Trump ganará/I-II

Guillermo García Oropeza

Sí, soy un pesimista, así me ha hecho la vida en este país desde hace ¿cuánto?, ¿desde octubre del 68 cuando regresé aún optimista de Europa para encontrarme que todo había cambiado?,¿o desde el periodo presidencial de Martha Sahagún y mi amigo Rubén Aguilar, vocero que decía lo que Fox había querido decir pero no había podido, o del genocidio del muy católico Calderón-on-the-Rocks? O quizá desde el largo tiempo que estuve en Estados Unidos y donde descubrí que era un país esquizofrénico donde una elite superdesarrollada gobernaba a la inmensa mediocridad.

No lo sé pero, ni modo, soy pesimista. Así que no me animan todos los comentarios de prensa y amigos que están seguros de que Trump no hará huesos viejos en la Casa Blanca y que, como a Nixon, la democracia le va a surtir el impeachment como a la pobre de Dilma.

Las razones que documentan mi pesimismo arrancan de una gran curiosidad y admiración por ciertos aspectos de la cultura norteamericana que, generalmente, no son conocidos en México. Entre otros por un sentido del humor donde unos cuantos, los happy few, se burlan sangrientamente de la gran mayoría, desde Mark Twain hasta Michael Moore y recuerdo, en especial, al gran H. L. Mencken quien escribió “Nadie ha quebrado nunca por subestimar el mal gusto del público americano”.

Un mal gusto basado en una ignorancia esencial empeorada por la desinformación general dictada por la perversión de ciertos medios. Porque orwellianamente los americanos bombardeados por la “información” están patéticamente desinformados en el sentido crítico del término. Y además tienden a carecer de nuestro escepticismo cínico pero saludable.

O sea que muchos de ellos se la creen, diríamos nosotros, y aún esperan al Hombre del Destino Manifiesto, ¿y por que no Trump?, que es eso máximo para ciertos protestantes: un éxito económico por aquello tan calvinista de que si ha triunfado es que es un elegido y en el Opus piensan igual…

Y mientras nosotros no queremos a los ricos, en general (“¿cómo le hizo este?”), los americanos miden el éxito humano de cuerpo y alma en el ingreso anual y se asoman con fruición al mundo de “los ricos y famosos”. Y mientras se desconfía de los políticos y de los intelectuales (sobre todo si son extranjeros) los empresarios exitosos son los héroes nacionales: Morgan, Rockefeller, Ford o el mismo pillo y contrabandista de licores que fue Joseph Kennedy, el papá de John, a quien Roosevelt premió nombrándolo embajador en el Reino Unido.

Y si el magnate Trump logra que vaya bien Wall Street librando a los bancos de todo control, qué importa que haya otra crisis mundial si florecen los billetes verdes. Hay que destruir el Estado, dice Steve Bannon (el que piensa por Trump) para que no estorbe al business. Eso  y no otra cosa es la ideología republicana. Buen business para empresarios blancos y que los demás, desde las mujeres a los mexicanos, se vayan a… Make America great again.

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