Un claro antecedente de Mozart

Mario Saavedra

A la memoria de Eusebio Ruvalcaba, melómano empedernido.

El notable compositor, violinista y organista Giovanni Battista Pergolesi (1710- 1736) fue uno de los más singulares músicos del barroco italiano, cuyo ostensible talento se vería truncado por una muerte prematura. Dadas sus grandes aptitudes también como atrilista, fue nombrado, en 1729, primer violinista (capo paranza) de la Orquesta del Conservatorio en Nápoles, donde ya era conocido por sobresalientes partituras suyas como la Misa en Re, la ópera Salustia y los oratorios La fenice sul rogo, ovvero la morte di San Giuseppe y La conversione e morte di San Guglielmo.

Fue el músico más valioso de su generación y el más joven “maestro di cappella” del príncipe Ferdinando Colonna di Stigliano, y a la postre, solo dos años después, maestre al servicio del duque de Maddaloni.

Su primer gran éxito en la escena, a petición del Teatro dei Fiorentini, fue con la opera bufa Lo Frate ‘nnamorato, con libreto en napolitano e italiano de Gennaro Antonio Federico. Con algunas modificaciones del mismo autor, dos años después sería rehabilitada, con no menor fortuna, en las Fiestas de Carnaval. Un terrible tsunami consignado en Nápoles a finales de ese contrastante 1732 trajo la suspensión de las fiestas y la temporada teatral para el siguiente 1733, tragedia por la que al compositor se le encargó rescatar su sobrecogedora Misa en Re mayor para diez voces y dos coros.

A mediados de 1733, con ocasión del aniversario de la emperatriz Maria Cristina, estrenó Il Prigionier Superbo, drama musical en tres actos, con libreto también de Gennaro Antonio Federico, a partir de La fede tradita e vendicata de Francesco Silvani. El gran éxito de esta puesta se prolongó hasta finales de año, si bien se sabe hoy que tal triunfo se debió en buena medida a la pieza que se tocaba entretiempos, la hoy celebérrima La serva padrona, breve interludio en dos actos al que en mucho debe hoy Pergolesi su permanencia en los escenarios. Alegre y desenfadada, y no desprovista de malicia, fue compuesta por su autor de manera libre y sin tener en cuenta los formalismos de la música de la época, siguiendo la línea, en cuanto a la construcción de sus situaciones y personajes vivamente caricaturescos (el Solterón Pandolfo, o la astuta joven Serpina, o el criado mudo Scapin), de la Commedia dell’arte.

Rivalidades en la ópera

Este famoso intermezzo llegaría a París quince años después de la muerte del compositor, y se sabe también que fue causante de la llamada “Guerra de los bufones” entre los dos principales exponentes de la ópera seria francesa (Jean-Baptiste Lully y Jean-Philippe Rameau) y los partidarios de la nueva ópera bufa italiana que tuvo en Pergolesi a uno de sus más influyentes modelos. En oposición a la ópera seria que suele recurrir a historias y personajes mitológicos o históricos, esta pequeña pero picante obra bufa para dos cantantes de Pergolesi incorporó a la escena la realidad de la vida popular; allí la conocida aria “da capo” se convirtió en simple canzone, ágil y fuera ya de todo cliché, cuando el canto se simplifica y el acompañamiento de la orquesta se amalgama con la voz humana a través de la relación de los temas. Como se percibe de igual modo en su ópera seria Adriano in Siria con libreto de Metastasio, el gran talento musical se hermanó aquí con el también dotado hombre de teatro.

Para entonces ya “Maestro di Cappella” de Nápoles, con el arribo de Carlos de Borbón, sus mecenas los Habsburgo se tuvieron que refugiar en Roma y con el apoyo de los duques de Maddaloni y los Colonna debutó en el Teatro Tordinona con L’Olimpiade, drama en tres actos sobre otro tema de Metastasio. Problemas económicos de los empresarios suscitaron que esta puesta no estuviera a la altura de la que es sin duda una de las partituras más inspiradas del genio de Pergolesi; el también musicólogo y gran amante de Italia Stendhal reconocería esta obra lírica como la más brillante de las muchas concebidas por el autor y otros compositores con libretos del prolífico pero desigual Metastasio. Otra suerte correría en cambio su Misa en Fa para seis voces y coros, mejor conocida como la Misa Romana, que tuvo su primera ejecución en mayo de ese mismo 1734, en la iglesia romana de San Lorenzo in Lucina.

 

Compuso hasta el último día de su vida

De nuevo en Nápoles, en los primeros meses del mismo año de su muerte, 1736, compuso su Salvo Regina y el Stabat Mater, esta última, para soprano, contralto y orquesta, su obra religiosa más célebre. Elegida para reemplazar el Stabat Mater de Alessandro Scarlatti para las representaciones del Viernes Santo en Nápoles, es un prodigio de musicalidad y, según se dice, la acabó el último día de su vida, el 17 de marzo de 1736, poco más de tres meses después de haber cumplido los veintiséis años de edad.

Por falta de recursos, como Mozart, fue enterrado en la fosa común de la catedral de Pozzuoli, y sus escasos bienes fueron vendidos para pagar su más que modesto sepelio y las deudas previamente contraídas por la tuberculosis que terminaría con sus días tan tempranamente.

El Stabat Mater es la obra más popular de Pergolesi, siendo una de las más editadas, impresas y grabadas de todo el repertorio del siglo XVIII, con innumerables versiones, arreglos y adaptaciones que han contribuido a mantener vigente esta obra memorable; Johann Sebastian Bach, por ejemplo, la usó como base de su Salmo Tilge, Höchsterm meine Süden BWV 1083, y lo mismo harían, consecuentemente, Johann Adam Hiller, Paisiello, Salieri.

La partitura más acreditada en su género (Diderot y Wagner la admiraban, y marcó la pauta en cuanto a una nueva estructuración del texto de las obras sacras en números cerrados: arias, dúos, etcétera, por lo que lo atacaron sus anquilosados detractores), puede decirse que fue fundadora del clasicismo dieciochesco por la economía de medios utilizados, la claridad de sus líneas expresivas y su impecable equilibrio entre el estilo sacro y el teatral. Otro vínculo con el gran Genio de Salzburgo con quien suele asociársele, esta obra maestra de Pergolesi (aclamada en Italia como “obra restauradora del arte sacro nacional”) parece presagiar la profundidad melódica mozartiana, su entrañable lirismo.

Pero más allá de las especulaciones varias sobre la autoría de muchas de sus piezas, el nombre de Giovanni Batista Pergolesi permanece asociado a uno de los mayores genios de ese por demás también generoso en lo musical Siglo de la Luces, en su caso específico, piedra angular del barroco italiano, y con respecto a su obra maestra, un muy prematuro puente hacia el clasicismo.

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