Fallas del complaciente feminismo oficial

Guillermo García Oropeza

Para Beatriz Pagés

Como todos los años se celebró —el 8 de marzo— el Día Internacional de la Mujer, creo que en una gran parte del planeta, día de marchas, protestas, celebraciones triunfalistas y manifestación de nuevas demandas. Los políticos hombres por supuesto que declararon su adhesión al Feminismo con mayúscula y, al día siguiente todo volvió a la normalidad. Pero para ciertas voces, entre ellas la de una excelente periodista radiofónica que me honra con su amistad, eso del Día Internacional de la Mujer resulta absolutamente insuficiente ya que, me dice vehementemente “todos los días deberían estar dedicados a la mujer”.

La cosa es sugerente y debo decir que por azares del destino el que esto escribe no tuvo la clásica infancia de ciertas regiones de México, donde reinaba el poder patriarcal y el machismo era una condición tan evidente que nadie la ponía en duda.

Yo, en cambio, tuve la buena o mala suerte de crecer en un poderoso matriarcado sinaloense-sonorense donde las mujeres de mi familia superaban fácilmente en eficiencia y decisión a los pobres representantes del “sexo fuerte”. Eso y lo que he vivido después me ha convertido si no en un miembro militante del feminismo, sí, al menos, en un observador simpatizante con casi todo. Casi repito por lo que luchan las mujeres.

Ya sabe usted el paquete básico: igualdad en oportunidades educativas, laborales, políticas, salariales, respeto a sus cuerpos e intimidad, a su ideología e interpretación de la moralidad tradicional. Y claro que condeno el sexismo islámico, digno de una bárbara Edad Media así como el sexismo de vestidor para hombres de Donald Trump, punta del iceberg de un insospechado sexismo anglosajón. Pero voy más allá y situado en la realidad mexicana veo las grandes fallas y carencias de un complaciente feminismo oficial.

Me refiero a todas las trágicas combinaciones nacionales de sexismo y pobreza donde la injusticia que a todos afecta lo hace con mucho mayor gravedad y saña con la mujer.

Si los indios mexicanos son la grandes víctimas históricas, seguramente son las mujeres indígenas el sector más discriminado. Y en el proletariado urbano la población masculina se distingue por actitudes frívolas, machistas y por la feliz evasión de las responsabilidades que caen sobre las mujeres que sacan adelante “a la raza” pese a su baja escolaridad y discriminación laboral.

Una situación que recuerda aquella de los negros en Estados Unidos que fueron convocados para marchar por una concientización de su condición de adultos. Si es malo nacer pobre en una ciudad mexicana lo más tolerable es nacer en el sexo masculino.

Un sexo que goza sin miedo a la fertilidad, que cambia de pareja ante la ruina del matrimonio tradicional, que si bien sufre las injusticias del orden social le queda el escape del alcohol o ahora de los paraísos artificiales. “Tú vente, compadre, que para eso están las viejas…” Las que merecen muchos días internacionales…

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