Refuerza la visión tomista del bien común

Guillermo Ordorica R.

El 28 y 29 de abril, Francisco viajó a Egipto para atender una invitación de sus autoridades, reunirse con el papa de la Iglesia copta ortodoxa, Tawadros II, y participar en la Conferencia Internacional para la Paz. Lleno de significados, el periplo de Bergoglio alertó a El Cairo sobre el papel que debe desempeñar a favor de la paz en esa región del mundo, donde convergen intereses estratégicos y extremismos religiosos que invocan a Dios para medrar políticamente con la fe, en especial en Levante, el mundo árabe y África. Su presencia en tierras veterotestamentarias permitió, además, reafirmar lazos entre católicos y coptos, en seguimiento a la Declaración Común suscrita en 1973 por Paulo VI y Amba Shenouda III.

En la Universidad Al-Azhar, donde ocurrió esa conferencia y recordando ataques terroristas y otros contra fieles y religiosos cristianos, Bergoglio indicó que la fe es incompatible con la violencia, ya que esta niega toda auténtica religiosidad y profana el nombre de Dios. De igual manera, recordó que los populismos demagógicos no ayudan a mantener un mundo estable y pacífico. En este contexto, el religioso argentino insistió en la urgencia de construir una “civilización de la paz”, de respeto, diálogo y tolerancia entre cosmovisiones distintas, a la vez que remarcó el valor que confiere la sede apostólica al reconocimiento de cualquier religión, como aspecto inherente al ser humano y la sociedad.

Vistos en conjunto, estos temas se asocian con tesis vaticanas sobre libertad religiosa y relaciones Iglesia-Estado, sin importar denominaciones. Como se sabe, el pontífice ha dicho que, en beneficio de leyes económicas y asuntos temporales, se tiende a despreciar la esfera religiosa en beneficio de la política, lo que en su opinión propicia desilusión por el sentido de la vida y que sigan ganando terreno el consumismo y la “cultura del descarte”. También ha señalado en diversas ocasiones que, sin dejar de dar a César y a Dios lo que a cada uno corresponde y sin que la Iglesia claudique en su responsabilidad de orientar a la grey en temas que le incumben, las religiones no son opio del pueblo y deben ser parte de la solución a los rezagos sociales que propicia la globalización.

 Lo que Francisco propone es, en cierto sentido, la gestión desideologizada y virtuosa del poder en los planos nacionales e internacional, de tal suerte que se acabe con la actual “guerra mundial en cachitos” y, en su lugar, se respeten derechos humanos, destierre violencia, propicie justicia económica y termine con la “falsificación idolátrica” de Dios. El objetivo del papa argentino es  enriquecer la doctrina social de la Iglesia y atenuar el impacto de una globalización excluyente y concentradora del capital, que deteriora el medio ambiente, vulnera instituciones, deifica dinero y drogas, propicia la migración y el tráfico de personas, y destruye el tejido de las sociedades.

En cualquier caso, el encuentro en El Cairo de los titulares de las sedes de Pedro y de Marcos renueva sus esfuerzos, en especial los de Francisco, para impulsar la visión tomista del bien común, sin censurar formas de vida o preferencias sexuales y, más importante aún, sin imponer a los pueblos el modelo cultural de Occidente. No hay duda de que Bergoglio encabeza una revolución internacional, de alcances inciertos.

Internacionalista

Twitter Revista Siempre