Relegados de la reforma de telecom en México/VIII-XV

Javier Esteinou Madrid

Durante los primeros tres años de aplicación de la reforma constitucional de las telecomunicaciones y radiodifusión en México, se alcanzaron logros empresariales muy relevantes. Sin embargo, en el terreno social se experimentaron significativos abandonos o retrocesos que afectaron relevantemente los derechos de los ciudadanos y de la sociedad en su conjunto, como fue en el caso de la pluralidad informativa.

Así, en cuanto al fortalecimiento de la pluralidad no se impulsó la producción nacional independiente que podría contribuir a enriquecer la diversidad y la calidad informativa en los medios de radiodifusión públicos y privados. Esto debido a que, por una parte, su definición jurídica permaneció intencionalmente confusa y gelatinosa para permitir que las filiales o subsidiarias del duopolio televisivo también se beneficiaran de la regla que les permitió incrementar el tiempo de comercialización a aquellas empresas que contrataran al menos el 20% de la programación total con productores independientes. No existió la convergencia que estimulara más pluralidad informativa y mayor contenidos audiovisuales de calidad.

La programación de la nueva Cadena Tres resultó una decepción pues su programación ofreció más de lo mismo, ya que la parrilla programática de esta nueva televisora fue prácticamente idéntica a la que ofrecía Televisa y TV Azteca. La ruptura de estereotipos que pregonaba en su publicidad terminó por no ser tal pues sus formatos y géneros ofrecidos en su programación repitieron la añeja fórmula noticiero-programa de revista-programa dirigido al público femenino-noticiero-telenovelas-programa de comedia, sin cumplir con la promesa de “romper con lo establecido”.

Con ello, Cadena Tres renunció a crear otra alternativa de televisión, ya que apostó por asegurar la inversión y no se inclinó por las audiencias, es decir, no construyó con ellas un nuevo “modelo de televisión”, sino un sistema empresarial, desistiendo a ser el “canal de las audiencias”.

En resumen, nada se modificó sustantivamente porque fuera de los “ganchos publicitarios” que se difundieron intensivamente para promover a la nueva televisora se continuó interpelando a las audiencias como consumidores, mientras los roles de los usuarios y ciudadanos transitan por otras esferas donde “lo televisivo, no la televisión”, sí los interpela en torno a la posibilidad de crear nuevas formas de expresión y representación de su realidad.

Con todas estas realidades parecería que mediante la reforma de las telecomunicaciones México se modernizó en el ámbito infraestructural de la radiodifusión y las telecomunicaciones con gran celeridad, apertura y perfeccionamiento para potenciar los grandes modelos empresariales ya existentes, pero no se renovó como una república virtuosa para el ejercicio justo de los derechos comunicativos básicos de los ciudadanos que garantiza la Constitución, y que han sido despreciados durante décadas por las estructuras de poder.

Así, en esta fase inicial de instrumentación de la reforma se impulsó la tendencia de un fuerte proyecto de mercado, con un cuerpo altamente tecnologizado, para consolidar enormes ganancias corporativas; pero sin corazón social solidario para otorgar integral y eficientemente a los sectores históricamente menos favorecidos las garantías comunicativas elementales avaladas por la Carta Magna con el fin de edificar una nación más civilizada y humana.

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