Bergoglio rompe atavismos

Guillermo Ordorica R.

El Papa está sacudiendo el polvo de la Iglesia católica, enhorabuena. Francisco, hijo del pueblo argentino, vivió desde su más tierna edad situaciones políticas complejas, que esculpieron la fortaleza de su carácter y su particular cercanía con los pobres, al grado de que ha hecho de la solidaridad con los que menos tienen su principal bandera. Así se explica que la misericordia sea eje central de su pontificado y su idea de que la Iglesia es un hospital de campaña para la atención de heridos espirituales.

El bonaerense es también un sacerdote latinoamericano, familiarizado con las entrañas de la región. Marcado por la injusticia y la polarización sociales, Bergoglio conoce bien los argumentos que, desde sus orígenes, nutrieron la denominada Teología de la Liberación, y también la discusión académica que ha generado entre teólogos conservadores y progresistas. Por ello, en más de un sentido, al obispo de Roma se le imputan afectos y desafectos vinculados a dicha teología emancipadora. Así ocurre con quienes consideran al Papa un detractor de esta, con el argumento de que, en los años setenta, habría cooperado con los militares durante la Guerra Sucia en Argentina, al denunciar a sacerdotes asociados con las comunidades eclesiales de base. De igual forma y en sentido opuesto, Bergoglio es víctima de quienes sostienen que es un teólogo marxista, cuyas convicciones propician la politización de las Sagradas Escrituras. A ambos señalamientos y siguiendo a Aristóteles, el Papa ha respondido que, en su condición de hombre, hace política, aunque no partidista, sino la que orienta a los fieles frente a los grandes temas actuales. Para despejar dudas, ha indicado su simpatía por toda iniciativa que, siguiendo las tesis de la CELAM, en particular sus ediciones de Puebla (1979) y Aparecida (2007), abrace la opción preferencial de la Iglesia por los pobres.

Estas discusiones, que motivaron la inquina en el Vaticano cuando Bergoglio se perfilaba como sucesor de Benedicto XVI, siguen ocupando la atención de sus detractores, incluso de algunos purpurados que no dejan escapar oportunidad para sembrar discordia con el argumento de que la condición argentina y latinoamericana del Papa no refleja las necesidades y aspiraciones de la Iglesia y de los fieles en Europa y otras regiones del mundo. En cualquier caso, los hechos hablan por sí solos; el pontificado de Francisco ha abierto puertas a grupos olvidados de la sociedad y también a aquellos que, por sus ideas o estilos de vida, históricamente han sido excluidos y marginados de los sacramentos. Deja ver, igualmente, que el Papa escucha a organizaciones católicas cercanas a los que sufren, que no agradan a sectores conservadores pero que son relevantes para la institución eclesiástica por su presencia dialogante en teatros de guerra en distintas partes del globo o por su trabajo a favor del ecumenismo y la educación, como ocurre con la Comunidad de San Egidio, el Movimiento Focolare y el Movimiento Comunión y Liberación.

Aunque a muchos no les guste es cierto que el papa latinoamericano tiene debilidad por los pobres y está rompiendo con los atavismos y errores que, el 12 de marzo del año 2000, llevaron a Juan Pablo II a pedir perdón por los pecados cometidos por la Iglesia a lo largo de su historia.

Internacionalista

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