En verano, el 10 de julio de 1871, nació Marcel Proust, el gran exponente del recuerdo interior. Aquí las primeras líneas de Por el camino de Swann, primera de las siete novelas que forman su obra mayor, En busca del tiempo perdido:

Durante mucho tiempo, me acosté temprano. A veces, nada más apagar la vela, los ojos se me cerraban tan deprisa, que no tenía tiempo de decirme: “Me duermo”. Y, media hora después, al pensar que ya era hora de buscar el sueño, me despertaba; quería dejar el libro que creía tener aún en las manos y apagar de un soplo la luz; mientras dormía, no había cesado de reflexionar sobre lo que acababa de leer, pero esas reflexiones habían cobrado un cariz algo particular; me parecía que era yo mismo aquello de lo que hablaba la obra: una iglesia, un cuarteto, la rivalidad entre Francisco I y Carlos V. Esa impresión sobrevivía unos segundos a mi despertar; no repugnaba a mi razón, pero me pesaba como escamas sobre los ojos y les impedía advertir que la palmatoria ya no estaba encendida. Después empezaba a resultarme ininteligible, como tras la metempsicosis los pensamientos de una vida anterior; el asunto del libro se separaba de mí y me sentía libre para prestarle o no atención; en seguida recobraba la visión y me resultaba extrañísimo encontrar a mi alrededor una oscuridad suave y relajante para mis ojos, pero tal vez más aún para mi espíritu, al que parecía cosa sin motivo, incomprensible, algo en verdad velado. Me preguntaba qué hora podía ser; oía el pitido de los trenes, más o menos lejano, como el canto de un pájaro en un bosque, que, al indicar las distancias, me describía la extensión del campo desierto por el que se acercaba hacia la cercana estación el viajero, a quien —con la excitación procurada por lugares nuevos, actos inhabituales, la charla reciente y las despedidas bajo una lámpara ajena, que aún lo acompañan en el silencio de la noche, y la cercana dulzura del regreso— el caminito recorrido se le quedará grabado en la memoria…

Hacía ya muchos años que —de Combray— todo lo que no era el teatro y el drama de mi acostar había dejado de existir para mí, cuando un día de invierno, al regresar a casa, mi madre, viendo que tenía frío, me propuso que, contra mi costumbre, tomara un poco de té… Mandó ir a buscar uno de esos bizcochos, pequeños y rechonchos, llamados magdalenas… y, abrumado por aquel día sombrío y la perspectiva de una triste mañana, no tardé en llevarme maquinalmente a los labios una cucharada de té, en la que había dejado ablandarse un trozo de magdalena, pero en el preciso momento en que me tocó el paladar el sorbo mezclado con migas de bizcocho me estremecí…

 

Novedades en la mesa

Una librería en Berlín (Seix Barral), de François Frenkel, es una autobiografía de la mujer que abrió la primera librería francesa en Berlín, y su gran aventura paralela a la de los libros…. En los fríos escenarios escandinavos se desarrolla Petirrojo (RBA libros), la más reciente novela de Jo Nesbo, una historia de intrigas por la que asoman los ecos de la Segunda Guerra Mundial.