Berlín 1933/II parte y última

Guillermo García Oropeza

Esa pesadilla planetaria que es Trump ha suscitado todo tipo de miedos y paranoias en México y en el mundo con la posible excepción de dos países con los cuales existen “relaciones especiales”: el Reino Unido e Israel.

La posible amistad con Rusia cimentada en negocios particulares de Trump y, al parecer, de su petrolero secretario de Estado estaría todavía está por verse. Rusia, después de todo, no puede enfrentarse a esa China que, al parecer, el magnate tiene en la mira, pero todo esto no pasan de ser fantasías geopolíticas de aficionados. Nos parece más sólida la alianza con británicos e israelíes de derecha.

La primera se remontaría hasta Roosevelt salvando a Churchill de Hitler, y de la segunda sobran  muestras del apoyo sin límites de Estados Unidos a Israel, doloroso puñal en medio del mundo árabe.

Para el resto de los mortales, repito, Trump amenaza con muchas cosas y entre ellas con resucitar el fascismo pero no el italiano que era medio carnaval veneciano con el pobre Duce que terminó tan innoblemente, sino el de a  de veras, el de Adolfo Hitler.

E incontables caricaturistas decoran a Trump con suásticas y lo comparan con el Führer. Una comparación que no deja de ser caprichosa e inexacta pero que esconde alarmantes posibilidades si el futuro se tuerce trágicamente.

Y creo que valdrá la pena señalar similitudes y diferencias entre la Alemania de 1933, cuando llega democráticamente al poder Hitler, y Estados Unidos en este ominoso 2017. Cierto es que ambos países sufren una crisis; el principio de la decadencia, del decline and fall que diría Gibbon del imperio americano frente a la desesperada situación de la República de Weimar en 1933 cuando Alemania se moría de inflación, con tremendo desempleo, dividida políticamente hasta la parálisis.

Y el político Hitler llegó tras de una larga preparación con un partido fanáticamente unido y esgrimiendo un proyecto que, admitámoslo, funcionó muy bien por unos años de tal manera que el Führer alcanzó un nivel impresionante de apoyo popular que llegó al delirio, por lo que le fue fácil imponer su dictadura.

Trump llega tramposamente al poder y se enfrenta a un país dividido por mitad, y cierto es que le servimos de chivos expiatorios los mexicanos pero no somos la pequeña minoría que eran los judíos bajo los nazis. La democracia americana, esperemos, no tiene la debilidad de la alemana al alcanzar Hitler el poder y que aprovecha el temor al peligro  rojo mucho más real y cercano que el islámico.

Y frente a la eficacia de las medidas económicas de Hitler que reviven Alemania, el proyecto de Trump podría fracasar, como lo han dicho ya varios premios Nobel en economía. Si bien a Trump lo apoya el establishment militar, Estados Unidos dista mucho de ser tan fácilmente militarizado como lo hizo Hitler para apoderarse de media Europa. Así que, por lo pronto, le quedan grandes a Trump los zapatos del Führer.

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