México se encuentra entre los países con mayor desigualdad, señala un Informe, publicado hace unos días por la Comisión Económica para América Latina (Cepal), dependiente de la ONU. Para su análisis, no se refiere a la diferencia en los ingresos, sino que adopta el criterio de comparar la propiedad de activos (es decir, bienes) físicos y financieros. Los datos son escandalosos: 10 por ciento de las familias mexicanas es dueña de dos tercios de la riqueza, mientras el 90 por ciento solo posee, entre todas, la restante tercera parte. Es más, solo el uno por ciento de las familias acaparan más de un tercio de los activos físicos y financieros.

También registra la Cepal que al aplicar el coeficiente de Gini —indicador en el que cero indica igualdad y uno la máxima desigualdad— en México ese coeficiente es de .93, o sea que estamos muy cerca del uno, es decir de la máxima desigualdad que puede existir.

La Cepal destaca que esa desigualdad en la riqueza implica la exclusión y la diferencia de poder económico y político, y por lo tanto que una pequeña minoría pueda tomar las decisiones que afectan a la mayoría.

México presenta niveles récord de desigualdad, pero la concentración de la riqueza no es un fenómeno exclusivo de nuestro país; es una tendencia que se manifiesta alrededor del mundo, a consecuencia de la crisis del capitalismo y de la estrategia adoptada por la gran burguesía internacional, y en particular por su fracción hegemónica, el capital financiero, para enfrentar la propia crisis.

La principal causa de la crisis económica estructural fue la caída de la tasa de ganancia, en los inicios de los años setenta del siglo XX. Ante esa caída, el gran capital puso en marcha el proceso de globalización que busca aprovechar la fuerza de trabajo barata de países subdesarrollados. Ese proceso implica, entre otros, tres fenómenos de largo alcance: las migraciones masivas, el desempleo en aumento (incluso en países altamente industrializados) y la aplicación de un conjunto de políticas y reformas para abaratar más la fuerza de trabajo, y para despojar a los trabajadores, tanto de derechos como de ingresos. Incluso para describir las nuevas realidades se ha utilizado el término de acumulación de capital por despojo.

Esa estrategia, que tiene como instrumento la aplicación de políticas neoliberales a lo largo y ancho del planeta, ha creado una espiral viciosa, pues conforme se avanza en el despojo a la gran mayoría de la población y más se concentra la riqueza, la reducida minoría dueña de cada vez mayor proporción de bienes disponibles también adquiere mayor poder de decisión en el terreno económico y político, lo que a su vez le permite establecer leyes y políticas que la favorezcan y le den cobertura legal al despojo del resto de la población.

Sin embargo, tal realidad no puede durar para siempre. Es evidente que, aunque no haya plena conciencia de lo que está ocurriendo, los pueblos, no solo de México sino de muchos países, resienten en su vida cotidiana el empobrecimiento, y las protestas se extienden por el planeta. Además, porque el propio funcionamiento del capitalismo está llegando a sus límites, pues un sistema basado en la mercancía necesita compradores, que no pueden reducirse al uno por ciento de la población que sigue enriqueciéndose. Puede tardar, pero finalmente la burbuja va a estallar si no se pone un freno a la concentración de la riqueza y el poder político.