Luis Mesa Delmonte

La visita de Mohammed Ibn Salman a los Estados Unidos y su encuentro con el presidente Donald Trump, es otro hecho que muestra el interés saudita en eliminar anteriores contradicciones y buscar un nuevo reacomodo en su relación bilateral. La decisión de ambas partes para continuar trabajando en múltiples temas de naturaleza política, militar, económica, cultural, social y de seguridad, pretende recuperar sus relaciones estratégicas, y dejar atrás ocho años de tensiones y dificultades vividas con la administración Obama.

El “gesto” de viajar a Washington en sí mismo ya fue una señal, pero aún más importante lo fueron las declaraciones del príncipe heredero sustituto Ibn Salman, cuando afirmó que Trump “es un verdadero amigo de los musulmanes”, y opinó que la controversial orden ejecutiva presidencial para prohibir la entrada a los Estados Unidos de ciudadanos de varios países musulmanes, “no era un ataque contra el islam”.

Que Arabia Saudita intente lidiar de esta manera con el evidente tono antiárabe y antimusulmán de Trump, -criticado desde múltiples perspectivas por parte importante de la sociedad norteamericana y de la comunidad internacional-, se convierte en un apoyo práctico para la nueva administración republicana, y hace muy transparente que el verdadero propósito de Riad, es negociar a toda costa con Trump y poner en un primerísimo plano su interés nacional.

Trump e Ibn Salman también coincidieron en señalar a Irán como principal problema en la zona, y evaluaron que ese país desarrolla una “política expansionista” que incluye el “apoyo a organizaciones terroristas”, y que el acuerdo nuclear firmado en el 2015, contiene varios aspectos negativos. Arabia Saudita se ha mostrado satisfecha con la posición dura de Trump frente a Irán, pero quedó claro, que las promesas electorales y amenazas previas de Trump respecto a la anulación del Plan de Acción Conjunta sobre Irán, ya hoy quedan sustituidas por la idea de mantenerlo vigente, y dar continuidad a un proceso de supervisión de su aplicación. Esta nueva posición obliga a Riad a revalorar sus tácticas frente a su rival en el Golfo.

La visita sirvió para que ambas partes prestaran atención a los conflictos en Siria, Yemen, Libia e Iraq, y para que el príncipe heredero sustituto y secretario de Defensa, mostrara su disposición a seguir cooperando en la lucha antiterrorista. En esta línea se le comunicó a Trump, que los servicios de inteligencia del reino, habían recibido información sobre la preparación de un ataque terrorista en contra de los Estados Unidos.

Algo que resulta de gran interés para México, fue que los sauditas explicaron la presidente de los Estados Unidos, cómo ha sido su experiencia en la construcción de un muro de 900 kilómetros en su frontera con Iraq, para evitar la penetración de militantes del grupo Estado Islámico; controlar la migración; y obstaculizar el tráfico de diversos insumos y armas.

Ibn Salman con su visita, seguramente intentó eliminar las estridencias del discurso amenazante de Trump durante su campaña electoral, (en la que anunció que los sauditas pagarían por la asistencia militar y que no se les compraría petróleo), y recuperar una atmósfera de entendimiento bilateral. El reino espera que este nuevo ambiente que se logre, pueda llevar a Trump a dar marcha atrás a la Ley de Justicia contra los Patrocinadores del Terrorismo, conocida como JASTA, que permite a los familiares de las víctimas del 11 de septiembre presentar demandas de compensación contra Arabia Saudita.

Además de los aspectos políticos y estratégicos, los temas económicos son particularmente trascendentales para las dos partes en la actual coyuntura. Mientras Trump promete recuperar la grandeza económica estadounidense, Ibn Salman, también en su cargo como presidente del Consejo Económico y de Desarrollo, se empeña en hacer viable la economía del reino para un futuro donde el petróleo no sea su principal fuente de ingreso, lo que respalda con su “Visión 2030”.

Por ello, ambas partes acordaron impulsar las inversiones sauditas en la economía estadounidense, y que paralelamente, se aprovechen las “oportunidades excepcionales” que existen para las empresas de los Estados Unidos en Arabia Saudita. Según informó la Casa Blanca, el presidente Trump apoya un nuevo programa bilateral que se desarrollará mediante varios grupos de trabajo conjuntos en asuntos de energía, industria, infraestructura y tecnologías, y que podrá generar unos 200 mil millones de dólares en inversiones directas e indirectas en los próximos cuatro años.

La expansión de la cooperación económica podría crear millones de nuevos puestos de trabajo directos e indirectos en los Estados Unidos, y también generar empleo en Arabia Saudita. Si a este potencial económico le sumamos las grandes compras militares que los sauditas están planificando realizar a compañías estadounidenses, entonces puede quedarnos claro que el factor económico en la relación Washington-Riad, seguirá predominando a la hora de definir la proyección de cada parte.

Estas buenas perspectivas económicas podrían impulsar nuevas inversiones en Estados Unidos, como las financiadas por el SoftBank Vision Fund del multimillonario japonés Masayoshi Son, y en el cual los sauditas son el principal aportador de capitales. De hecho, muchos lo consideran como un “fondo fachada” de los sauditas.

El proceso de pronta readecuación y “neutralización” de la animosidad anti saudita de Trump, favorece que se dejen a un lado temas de la agenda Obama, que criticaban los problemas del reino con los derechos humanos, la reforma política, la participación democrática o la insistencia en dialogar con Irán.

Uno de los principales asesores de Ibn Salman consideró que la reunión con Trump era un punto de “giro histórico” en la relación bilateral, y que luego de una etapa de divergencias ahora se “retomaba el camino correcto”. Más allá de este lenguaje diplomático habitual, en realidad la estrategia de la monarquía Saud parece ser exitosa en su proceso de “neutralización” de Trump, y de restauración de la cordialidad bilateral, para el cual emplea una combinación de múltiples herramientas políticas, estratégicas y económicas.

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