Desarrollo y paz

Guillermo Ordorica R.

El mundo está lleno de nudos. Las expectativas de desarrollo económico y social que generó el fin de la Guerra Fría se diluyen a diario y abren la puerta a problemas inéditos, que ponen en grave riesgo la paz y la seguridad internacionales. En este convulso escenario, poco ayuda el sistema económico mundial, cuya naturaleza indolente estimula el reparto inequitativo de la riqueza y confirma su resistencia a derramar los beneficios de la globalización en los países de la periferia.

La estabilidad de las relaciones internacionales y la previsibilidad que tuvieron las políticas exteriores de las potencias en tiempos del conflicto Este-Oeste ceden hoy a los impulsos de liderazgos políticos que, afanados en consolidar poder económico y hegemonía militar, minan el derecho internacional, cancelan oportunidades de desarrollo y con ello estimulan la ruptura del tejido social en países de menor desarrollo relativo. De poco o nada sirven ahora los purismos ideológicos y los progresismos políticos que en otros tiempos abanderaron movimientos de liberación nacional en las geografías afroasiática y latinoamericana. El antiimperialismo no está de moda; nadie habla ya de solidaridad social ni mucho menos de la lucha de clases. La celebrada orfandad ideológica de las nuevas generaciones y de los partidos políticos es quizá la peor tragedia de ambos.

Es difícil identificar un solo culpable de lo que está ocurriendo en el teatro mundial. Diversos factores económicos, políticos y sociales están en la base de un proceso que no acaba de desmantelar el antiguo orden universal y tampoco permite nacer al que habrá de sucederlo. La convergencia de estas dos fuerzas desestabiliza el orbe y se materializa en la Organización de Naciones Unidas, donde la reforma al sistema multilateral es rehén de un equilibrio de poderes que ya no corresponde a la realidad del mundo contemporáneo.

Los temas de la agenda global brindan el mejor ejemplo de una política internacional que se realiza con visión de coyuntura y que está plagada de remiendos. Erróneamente, dicha política aspira a  mantener la estabilidad mundial con herramientas inadecuadas para afrontar desplantes unilaterales y liderazgos nacionalistas trasnochados, de izquierda y de derecha, en todos los rincones del globo. El tablero diplomático es confuso y nadie acierta a identificar la metodología que permita, a la comunidad de naciones, generar dinámicas de estabilidad virtuosa, ajenas a la idea del poder que somete y comprometidas con programas de cooperación que visualicen el planeta y sus recursos como patrimonio común de la humanidad.

Pobreza extrema, migración, violación de derechos humanos, intolerancia religiosa, deterioro ambiental, armamentismo, delincuencia organizada y terrorismo son, entre otros fenómenos, evidencia del deterioro del orden liberal de la segunda posguerra y de la democracia y sistema económico, también liberales, que lo acompañan. En la lógica de una interdependencia que aspira a beneficiarse de la globalización, ese orden liberal y la gobernabilidad que debería desprenderse de liderazgos internacionales responsables se están deshaciendo. Para revertir el caos, es tiempo de que todas las naciones asuman responsabilidad y atiendan, con urgencia, los temas siempre postergados del desarrollo y la paz.

Internacionalista

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