Luis Mesa Delmonte*

Tal como anunció repetidamente durante su campaña electoral, el presidente Donald Trump compromete hoy nuevos efectivos militares en Iraq y Siria, para enfrentar con más fuerza al Estado Islámico (EI). Sin embargo, en esta decisión, existen tanto elementos de continuidad como de ruptura con la estrategia de Barack Obama.

La estrategia de golpear al EI mediante el apoyo a diversos factores que le son antagónicos –fuerzas gubernamentales y milicias armadas sunitas, chiitas y kurdas- ya se había definido claramente desde años previos. No obstante, Obama se inclinó mucho más por brindar suministros, entrenamiento, asesoría y apoyo con golpes aéreos, disminuyendo al máximo la posibilidad de comprometer fuerzas militares de los Estados Unidos en el terreno y evitar bajas.

Muchas veces se comentó, que la táctica aérea de Obama era incompleta, en la medida en que la obtención de información de inteligencia en tiempo real desde el terreno, (de la cual depende en muy buena medida la efectividad de cualquier golpe aéreo), tenía que mejorar en calidad de observación, celeridad y determinación de un blanco.

Igualmente, para algunos expertos, a pesar de la recuperación de la capacidad combativa del ejército iraquí, de algunos otros actores involucrados, y de la efectividad de las diversas milicias kurdas que combaten al EI, también era necesario enviar más efectivos estadounidenses de operaciones especiales al terreno, tanto para brindar asesoría, como para apoyar en algunos combates.

En este momento, el mayor cambio detectable en la estrategia de los Estados Unidos hacia los conflictos en Siria e Iraq, radica en la decisión de la administración Trump de enviar más fuerzas militares a ambos países, para involucrarlos principalmente en las batallas en contra del EI en sus dos bastiones clave: Mosul en Iraq y Raqqa en Siria.

Desde hace meses, el debilitamiento progresivo del EI es notable. Cada vez es menor el territorio bajo su control e influencia, y la estrategia múltiple de ataque por tierra y por aire (incluyendo tanto a la aviación de los Estados Unidos como la de Rusia) va funcionando decisivamente.

Es obvio que esta estrategia, al mismo tiempo que va debilitando al EI, va generando otros problemas e incertidumbres. Por ejemplo, mientras que por una parte se ha responsabilizado a la aviación rusa y a la del gobierno sirio de haber causado bajas civiles en algunos de sus ataques, por otra, los Estados Unidos bombardearon posiciones del EI a mediados de marzo, causando unas 200 muertes civiles en Mosul.

A la hora de explicar estas fatalidades extremas, los argumentos van desde responsabilizar al EI de haber sido el ejecutor de explosiones en ciudades sirias e iraquíes, y de emplazar nidos de ataque en edificios que utilizan como “escudos humanos”, hasta errores en las acciones aéreas causadas por una apresurada o mala información generada desde el terreno.

La muerte de civiles por la acción estadounidense en Mosul, parece ser resultado de un ataque solicitado directamente por las fuerzas especiales iraquíes, por lo que, algunos observadores críticos estiman que se está dando una “flexibilización” de los mecanismos de consulta y verificación para efectuar un golpe, proceso que hasta ahora debía pasar por la aprobación estricta de un centro de mando estadounidense en Bagdad.

Aunque el Pentágono insiste en que estas reglas no han cambiado, la conexión directa entre jefes iraquíes y fuerza aérea estadounidense, indican otra cosa. Las reglas de participación en combate ayudan a las tropas a saber cuándo pueden o no disparar a fuerzas adversarias, y minimizar al máximo posible los “daños colaterales”, por lo que delegar la decisión de combate a mandos menores, contiene riesgos militares y políticos, como podrían ser las bajas civiles y muertes de efectivos estadounidenses, entre otros.

Los primeros tres meses de Trump, parecen favorecer un alto grado de independencia operativa diaria para su Departamento de Defensa, lo cual lo aleja de las restricciones de consulta-aprobación de los años de Obama. Esto, unido a la solicitud de un mayor presupuesto para el gasto militar que ascendería a los 54 mil millones de dólares, propicia un mayor involucramiento en varios conflictos de la zona como Iraq, Siria, Yemen y Somalia.

Si hasta muy recientemente, el Pentágono estadounidense daba a conocer las cifras de sus efectivos militares participando en la zona, ahora la administración Trump ha decidido proseguir con el incremento, pero sin brindar detalles. Trump no ha eliminado las cifras topes fijadas en la etapa Obama (que indicaban máximos de 503 para Siria y 5,262 para Iraq), pero emplea un subterfugio legal que permite considerar a números mayores de fuerzas como “temporales”.

Diversos medios de prensa y fuentes han dado a conocer que los Estados Unidos han enviado al terreno fuerzas especiales, regulares, aerotrasportadas, tanto del ejército como de la marina, unidades élites “Rangers” y otros efectivos, que ahora cuentan con una mayor capacidad de fuego, disponiendo, por ejemplo, de cohetería tierra-tierra y helicópteros Apaches, entre otros medios. Para el Military Times, esta tendencia podrá llevar a desplazar en el terreno a más de diez mil efectivos.

Al explicar la nueva política “discrecional”, Erci Pahon, vocero del Pentágono, dijo que ya no se anunciará, ni confirmará, información respecto a las capacidades, número de fuerzas, ubicación, y movimientos de tropas en Siria o Iraq, en aras de conservar la sorpresa táctica, garantizar la seguridad operativa y la protección de las fuerzas.

De cualquier manera, las propuestas aislacionistas de Trump y sus críticas durante la campaña electoral a las acciones bélicas de los Estados Unidos en el Medio Oriente, comienzan a ser reemplazadas por un mayor involucramiento militar en varios países de la zona.

Twitter Revista Siempre