Se reunirá con dirigentes de la UE
Guillermo Ordorica R.
El próximo día 23, el papa Francisco recibirá en audiencia a los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea, aprovechando su estancia en Italia donde celebrarán el sexagésimo aniversario del Tratado de Roma, antecedente de dicha Unión, que fue firmado el 25 de marzo de 1957 y por el cual se creó la Comunidad Económica Europea. El solo hecho de que ocurra esta reunión acredita la capacidad de convocatoria política de la Santa Sede, y en particular del sucesor de Pedro, como depositarios del dos veces milenario legado cultural cristiano que identifica a las naciones del viejo mundo.
El encuentro ocurre en momentos complejos, cuando hay una intensa competencia entre algunos países europeos por afianzar hegemonías en el interior de la región, señaladamente Alemania, Rusia y Francia. Ocurre también en circunstancias inéditas, que en plena globalización propician el surgimiento de fuerzas centrífugas, como la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, conocida como Brexit, que ha cimbrado el esfuerzo unionista y sacudido los cimientos de un continente que, tras haber conocido los horrores de dos guerras mundiales, parece no haber aprendido la lección y estaría apostando por el aislamiento y el desencuentro de sus integrantes.
Por si fuera poco, del otro lado del planeta Estados Unidos vive un momento singular, que lo aleja de la globalización y sus procesos. Parafraseando a Julio César, Alea Iacta Est, la moneda está en el aire.
Probablemente como nadie, el Papa está consciente del riesgo que corre la humanidad en este momento de su historia, en el que se desdibujan acuerdos multilaterales y los monólogos ultranacionalistas y populistas vulneran el respeto y el diálogo que deben guiar la sana convivencia entre naciones soberanas. En estas condiciones de desconcierto, Francisco seguramente recordará a los dignatarios las palabras que pronunció ante el Parlamento Europeo en noviembre de 2014, donde señaló que ese continente está envejecido, es menos protagonista y el mundo lo ve con distancia, desconfianza y sospecha.
De manera particular, es posible que les vuelva a preguntar, como ocurrió entonces en Estrasburgo, qué ha pasado con la Europa humanista, heredera del pensamiento de Erasmo.
Los temas que podrían abordarse en el encuentro han sido señalados por el pontífice romano en otras ocasiones, especialmente, cuando recibió el Premio Internacional Carlo Magno 2016, por su compromiso a favor de la paz en el ámbito europeo. Entonces Bergoglio, con la certeza de que el modelo económico imperante es injusto y propicia una cultura del descarte, afirmó que la inmigración es la mayor emergencia de Europa, por lo que se debe fortalecer el compromiso con la dignidad de las personas, así como reconocer el valor del migrante y que migrar no es un delito. A este fenómeno, que por cierto es universal, el Papa agregó situaciones que son de urgente atención, como son el respeto a los derechos humanos y la adopción de políticas públicas que otorguen nuevo vigor a la tesis gestacional de la Unión Europea, de unidad en la diversidad.
Nadie sabe qué les dirá el Papa a sus distinguidos visitantes. En una reflexión aventurada, no podría escatimarse que aluda a la creciente incapacidad europea para aminorar desigualdades sociales y generar sociedades tolerantes y reconciliadas consigo mismas. No estaría de más, ya que llamaría la atención de los líderes sobre temas que deben atenderse para detener el deterioro del tejido social y evitar acciones terroristas como las ocurridas en Madrid (2004), Londres (2005), Burgas (2012), Copenhague (2015), Bruselas (2016) y París y Niza (2015 y 2016).
Internacionalista