La súbita crisis diplomática generada entre países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) a comienzos del mes de junio, tiene un sinnúmero de elementos de diversa naturaleza que tienen que ser abordados, siendo la política e incongruencias de la actual administración de Donald Trump, uno de los elementos centrales.

La peor crisis en toda la historia del CCG, fundado en 1981, e integrado por Arabia Saudita, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Qatar y Omán, parece haberse precipitado a partir de la visita a Riad del presidente Trump en el mes de mayo, la que fue producto del exitoso proceso de reacercamiento estratégico emprendido por los sauditas, que llevó a la neutralización de la notable agresividad contra el reino, expresada por el presidente republicano durante su campaña electoral.

Si bien es cierto que ya el CCG había experimentado sus primeras tensiones internas con Qatar con la retirada de embajadores de Arabia Saudita, Bahréin y Emiratos en el 2014, nueve meses de negociaciones lograron entonces establecer nuevos compromisos, y un modus vivendi dentro de los disímiles miembros de la organización.

En aquella ocasión, (tal como en el presente), los sauditas, bahreiníes y emiratíes acusaron a los qataríes de apoyar a organizaciones extremistas y de financiar acciones terroristas, en un señalamiento que en síntesis arremete en contra de las relaciones de Doha con la Hermandad Musulmana presente en varios países, y contra las relaciones cordiales irano-qataríes. Mientras para algunos de estos países la Hermandad Musulmana es vista como una amenaza a sus esquemas de seguridad nacional, las tensiones presentes en las relaciones de Arabia Saudita, Emiratos, y Bahréin con Irán, explican también el alto nivel de agresividad decidido contra Qatar en estos momentos.

Se pretende bloquear la diversidad de la política exterior qatarí, sus canales de comunicación establecidos entre adversarios, su nivel de independencia y la promoción de un debate algo más amplio y liberal de ideas críticas hacia varios de los países de la región mediante su canal noticioso Al Jazeera. Son lujos que no se le pueden permitir a este pequeño país, según la visión de los más fuertes del grupo: Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos.

No obstante, se pierde de vista, por ejemplo, el papel de mediador desempeñado por Qatar dentro de la política palestina, o más importante aún, el diálogo impulsado entre los talibanes, el gobierno afgano y los propios Estados Unidos, que sirvieron para lograr el canje de cinco rehenes de Guantánamo por el sargento del ejército norteamericano Bowe Bergdhal, en el 2014.

La estrategia actual, fue la del ataque sorpresivo con ruptura de relaciones diplomáticas, bloqueo terrestre, aéreo y marítimo, corte de suministros en alimentos, materiales de construcción y otros insumos imprescindibles, y una gran campaña de hostilidad política, diplomática y económica.

El rápido reacomodo de Arabia Saudita con Trump antes y durante su visita a Riad, se logró con la firma de acuerdos multimillonarios en materia de inversiones, comercio y ventas de armas, así como con las maniobras dirigidas a neutralizar las fuertes críticas respecto a la ideología conservadora wahabita que predomina en el reino y que ha sido inspiradora de movimientos extremistas islamistas. Riad se esforzó por moderar las críticas sobre la participación de ciudadanos sauditas en los atentados del 11 de septiembre del 2001, y a mitigar los reproches sobre los flujos financieros que, procedentes del reino, puedan haber nutrido a varias organizaciones extremistas y terroristas.

Frente a los ataques internos perpetrados por el Estado Islámico, y ante el reto de cientos de sauditas que han ido a combatir en diversas organizaciones en los conflictos de Irak y Siria y que regresan al reino, Arabia Saudita propone encabezar la lucha contra las organizaciones terroristas, comprometerse más a fondo con el trabajo de recopilación de información de inteligencia, y monitorear los flujos financieros que alimentan a tales grupos.

La inauguración durante la visita de Trump del Centro “Moderación” en Riad, dedicado a la lucha contra el extremismo y combatir la ideología radical en internet, así como la firma para la creación de otro centro que se dedicará a combatir la financiación del terrorismo, fueron ejemplos exitosos de la estrategia actual saudita y del apoyo brindado por Trump.

Esta percepción de apoyo, parece haber impulsado a los sauditas a concentrar el foco de atención sobre Qatar, tratando de encontrar un nuevo responsable que cargue con todas las culpas respecto al apoyo al terrorismo, compartiendo su estrategia con aliados cercanos que coinciden en ella como Bahréin, Emiratos y Egipto.

Frente a la crisis, la administración Trump ha mostrado muchas incongruencias. Por una parte, el Departamento de Estado ofrecía mediación y el Departamento de Defensa expresaba su gratitud por el apoyo estratégico de Qatar y su contribución a la seguridad regional, especialmente al albergar a la base aérea estadounidense en Al Udaid. Esta es la mayor de los Estados Unidos en toda la región, donde hay más de 11 mil efectivos, y que es sede de centros de mando que se encargan de operaciones aéreas y de recopilación de información de inteligencia. Desde allí se realizan todas las operaciones aéreas en los escenarios de Afganistán, Irak y Siria. No obstante, el presidente Trump no prestó atención a tales posicionamientos y mostrando su gran desconocimiento echó mano nuevamente a su funesta política de twitter, para lanzarse contra Qatar.

Tratando de lograr una victoria protagónica en su deteriorado ambiente interno, escribió que ya su visita a Arabia Saudita y su reunión con más de 50 líderes islámicos comenzaba a rendir frutos. “Dije que no podía haber más financiamiento para la ideología radical (…) Los líderes han señalado a Qatar (…) Posiblemente este será el inicio del fin del horror del terrorismo”.

Posteriormente moderó en algo su posición, seguramente a partir de recomendaciones de algunos de sus principales asesores, y especialmente de los secretarios Rex Tillerson y James Mattis, y habló con varios actores de la zona, incluyendo al rey saudita y al emir de Qatar, proponiendo incluso realizar una reunión para la reconciliación en la propia Casa Blanca.

Nuevas declaraciones de Tillerson parecieron garantizar una proyección más adecuada para los Estados Unidos, seguramente entendiendo que con esta estrategia de ataque solo se estaba llevando a Qatar a buscar alternativas en países como Irán y Rusia, y alinear intereses entre ellos en materia del mercado de gas natural a nivel global.

El secretario de Estado insistió en que la situación era problemática para los Estados Unidos; que se estaba entorpeciendo el desarrollo de acciones militares contra el terrorismo y el Estado Islámico; exhortó a desescalar el conflicto y trabajar por la unidad del CCG; y propuso aliviar el bloqueo a Qatar por sus consecuencias humanitarias especialmente en el mes sagrado de Ramadán. También reconoció que Qatar viene haciendo progresos en revisar sus contactos con organizaciones de un gran espectro desde activistas hasta violentas; que apoyaba la mediación de Kuwait; y curiosamente introdujo el tema de la necesidad de que las sociedades árabes progresen en materia de libertad de expresión política y que brinden oportunidades a las voces marginadas.

No obstante, Trump volvió al ataque al acusar a Qatar de “financiar históricamente al terrorismo a un nivel muy elevado”.

Las incongruencias del presidente estadounidense no contribuyen a la necesaria solución negociada del conflicto actual. La prudencia y profesionalismo de la política exterior qatarí, junto a la mediación kuwaití, podrán ser las claves para desarrollar un diálogo difícil entre los actores implicados. No obstante, las sospechas mutuas y las heridas resultantes de este fuerte diferendo, perdurarán y se seguirán manifestando en el futuro de manera muy diversa.