Cambio en el tono de Trump
Luis Mesa Delmonte
A pesar de que durante la campaña electoral estadounidense Donald Trump parecía inclinarse por una opción de mayores tensiones con el Reino de Arabia Saudita, sus primeras semanas en la Casa Blanca dan muestras de un tono conciliador que apuntan más hacia la continuidad de una histórica y estrecha relación bilateral.
Trump había amenazado con bloquear todas las importaciones de petróleo saudita, opinando además que la monarquía tendría que pagar muchos miles de millones de dólares por la seguridad que le brindan los Estados Unidos, “sin la cual desaparecería”. Con tales pronunciamientos, el candidato presidencial doblaba la parada a la política de Obama, llena de fricciones en su relación con el reino.
La administración demócrata había chocado con Arabia Saudita y las otras monarquías del Golfo, al anunciar su estrategia militar del “reequilibrio”, que concebía reorientar su prioridad estratégica hacia Asia, en detrimento de la tradicional protección que durante décadas ha brindado a los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo; pero además, la firma del acuerdo nuclear con Irán generó preocupaciones en Riad, no solo por el lógico acercamiento entre Washington y Teherán, y porque Irán daría continuidad a un programa nuclear aunque más limitado y supervisado por la comunidad internacional, sino por lo atractivo que se convertía un país que de pronto contaría con miles de millones de dólares al levantarse las sanciones.
También las presiones generadas dentro del Congreso estadounidense, contribuyeron a que la administración Obama congelara algunas ventas bélicas pactadas con Arabia Saudita, y se anunciara la revisión de todo el expediente de suministros militares. Esto fue motivado por las afectaciones de objetivos civiles y población, derivadas de algunos ataques sauditas en el conflicto en Yemen, y que fueron condenados por las Naciones Unidas. No obstante, los Estados Unidos han sido una pieza importante de apoyo para los sauditas y su coalición, en las acciones militares contra los hutíes yemenitas, por lo que la política de Washington ha mostrado rasgos divergentes.
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Además, y a pesar de la oposición del presidente Obama, la relación se complicó con la propuesta de una ley en el Congreso (conocida como JASTA), que permitiría a los ciudadanos estadounidenses presentar reclamaciones al gobierno saudita, por su supuesta implicación con los ataques del 11 de septiembre del 2001. La presión sobre el reino fue de tal magnitud, que Riad amenazó con “serias consecuencias” y con vender sus bonos del tesoro de los Estados Unidos. A pesar de que finalmente se aprobara la ley, los sauditas han insistido en que deben introducirse enmiendas a la misma, por poner en peligro el principio de inmunidad soberana de las naciones. Es muy factible que se dilate su aplicación, si lo que prevalece es la idea de proteger la relación con Riad.
Pero ahora Trump parece optar por seguir brindando apoyo a uno de sus aliados estratégicos más importantes en la zona, y en vez de incrementar las disputas, se inclina por enmendar daños previos y reconocer el gran peso de la política y la economía de Arabia Saudita.
Las posturas de Trump han sido observadas con detenimiento por el reino, pero no parece haberle generado grandes preocupaciones. Prevaleció la autoconfianza saudita y el convencimiento de que una cosa era su discurso, y otra es la realidad que Trump y sus asesores están obligados a reconocer.
El canciller saudita, Ahmed Al-Jubair, declaró que se sentía “optimista” y que la relación bilateral era “fuerte”.
El cambio de discurso y de política estadounidense hacia Arabia Saudita es bastante evidente en estas primeras semanas. El reino no quedó incluido en la lista de la muy controversial orden ejecutiva firmada por Trump, que decidió bloquear la entrada a los Estados Unidos de ciudadanos de siete países islámicos. No obstante, el tema continúa siendo preocupante para la monarquía, tanto por la carga abiertamente islamofóbica de la orden, como por el compromiso saudita frente a millones de musulmanes en el mundo.
En igual sentido, la promesa de Trump de cambiar inmediatamente la embajada estadounidense de su sede en Tel Aviv hacia Jerusalén, es otra iniciativa que Riad rechaza, por lo que debe haber comunicado su insatisfacción de manera clara al nuevo presidente, contribuyendo así al reanálisis y posposición de la decisión.
Dentro de su política de “diplomacia telefónica”, el rey Salman Ibn Abdelaziz fue uno de los primeros líderes mundiales con los que el presidente Trump decidió sostener una conversación el pasado 30 de enero, la que fue recogida oficialmente como positiva y de total acuerdo entre las partes. Ambos opinaron que el principal problema en la zona era Irán; en establecer “zonas de seguridad” tanto en Siria como en Yemen; seguir trabajando conjuntamente en la lucha antiterrorista especialmente contra el autodenominado Estado Islámico, así como continuar estrechando las relaciones militares.
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Sobre este último punto, el diario The Washington Times, aseveró recientemente que la administración Trump estaba tomando las primeras iniciativas para desbloquear las ventas militares a Arabia Saudita, y suministrarle misiles guiados de alta precisión por valor de 300 millones de dólares.
También ha sido muy significativo, que el nuevo director de la CIA, Mike Pompeo, visitara el reino en su primer viaje al exterior. Este evidente “gesto” destinado a limar asperezas en la relación bilateral, incluyó el otorgamiento de la orden de la CIA “George Tenet”, al príncipe heredero y ministro del interior Mohammed Ibn Nayef, “por su excelente desempeño en el trabajo de inteligencia, en la lucha antiterrorista, y contribución al logro de la paz y seguridad mundiales”.
El “bullying” de Trump, fracasa súbitamente, frente a las herramientas políticas y el poder económico del Reino de Arabia Saudita. No será el único caso de reajuste en la política exterior del nuevo presidente, pero sin duda, es uno de los más importantes hasta hoy.