El neoliberalismo pierde seguidores

Magdalena Galindo

Al margen de los errores o patologías que se le atribuyen a Donald Trump, y sin negar que las personalidades también influyen sobre el curso de los acontecimientos, la verdad es que el movimiento de la historia tiene que explicarse por causas más profundas y atendiendo a las fuerzas sociales. En este sentido, la orientación de las políticas del presidente de Estados Unidos se ubica no solo en el capricho o la ignorancia de un personaje, ni únicamente en el arcaísmo de la democracia estadounidense, sino en las condiciones objetivas de ese país y del mundo en su conjunto.

Ya mencioné en estas mismas páginas que el proyecto político impulsado por Trump tiene tantas similitudes con el establecido en los años treinta en los países del Eje, que bien podemos caracterizarlo como un neofascismo. Entre estas semejanzas mencioné, y me parece útil reiterarlo, que, al igual que Hitler, Trump llega al poder en medio de una crisis económica prolongada que ha significado un extraordinario deterioro de las condiciones de vida de la población, y que esa caída actúa como caldo de cultivo para que los votantes clamen por un gobierno fuerte, que ofrece precisamente el bien más necesario que es el empleo y, en general, el regreso a los buenos tiempos. Otra analogía con el régimen hitleriano es que el puntal, el apoyo de fondo, está representado por el gran capital financiero que detenta la hegemonía, tanto en Estados Unidos, como en el mundo en su conjunto. Finalmente, en el terreno ideológico, en los dos casos hay una recurrencia al discurso nacionalista en su orientación extraordinariamente agresiva, y con el añadido de un contenido de racismo, así como la identificación de grupos específicos de población para culparlos de la crisis, en el caso de Hitler fueron los judíos y en el de Trump el de los migrantes en general y en particular los musulmanes.

Aunque son muchas las semejanzas, ya sabemos que la historia nunca recorre el mismo camino, y por eso no puede afirmarse que se trata de un simple renacimiento del fascismo, sino de un neofascismo, precisamente para implicar las diferencias entre aquel de los años treinta y este del siglo XXI. Y es que el mundo ha cambiado desde entonces. Una de las diferencias más importantes es que la crisis económica que hemos vivido y de la cual no hay visos de salir en el corto plazo es la más prolongada y la más profunda que ha vivido el capitalismo, por eso se le ha llamado desde crisis estructural, hasta sistémica, epocal, global o de civilización.

El otro aspecto que hay que mencionar es que se han registrado cambios importantes en el ejercicio de la hegemonía, hoy en manos del gran capital financiero internacional, pues no solo se ha extendido su campo de acción a través de las naciones, sino que se ha reducido extraordinariamente en sus integrantes, de manera que hoy un limitado número de multimillonarios dictan las políticas aplicadas contra miles de millones de trabajadores.

Es esa fracción del gran capital la que implantó la globalización y el neoliberalismo a principios de los años ochenta del siglo XX, como la estrategia fundamental para salir de la crisis económica, a través de dos grandes ofensivas, una contra los trabajadores y otra contra los países subdesarrollados. Esas estrategias ciertamente les proporcionaron dividendos, de tal modo que hoy se habla de que estamos en una etapa en que rige la acumulación de capital por medio del despojo.

No obstante, a pesar de ese robo masivo a los trabajadores del mundo y a los países subdesarrollados como México, la gran crisis económica ha seguido presente, con los tsunamis financieros recurrentes, sin que pueda retomarse el crecimiento. Ante estos resultados, el neoliberalismo ha empezado a perder seguidores. Así se explica el brexit, la salida de Reino Unido de la Unión Europea, y así se explican los anuncios de Trump del regreso al proteccionismo que es precisamente la línea opuesta al neoliberalismo. Y sin embargo, ya lo veremos, el proteccionismo tampoco resolverá la crisis.

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