Recientemente murió Joaquín Navarro Valls, vocero de la Santa Sede con Juan Pablo II y uno de sus hombres de más confianza. Cercano al Opus Dei, este español incorporó a la Sede Apostólica en las nuevas modalidades de comunicación surgidas con la Internet. Para el Vaticano no fue fácil ese tránsito tecnológico; la doble condición del papa como jefe de Estado y jerarca de la Iglesia católica exigió el diseño de una estrategia capaz de acompasar ambas investiduras, de tal suerte que sus posicionamientos sobre temas de las agendas religiosa y global llegaran a todo el planeta, sin demérito de la insostenible presunción de que la Iglesia no hace política “porque su reino no es de este mundo”.

La labor de Navarro Valls permitió a Karol Wojtyla convertirse en una celebridad internacional en momentos críticos vinculados con el fin de la Guerra Fría y la reconstrucción de la Iglesia en los países del antiguo bloque socialista. Las nuevas tecnologías de la información se convirtieron en aliado natural del vocero vaticano, quien identificó en estas el vehículo para transmitir mensajes instantáneos, cruciales para la atención de situaciones de crisis con potencial para afectar la paz y modificar los equilibrios de la entonces naciente globalización. Tan solo a manera de muestra, Juan Pablo II no pudo evitar —y de hecho se benefició— de la transmisión televisiva global de su regaño al poeta Ernesto Cardenal en el aeropuerto de Managua, el 4 de marzo de 1983, por ocupar un cargo político en la Junta del Gobierno Sandinista, no obstante su condición de sacerdote. Las caras y los gestos del papa ya no podían esconderse y Navarro Valls sabía que las inéditas tendencias de la comunicación podían fortalecerlo, pero también poner en el ojo público temas sensibles antes ocultos intramuros del Palacio Apostólico, como sucedió con los escándalos de pederastia y la corrupción de las finanzas de la sede petrina.

La política de comunicación social instrumentada por Navarro Valls hizo de Juan Pablo II un sacerdote accesible para todos, pero no pudo impedir que las puertas de San Pedro se abrieran de manera definitiva a los medios y al escrutinio de una sociedad mundial crecientemente secularizada y vigilante de una Iglesia autocrática y con saldo negativo en diversos puntos de su agenda interna. Al igual que sucede con todos los países y sus gobiernos, desde entonces la comunidad internacional da puntual seguimiento a temas asociados con la colegialidad en la toma de decisiones eclesiásticas, derechos de la comunidad LGBTI, salud reproductiva, aborto, sacramentos para divorciados, castidad de religiosos y acceso de la mujer al sacerdocio, por mencionar unos cuantos, entre los más polémicos.

Navarro Valls entendió los beneficios y riesgos de las nuevas tecnologías de la información y tuvo la habilidad política para capitalizarlos en beneficio del papa pero, especialmente, de la Iglesia. Sin proponérselo, la política de comunicación social que inauguró, permite desde entonces una mejor difusión de las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que si bien marcó una clara tendencia aperturista, en su origen adoleció de la herramienta adecuada para desenmascarar a quienes, adentro y afuera del Vaticano, se aferran a dogmas y prácticas que alejan de la Iglesia a las nuevas generaciones y son inconsistentes con la actitud renovadora del papa Francisco.

Internacionalista.