Luis Mesa Delmonte

Desde fines del año pasado, el movimiento Estado Islámico (EI), ha sufrido derrotas importantes en varios puntos de la geografía libia. Este retroceso ocurre paralelamente al debilitamiento de esta organización terrorista en Siria e Irak.

La presencia del EI en Libia se puede explicar por varios factores como: la situación caótica en materia de seguridad y descontrol político que ha sufrido el país desde el derrocamiento de Muamar al Qaddafi en el 2011; la decisión del EI de abrir una retaguardia segura y crear una “punta de lanza” más cercana a Europa para desde allí incrementar su presión estratégica y llevar adelante acciones violentas; buscar nuevas fuentes de suministros financieros, etcétera.

Luego de las protestas populares del 2011, la OTAN, con un alto grado de iniciativa francesa, dio el golpe mortal al régimen Qaddafista de 42 años. La brusca ruptura del poder central, desembocó entonces en múltiples dinámicas de enfrentamientos armados entre milicias con distintas filiaciones tribales, regionales y visiones sobre el islam.

El vacío de poder y la inestabilidad, trató de enmendarse primero con la conformación de un Consejo Nacional de Transición, el cual en el 2012 entregó el poder al Congreso General Nacional (CGN). En el 2014 y mediante un proceso de votación popular, se formó un nuevo parlamento (Consejo de Representantes), que se vio obligado a establecerse en la ciudad oriental de Tobruk, pues varios miembros del CGN no aceptaron su derrota, y se apoyaron en varias milicias islamistas para mantener el control sobre Trípoli y sus alrededores.

De esta forma el país contó con dos gobiernos paralelos, el CGN asentado en Trípoli, y el Consejo de Representantes en Tobruk que recibió el reconocimiento internacional. En medio de estas agudas contradicciones, el EI logró insertarse en Libia y controlar más de 200 kilómetros de costa incluyendo varias ciudades como Sirte, Al Buerat y Ben Jawad, y también atacar varios campos e instalaciones petroleras de la zona.

A fines del 2015, las Naciones Unidas lograron que los dos gobiernos rivales firmaran un acuerdo de paz, pero desde el inicio hubo mucha resistencia, desconfianza e incertidumbre respecto a su efectividad real. De hecho, ninguno de los dos liderazgos apoyó que Faiez Serraj quedara al frente del nuevo Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), según lo decidió la ONU.

La división se ha mantenido desde inicios del 2016. Por un lado está el GAN de Serraj apoyado por la ONU y ahora asentado en Trípoli; por otro existe la Cámara de Representantes basada en Tobruk y que cuenta con el soporte del Ejército Nacional Libio, encabezado por el mariscal Khalifa Haftar; y además, quedan en Trípoli remanentes del CGN de corte islamista que se oponen a Serraj. A ello se le suman una buena cantidad de grupos yihadistas y milicias locales, para complicar aún más el panorama.

No obstante, derrotar al EI y a otros radicales islamistas ha sido una prioridad tanto para el GAN, como para la Cámara de Representantes, así, las fuerzas de Serraj lograron recuperar el control de Sirte, mientras que el ejército de Haftar ha retomado Zuwaytina, Sidra, Ras Lanuf, Qanfouda y combate exitosamente para recuperar toda la ciudad de Bengazi.

El entorno estratégico cada vez es más difícil para los islamistas extremos del EI, Al Qaeda, Ansar Al Sharia y otros, a pesar de que se han reforzado con el regreso de combatientes libios que estuvieron en las guerras de Irak y Siria. La fuerza aérea estadounidense ha dado varios golpes contra posiciones yihadistas y del EI, como fue el del pasado mes de enero en el que se emplearon bombarderos invisibles B-2 contra campamentos a 45 km al sur de la ciudad de Sirte. Según el Departamento de Defensa, unos 80 combatientes fueron eliminados, pues se estaban reagrupando luego de la derrota en Sirte, y desarrollaban planes para realizar atentados terroristas contra puntos en Europa.

Pero además, en estos momentos parece estarse diseñando una nueva línea estratégica para el conflicto en Libia por parte de Rusia que también va a afectar al EI y otros. Para Moscú, es prioridad combatir al EI en todas latitudes, y de manera semejante al escenario sirio, también quiere estar presente en Libia, y no dejar el terreno libre solo para los Estados Unidos y la OTAN. Libia es una excelente oportunidad de intentar seguir avanzando en la proyección estratégica global rusa, junto a obvios proyectos económicos, infraestructurales y energéticos que sus compañías seguramente estarían muy interesadas en llevar adelante.

Si bien es cierto que Rusia apoyó la mediación de la ONU para crear el GAN y le mantiene su reconocimiento, ahora se está acercando marcadamente al mariscal Haftar. Su condición de septuagenario con larga carrera militar entrenado en la Unión Soviética; figura histórica de la revolución de 1969 (aunque luego fuera defenestrado por Qaddafi a raíz del fracaso de la guerra en Chad y emigró a los Estados Unidos por dos décadas); y el evidente prestigio y liderazgo que conserva en varios sectores y que le han permitido desarrollar una campaña bélica exitosa contra grupos yihadistas, parecen presentarlo como un candidato muy atractivo para Putin.

Haftar visitó Moscú en dos ocasiones durante el año pasado, abordó el portaviones ruso “Almirante Kuznetsov” en aguas del Mediterráneo, y se rumora que ha solicitado suministros bélicos al gobierno de Putin. También ha desarrollado buenos contactos con Francia, Egipto y con las monarquías del Golfo, por lo que parece afianzarse cada vez más como figura clave en la dinámica política y militar libia. Ello además de impactar en la conformación del poder nacional, será un factor clave para la derrota militar del EI y el yihadismo extremista en ese país.

La política de la nueva administración de Donald Trump hacia Libia, podría favorecer también a Haftar, quien se especula es una figura cercana a los servicios de inteligencia estadounidenses. Si se busca un líder fuerte para combatir al radicalismo armado islamista, Trump y Putin podrían coincidir en señalar al Mariscal, al menos a corto plazo.

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