La reciente decisión del rey de Arabia Saudita de nombrar a su hijo como heredero del trono, es un acto que obedece tanto a circunstancias coyunturales, como a visiones estratégicas del poder a largo plazo.

El decreto real firmado por Salman bin Abdelaziz, monarca y “Custodio de las dos Mezquitas Sagradas”, retira los poderes del hasta entonces primer heredero, viceprimer ministro y ministro del interior, Mohamed bin Nayef, quien se había encargado de los temas centrales de la seguridad interna, de la lucha antiterrorista, y de enfrentar y neutralizar las acciones diseñadas por organizaciones violentas como Al Qaeda y el autodenominado Estado Islámico contra el reino saudita.

A la muerte del anterior rey Abdullah a comienzos del 2015, ya Bin Nayef era ministro del interior, pero el nuevo rey Salman lo ascendió al nombrarlo como su sucesor y viceprimer ministro del país. En esos mismos momentos, Salman también decidió el ascenso de su hijo Mohamed bin Salman, al que no solamente le designó como segundo príncipe heredero, sino que le otorgó una inmensa cuota de poder al nombrarlo ministro de defensa, jefe de la corte real, y presidente del Consejo para Asuntos Económicos y de Desarrollo.

Desde entonces, el protagonismo de Mohamed bin Salman ha sido muy destacado, proyectándose en diversos frentes. Es considerado como el principal inspirador y arquitecto de la llamada “Visión 2030” que diseña una reestructuración para la economía del reino en tiempos post petroleros; ha sido el promotor de un activismo mayor en la política exterior saudita, dejando de lado la tradicional “diplomacia discreta” y tomando iniciativas como la problemática participación bélica en el conflicto yemenita, ha sido partidario de una línea de enfrentamiento y ruptura con Irán, impulsó el reacercamiento súbito con la administración de Donald Trump, y se inclinó en favor de una política de crisis y presión frente a Qatar.

Mohamed bin Salman, considerado por muchos como el verdadero poder detrás del trono, estaba llamado a ser el sustituto de su padre, y eso ya ha quedado decidido a partir del 21 de junio pasado.

Es muy difícil saber con exactitud cómo han estado las tensiones y acuerdos dentro de la familia real, (uno de los temas predilectos de la llamada saudiología), pues por ahora solo sabemos que su nombramiento fue aprobado por 31 de los 34 hijos del fundador del reino Abdelaziz bin Saud, que integran el Consejo de Lealtad, órgano consultivo encargado de la sucesión real. El darse a conocer este voto dividido, llama la atención en un medio en el que tradicionalmente predomina la unanimidad oficial absoluta. Es muy probable que varios de los otros príncipes de la familia, también con altas aspiraciones de poder, se sientan frustrados con esta decisión y sigan generando algunas críticas internas tanto por la actuación de Bin Salman, como por estar encargado de muchas tareas al mismo tiempo, o por su inexperiencia en varios temas álgidos.

Pero quedan claras al menos tres cosas: primero, que el protagonismo de Bin Salman es totalmente congruente con su interés personal de ascenso; segundo, que Bin Nayef ya había sido favorecido por el rey Salman pero para una fase de transición y no definitiva, era una carta intercambiable en cualquier momento; y tercero, que los rumores respecto a los problemas de salud del rey Salman pueden haber influido en su decisión de dejar el poder organizado ante cualquier contingencia fatal, o que simplemente haya planificando abdicar en favor de su hijo.

Más allá de este último punto que tendría un contenido absolutamente pragmático, la designación de Mohamed bin Salman como heredero del trono parecería estar destinada a fortalecer las líneas más actuales de la política saudita, tanto en el plano interno como exterior, enfrentando múltiples retos en materia económico-social, político-diplomática y estratégico-militares.

Muy probablemente, Bin Salman continuará desarrollando sus visiones con una política exterior más activa y de línea fuerte con incluso un mayor desarrollo del aparato militar, junto a propuestas algo más flexibles en el plano interno de las que ya ha dado ejemplos como: favorecer el ascenso de una nueva clase joven emprendedora económica saudita; apoyar a sectores religiosos más jóvenes frente a las visiones más conservadoras y ultraortodoxas de figuras tradicionales; propiciar nuevos hábitos culturales y de entretenimiento para la población; incorporar paulatinamente a la mujer al mercado laboral; y escuchar más los reclamos e inquietudes de la sociedad en general y especialmente de sus jóvenes menores de 35 años que representan el 75% de la población.

Pero también algunas medidas que ya ha tomado, como la creación de impuestos o la retirada de subvenciones a determinados productos, han afectado su popularidad.

Bin Salman, además de príncipe heredero, es ahora el viceprimer ministro y conserva su cargo como ministro de defensa. Su empoderamiento aún mayor ha sido acompañado hoy, de los múltiples juramentos de lealtad por parte de diversos sectores clave, como han sido el propio Bin Nayef, miembros de la familia real, otros representantes del poder político, la cúpula religiosa y responsables regionales, entre otros, en un ejercicio congruente con las características básicas del sistema tradicional de orden y subordinación saudita.

La decisión del rey Salman, garantiza un próximo monarca joven que pueda encabezar los designios del reino a largo plazo. Esto implica un cambio drástico en la manera en que siempre se han dado las transiciones monárquicas a lo largo de la historia del Reino, pues siempre ascendían príncipes de edad avanzada y no duraban mucho tiempo en el cargo; ahora la lógica será asegurar que Bin Salman pueda gobernar por décadas, considerando que solo tiene 31 años.

Los retos actuales y futuros son grandes, pues habrá que brindar un mayor espacio a las necesidades de participación político-democrática, reajustar la predominante ideología religiosa conservadora, controlar más los gastos excesivos de algunos miembros de la familia real, y aplicar un modelo económico que asegure el crecimiento sostenible de Arabia Saudita y una mejor redistribución de la riqueza, atendiendo especialmente a los sectores sociales de menos ingresos.

La estabilidad del reino seguirá atada al nivel de consenso interno que se pueda lograr, y a las habilidades para gobernar y generar acuerdos, que estará obligado a mostrar el nuevo heredero al trono.

El autor es catedrático del Colmex