Luis Mesa Delmonte*

El reciente ataque estadounidense con 59 misiles Tomahawk a la base aérea de Shayrat, ha recibido gran atención a nivel internacional, generándose opiniones y especulaciones de muy diversa naturaleza. El enfoque catastrofista compartido por muchos en estos días, puede sustituirse por una visión más realista, que tenga como ingrediente principal el análisis militar de los acontecimientos.

Según ha afirmado la administración de los Estados Unidos, su ataque fue en respuesta al empleo de armas químicas por parte del ejército sirio en la localidad de Jan Sheijun, donde murieron decenas de civiles y hubo cientos de heridos. El presidente Donald Trump, con su inmediata respuesta bélica, intenta pintar una “línea roja” sobre este tema, y se desmarca de la estrategia negociadora de Barack Obama para Siria.

Es evidente, que en Jan Sheijun hubo decenas de civiles muertos y afectados por componentes químicos (aparentemente gas sarín); pero lo que no sabemos con exactitud y ha quedado envuelto en explicaciones totalmente contradictorias, es quién fue el ejecutor real. Si fue el gobierno sirio ¿La decisión se tomó centralmente o por parte de alguna estructura de mando secundaria? ¿Qué retos tácticos existían en el terreno que llevaron al empleo de las mismas? ¿El propósito de Damasco fue la destrucción de los supuestos almacenes controlados por el frente An Nusra a toda costa, o la dispersión química fue un efecto colateral del ataque según la versión sirio-rusa?

A lo largo del conflicto, e incluso después del desarme químico de Siria en el 2014, se ha empleado este tipo de armamento ocasionalmente, según ha sido confirmado por misiones de estudio internacionales. Estas han responsabilizado tanto al gobierno, como a grupos opositores armados: Estado Islámico y Frente An Nusra.

La inmediata respuesta militar de Trump no esperó por ningún estudio de ninguna comisión, que debía formarse para analizar la masacre de Jan Sheijun, y así detectar con pruebas contundentes, quién fue el responsable. Trump transformó indicios y especulaciones en verdad absoluta, y decidió atacar, impulsado por figuras militares centrales de su gobierno.

Trump tampoco consultó al Congreso de los Estados Unidos, ni buscó el apoyo de las Naciones Unidas, en aras de operar expeditamente y seguramente pensando que cualquier iniciativa en el organismo multilateral iba a ser bloqueada por Rusia en su calidad de aliado de Siria. De cualquier manera, actuar con inmediatez, le sirve a Trump para mostrarse como un presidente que puede realizar acciones militares con más decisión que su predecesor. Al mismo tiempo, trata de proyectar un mensaje disuasivo hacia otros casos potenciales de ataque (como Corea del Norte), y aprovecha la ocasión para cambiar el foco de atención hacia Siria, luego de su errático bombardeo en Mosul (Irak) donde causaron unas 200 muertes civiles en marzo pasado.

Paralelamente, la acción le ha sido útil para fortalecer su legitimidad interna, pues Trump tiene índices de aprobación extremadamente bajos, generando múltiples tensiones con varios grupos sociales, con la prensa, y con el propio establishment político. Ahora sale favorecido, pues la acción tuvo el apoyo de importantes figuras políticas y mostró un poco más del 50% de aprobación en las encuestas.

Otro propósito importante, debe haber sido su interés en neutralizar en algo el proceso de investigación encabezado por el FBI y una comisión congresional, encargados de precisar cuál ha sido el nivel de contacto y compromiso de Trump con los rusos desde su etapa de campaña presidencial.

Si las especulaciones sobre los contactos entre Rusia y Estados Unidos son reales, entonces la presión sobre Moscú será hoy más ficticia que real, pues Putin contaría con la capacidad de exponer y golpear a su rival. Muy probablemente, ambas partes tratarán de conservar un modus vivendi apropiado para los dos.

Una gran contradicción se aprecia, en que luego de criticar decenas de veces a Obama y a Clinton durante la campaña por haber atacado en Medio Oriente, desestabilizando a liderazgos fuertes en la zona, y actuando en contra del interés nacional de los Estados Unidos al enfrentar altos costos, ahora Trump se inclina por repetir acciones bélicas semejantes.

El ataque a la base aérea de Shayrat obviamente incomoda a los sirios y sus aliados, especialmente a la Rusia de Putin, pero las tensiones pueden mantenerse dentro del campo de la crítica política, insistiendo en la violación estadounidense del derecho internacional, sin tener que chocar militarmente. Es aún más descabellado imaginar el escenario sensacionalista que algunos han planteado, al indicar que estamos en las puertas de una Tercera Guerra Mundial. Nada de eso.

En vez de sacrificar a Moscú, lo que vemos en el fondo es que Washington sigue cuidando su relación bilateral. El haber avisado a la contraparte militar rusa antes del ataque y suministrado los detalles del mismo, es mucho más que un “gesto”; es una medida de coordinación táctica, congruente con el canal de comunicación establecido entre ambas partes para el teatro de operaciones sirio.

Un ataque realizado con misiles desde dos embarcaciones en aguas del Mediterráneo tenía que avisarse obligatoriamente. En caso de que no se hubiera hecho, la fuerza militar rusa combatiendo en Siria, la hubiera entendido como un acto hostil de magnitud y blancos inciertos, interceptando consecuentemente a los Tomahawk con sus muy avanzados misiles S-300 y S-400, que protegen sus bases en Khmeimim y Tartús en la región de Latakia, y respondiendo probablemente con ataques de su aviación y misiles diversos tierra-mar, aire-mar, y otros medios.

Es obvio que inmediatamente que los rusos recibieron el mensaje, tienen que haber comunicado a sus aliados sirios para que procedieran a la reubicación de los medios aéreos más avanzados y otros insumos importantes almacenados en la base de Shayrat, por lo que, desde antes de producirse el ataque, ya la acción iba a tener un efecto limitado.

Mientras que los Estados Unidos hablaron de haber logrado una destrucción de la base y de decenas de aviones, el análisis simple de los videos trasmitidos después del ataque y de las fotos satelitales dadas a conocer, muestran efectivamente que se inutilizaron edificaciones, un radar y algunos búnkeres; pero en realidad, solo parecen haber sido destruidos varios aviones de combate en reparación o algunos que ya estaban definitivamente desahuciados.

Un dato totalmente increíble en un ataque militar contra una base aérea como esta, es que las pistas de Shayrat quedaron absolutamente intactas, lo que propició que en menos de 72 horas la aviación de combate siria las empleara nuevamente para continuar con sus acciones.

La explicación del Pentágono insiste en que optaron por mantener la “proporcionalidad” y que destruir las pistas hubiera sido excesivo, por lo que podemos preguntarnos dónde quedó la indignación por la tragedia en  Jan Sheijun con vuelos procedentes de Shayrat y cómo se mide el valor de una muerte inocente. También explicaron que los 59 misiles Tomahawk “no eran apropiados para la destrucción de las pistas”, cuando cualquiera puede imaginar que, incluso con un menor número de estos misiles, podría perfectamente haberse interrumpido la continuidad de las pistas, inhabilitándolas temporalmente y causando un daño mucho mayor.

Los Estados Unidos decidieron golpear -cuidadosamente y con previo aviso-, a una base aérea de importancia secundaria; una sola de las 21 que existen en Siria; y no arremetieron contra ninguna de las instalaciones del poder, ni contra algunos de los múltiples medios bélicos clave para Bashar Al Assad.

¿Por qué? Pues porque independientemente del cambio en los discursos políticos y alguna que otra tensión diplomática que se genere, la prioridad de los Estados Unidos en Siria es el combate al grupo Estado Islámico y otros islamistas extremistas. Y para el logro de ese propósito, está obligado a propiciar la continuidad, al menos temporal, del régimen sirio, así como mantener una adecuada coordinación militar con Rusia.

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