Manchester junto al mar, del cineasta Kenneth Lonergan

Mario Saavedra

A la memoria de mi muy querido tío Lucho García,

hombre siempre generoso y una muy bella voz, promotor a ultranza de nuestra mejor música popular.

Del talentoso y experimentado dramaturgo, guionista, realizador y también actor neoyorquino Kenneth Lonergan, Manchester junto al mar (Manchester by the Sea, Estados Unidos, 2016) es uno de esos filmes concebidos desde lo más hondo de las entrañas y que nos cimbran profundamente. Una historia en apariencia simple, lo cierto es que condensa un drama personal y familiar que trastoca muchas vidas, casi con la intensidad de una tragedia griega porque el destino implacable se ensaña y los simples mortales a su alrededor poco o nada pueden hacer para cambiarlo, acaso sólo gritar al mundo que sus actos, como indicio de una libertad siempre condicionada, hubieran podido contribuir para aplacar en algo la cólera de los dioses.

Autor también del guión, como en sus anteriores Puedes contar conmigo y Margaret, Lonergan teje aquí fino al urdir la fábula de un simple intendente de limpieza (Lee Chandler) cuya atormentada existencia sólo será del todo comprendida hasta que se van revelando los terribles acontecimientos que han desencadenado esa personalidad terriblemente atribulada. Como en las mejores obras de la escuela existencialista, el complejo y sacudido carácter del protagonista se va agriando conforme el destino se ensaña consigo, sólo que aquí no hay justificación posible a sus actos y el sentimiento de culpa se apodera de él sin remedio. Los demás personajes a su alrededor se afanan por mermarle esa terrible carga, como el misionero que nunca puede renunciar a su antigua condición de mercenario en La misión de Ronald Joffe,  pero sólo encontrará consuelo al rescatar a un joven sobrino que igual necesita volver a aferrarse a la vida.

Manchester junto al mar termina al fin de cuenta siendo un bello canto a la vida, porque tras tantos sufrimiento y amargura, desolación y desesperanza, cuando pareciera que la noche lo cubre todo y las tinieblas dominan el panorama, siempre hay una luz que nos impulsa, al menos por instinto de sobrevivencia, a levantarnos, a buscar otras alternativas. No es aquí una religión o un culto lo que puede redimir al amargado y solitario Lee Chandler, sino su compromiso con un hermano que siempre vio por él y fue generosa figura paterna en sustitución de la real ausente para ambos, y es esa responsabilidad anímica, moral, la que lo vuelve a flote y le descubre lo que es todavía capaz de hacer y de dar. Y ahí aparece la mano diestra del escritor y realizador para cimentar una historia que se presenta honesta y no artificiosa, con personajes auténticos y no arquetipos, con entes de carne y hueso que mutuamente se culpan y también necesitan, porque él mismo supone que una vida armónica jamás podrá  siquiera pretenderse sobre la base de verdugos y víctimas, de santos y pecadores, de buenos y malos porque, como bien escribió Nietzsche, “en cada individuo anida algo de monstruo y algo de dios”.

 

Un film que le canta a la vida, y pese al sufrimiento y a la amargura invita a levantarnos y a buscar otras alternativas.

Muy bien escrita y hecha, Kenneth Lonergan consigue con Manchester junto mar una película a la vez convincente y cargada de enormes significados, en el entendido de que la vida no es fácil, y mucho menos lo es vivirla. No menos bien ambientada, esa terrible atmósfera de presión se revela en principio opresiva y asfixiante, hasta que los entre involucrados van cediendo en su primera condición de implacables fiscales y descubren su otra mitad de defensores reprimidos, o viceversa, porque acaban por aceptar que nadie tiene en su poder la piedra que lo exima definitivamente. Y en esa cuidada atmósfera mucho contribuyen unos acordes montaje de Jennifer Lame y fotografía de Jody Lee Lipes, sin pasar por alto la extraordinaria partitura de la talentosa y ya reconocida compositora canadiense Lesley Barber.

Un ya probado director de escena, Lonergan vuelve a hacer patente su experiencia para trabajar con actores y sacar lo mejor de ellos. Si el casting resulta aquí impecable, porque todos los intérpretes están en papel, el premiado protagonista Casey Affleck, el menor de la dinastía Affleck, consigue dar vida a un Lee Chandler que gravita por una esmerada combinación de intensidad y contención, con tonalidades y registros varios. La personalidad de la también hermosa Michelle Williams vuelve a hacerse patente, a la altura de las exigencias. Kyle Chandler es el hermano mayor bondadoso y apapachador, siempre armónico; el joven Lucas Hedges ha sido aquí una muy grata y prometedora revelación, sin desmerecer para nada al lado de actores más experimentados.

Manchester junto al mar, de Kenneth Lonergan, es un largometraje doloroso y a la vez reconfortante, porque su talentoso realizador consigue, con sensibilidad y buen juicio, un todo cinematográfico que da en el blanco con respecto a los claroscuros de la vida aquí llevada a un estado límite de quiebre, pero del que sus personajes consiguen levantarse y mirar hacia delante. ¡Mientras existamos y valga la pena la apuesta, no todo está perdido!

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