En cuanto al TLCAN, hay que señalar que efectivamente a partir de este acuerdo las exportaciones de México han aumentado aceleradamente y que hoy se registra un superávit en el comercio con Estados Unidos. Sin embargo lo que ha sucedido en realidad es que son las empresas de capital extranjero las que protagonizan este aumento de las exportaciones. Basta señalar que el rubro más importante de exportación de manufacturas es la rama automotriz, en la que todas las empresas exportadoras son extranjeras. Por eso no es extraño que la primera entrevista de Trump con empresarios haya sido con los de la rama automotriz.

El hecho de que las exportaciones automotrices sean de empresas extranjeras significa que las utilidades que obtienen estas empresas por las exportaciones se remiten finalmente al país de donde provienen. O sea que esto de la repatriación de las empresas a Estados Unidos es una política con resultados indefinidos. Por un lado, porque el capital de cualquier nacionalidad solo busca la ganancia y es un hecho que los salarios de hambre de los mexicanos les genera más ganancias, y por otro lado, que entre las inversiones y la remisión de utilidades hay un doble camino que afecta a los dos países.