Ya sabíamos el deterioro que han sufrido los salarios en México y que la principal razón que atrae la inversión extranjera es precisamente la baratura de la fuerza de trabajo, y sin embargo no puede uno dejar de escandalizarse cuando se publican datos que muestran la situación concreta. Los salarios que se pagan en la industria automotriz establecida en México son superados en 4.8 veces por lo que reciben los obreros por el mismo trabajo y la misma productividad en Estados Unidos (4.7 veces en Canadá, 4.5 veces en Japón y 7.6 veces en Alemania). Pero las diferencias no solo son en relación con los países altamente industrializados, resulta que un trabajador coreano gana 3.3 veces lo que un mexicano y un brasileño 2.4 veces.

Estos datos están publicados en un estudio realizado por Héctor de la Cueva del Centro de Investigación Laboral y Asesoría Sindical y por el doctor Arnulfo Arteaga de la Universidad Autónoma Metropolitana. Ellos señalan que las armadoras transnacionales practican lo que llaman dumping social al pagar salarios tan notablemente bajos en relación con los pagados en otros países y al acompañarlos con la precarización del empleo, pues la diferencia también se manifiesta en la disminución de prestaciones.

Desde su aparición, la industria automotriz ha sido paradigmática y se ha colocado a la cabeza entre las demás ramas industriales, no solo en la innovación tecnológica, sino en las formas de organización del trabajo, de tal modo que para describir las formas de producción prevalecientes en el mundo capitalista se han utilizado los términos de fordismo  (para referirse a las décadas de finales de los años veinte hasta alrededor de los setenta) y de toyotismo  (para describir las décadas más recientes), términos que aluden a fábricas automotrices.

Esto también sirve de ejemplo de lo que ocurre en la economía en general. Todos hemos oído la propaganda que señala el auge de la industria automotriz, que constituye el primer renglón de exportaciones, después del petróleo, y que ahí la inversión extranjera directa crea numerosos empleos. Sin embargo, en cuanto se analiza con más cuidado, se observa que el total de las armadoras son transnacionales, que, más tarde o más temprano, remiten las utilidades obtenidas en México a sus casas matrices, lo cual significa una descapitalización del país, pues las ganancias extraordinarias consiguen restituirles el capital invertido en el primer momento, más un beneficio por encima incluso de las tasas que pueden alcanzar en otros países y en el suyo.

Antes de enorgullecernos por las grandes exportaciones industriales de México, hay que entender que son realizadas por empresas transnacionales, lo que convierte a nuestro país en una plataforma o un enclave de la inversión extranjera para obtener ganancias extraordinarias; pero han provocado una enorme mortandad de empresas mexicanas que antes operaban en el sector, y han impulsado otro fenómeno: no existen cadenas de producción completas, e incluso se destruyen eslabones, pues las transnacionales, con la estrategia de la llamada deslocalización, recurren a cadenas que se completan en otros países y muy frecuentemente en su propio país.

Las ganancias de las transnacionales tienen su causa en la precariedad laboral de los trabajadores mexicanos. Resulta difícil que estén dispuestas a renunciar a esos beneficios para establecerse en Estados Unidos como quiere Donald Trump, si aquí pueden súper explotar a los trabajadores mexicanos.